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"REENCARNACIÓN DE FUEGO"

“Así acabó su vida, recostado en la cama con la mirada fría y perdida en las cuatro marionetas ya huérfanas…”, con una botella de Jack Daniel’s y un cigarro todavía humeando en el cenicero de su mesa de luz…

Pero a los dioses del destino se les antojó una nueva travesura para Cristóbal, una nueva diablura (nunca mejor utilizado este adjetivo…) en la cual sumergir al último halo de su miserable vida, al póstumo suspiro de su intoxicada existencia.
En una suerte de macabra ironía, decidieron otorgarle un envase a la condenada alma del ya silenciado ventrílocuo; una envoltura deseosa de cumplir el sueño de ser un milagro de vida después de la muerte, de ser una ilusión en el mundo en el cual fue concebido para cumplir las fantasías de los ahora, no niños, que alguna vez fueron felices testigos de su mágico oficio.

Sus cuatro creaciones, sus “hijos”, que en comunicación directa con aquellos simpáticos demonios, insistían y reclamaban ser los portadores, al menos por esa noche, del resignado espíritu de Cristóbal que flotaba y rebotaba en la decadente morada del finado simulador de voz.
Solo uno de los cuatro tendría aquel privilegio, solo uno de los tristes monigotes que observaban aquel tétrico cuadro, el de su “padre” en igualdad de condiciones que ellos, sería el dueño de la fortuna de sentir cosquillas por única vez, de moverse e interactuar sin la ayuda de nadie, sin libreto ni límites que respetar…
¿Cuál de ellos sería? ¿A quien hubiera elegido Cristóbal? (¿Y tu, a quien eliges?)
Todos tenían bien definida su identidad; con inconfundibles estilos y bautizados en distintas y complejas características, él se había encargado hasta en detalle, de que así fuera.

Y los pequeños duendes de gordos culos rojos que habían ascendido desde el Hades para llevar a cabo tal delirante misión, serían los condenados a sentenciar la suerte de aquellas marionetas y de aquella alma. Y en la lotería de este juego, no sería el azar quien jugara el número de esta loca ruleta sino que, la todavía tenida en cuenta conciencia (¿o inconciencia?) de Cristóbal iba a ser requerida por última vez para tomar cartas en el asunto.
Se montó un virtual estrado en el viciado aire de la habitación 17 y comenzaron a deliberar y a descartar a los que no tendrían chance alguna de ser reencarnados por Cristóbal.

Un corrupto policía antinarcóticos, una frustrada doncella con sed de venganza, un mediocre escritor con poca confianza en si mismo y un piromaniaco boxeador sin chance de pelear por algún título. Los cuatros procesados, que ante este maldito tribunal esperaban la condena que les diera la fugaz y ensoñadora libertad.
Cristóbal odiaba a la justicia, no a la justicia en si misma, sino a quienes eran los encargados de hacerla cumplir, además como asumido adicto que era, nunca le agradó la idea de tener que esconder aquella condición; él era solo un pobre consumidor y una injusta víctima de procedimientos antidrogas (¿Por qué no buscan a los peces gordos?).
Reencarnar en una dama hubiera tenido su encanto, sus ventajas y sus contras, pero Sue (así llamaba a su doncella) no era el tipo de mujer que le hubiera gustado ser ni enamorar, aparte hubiera desperdiciado tiempo de su breve condena en la ardua tarea de aprender a ser señorita…
Entre los inanimados rostros de Billy (el poeta) y “El Canguros” (el boxeador) se encontraba el culpable, se hallaba la marioneta portadora del milagro, la que podría conocer el sonido de su autentica voz, su verdadera y original voz (¿Podrían hablar por si mismas?)
Billy Rockolas, además de escribir desastrosamente mal, podría haber sido cantante de rock and roll (su nombre le calza justo) y quizás fuera la creación que más cariño le había robado a Cristóbal, en la cual veía rasgos y sueños nunca realizados de su vida, como por ejemplo, escribir un libro y por que no, ser cantante de rock.
Tenía hechas cientos de anotaciones, anécdotas de su rica experiencia a lo largo de los escenarios donde le tocaba actuar; maravillosas historias que todas la personas viven y nunca se atreven a compartir…
Buen manejo del idioma y un humor cargado de una melancolía que hubiera llegado a cautivar a cualquier inexistente lector. Solo el pánico que le causaba imaginar cuanto sabrían de él al leer sus textos, la exposición que generaría aquella utópica lectura, era el irreprochable freno para no confiarle a nadie sus escritos. Y aún ahora, inerte, prefería seguir dejando en el anonimato toda la novela de su vida.
Sus escritos morirían con él… (¿A cuantos nos pasa no?).

Y la magia y el fuego entraron en acción…
Y aquella pocilga se convirtió por un instante, en el Madison Square Garden…
“Señoras y señores, ladies and gentlemans, les damos la bienvenida a una nueva velada de boxeo internacional; hoy aquí, desde el Madison Square Garden, donde seremos testigos, de la pelea del siglo... Si señor, hoy tendremos el privilegio de presenciar, por la unificación del titulo Superwelters de la O.M.B. (Organización Mundial de Boxeo); en el rincón azul, con catorce defensas consecutivas, acusando en la balanza un peso de 68 kilos 900 gramos; seiiis, ochooo, novecientooos, con ustedes, desde la provincia de Santa Fe, república Argentina, el cuádruple campeón mundial: Carloooosssss Monzooooonnnnn…
Y en el rincón rojo (fuego!, fuego!), encontrado culpable de no cumplir ni un puto sueño, acusado, acusando e inclinando la balanza del peso muerto hacia la increíble nada; 0 kilos 0 gramos, cerooo, cerooo, desde la provincia que la imaginación dispare, de la república perdida de los mapas, desde un mundo creado para desaparecer ya mismo; el hexacampeón del eterno fracaso, con ustedes“El Canguros” Criiist Oooballlls…”

Y el cencerro sonó y dio por comenzado al primer y postrero round de esta historia…
Un artificial soplo de muerte, acompañado por aquel único y corto doble de campana, provocó que la botella de Jack Daniel’s se derramara sobre la brasa del último cigarro que Cristóbal había degustado.
Y el fuego, presuroso de terminar su pronta labor, se propago con una velocidad record y raramente común. Rápidamente la fogata tomó el control de la escena y entre el humo y los crujidos de la materia que ardía derritiéndose, pudo oírse una estremecedora carcajada, un escalofriante chillido de extraña voz, que en medio de aquella improvisada hoguera, develaba la procedencia de esa risa…
Y envuelto en llamas, el púgil campeón de madera, giró la cabeza en dirección a Cristóbal y le guiño su morado ojo…

Texto agregado el 25-06-2007, y leído por 170 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
25-06-2007 Por favor no dejar comentarios. Texto concursando en el 14º round del Club de la Pelea. tejera
 
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