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Sweet Caroline.

En Nueva Orleáns, el alto índice de humedad hacía insoportable la tarde.
El inspector Kooll sentado en el balancín de su porche, ahogaba su sofoco ingiriendo botellines de cerveza helada. Sonó el teléfono. Una joven conocida como Sweet Caroline había sido hallada muerta junto a un desconocido en el maizal cercano al río.

No debían llevar demasiado tiempo sin vida. La muchacha que parecía dormir plácida sobre la tierra mostraba su desnudez sin decoro: abiertas sus piernas, expuesto el sexo negro, tupido, profundo; flexionados sus brazos bajo la cabeza, extendidos sus pechos hacía las axilas. Algunos moratones sobre su cuello dejaban entrever las huellas de un escarceo amoroso. A medio metro de la chica un hombre blanco yacía sin vida con evidentes signos de lucha sobre su cuerpo.

Hasta ahí nada que Kooll no hubiese visto antes. Lo que diferenciaba al cadáver de Caroline del resto, era la impresionante estética, la plástica con que el autor del crimen había decorado la escena. Un maizal esplendoroso, y la joven cubiertos los senos con granos de maíz de un amarillo intenso, tan sólo sus pezones mestizos emergían entre ellos.

Una pena. Pensó el inspector. Parece estar posando para el pincel de un artista. ¡Una verdadera pena! Repitió en voz alta mientras contemplaba la imagen de la muerte sobre aquella hermosa piel de chocolate.

Un hombre de mediana edad desgranaba parsimonioso mazorcas de maíz mientras planeaba con frialdad una coartada que le alejase del dedo acusador de la justicia.
Esperaría altas horas de la madrugada, se dirigiría a la comisaría de policía y allí pasaría a denunciar la desaparición de su esposa. Ella no había regresado como de costumbre al hogar tras la salida del trabajo. Se mostraría desesperado e indicaría que temía por su vida. Relataría que días antes su mujer lo había amenazado con quitarse la vida hundiéndose en las aguas del Missisipi. Sumaría a su declaración que Caroline había quedado en cinta de un hijo que no quería tener mientras a él la noticia le había colmado de alegría. Ella deseaba abortar y nadie lograba sacarla de su idea.

¡Sí! es una buena coartada. Se dijo así mismo el asesino. Esa puta y su amante merecían lo que les he hecho. Una negra de esposo negro no puede parir un hijo blanco. ¡Nunca! ¡Nunca!

Por delante de la casa de Kooll pasó el cortejo fúnebre con los restos de Sweet Caroline. Tras ella una banda de jazz entonaba triste y somnolientas melodías. El inspector asaeteó con su mirada al abatido esposo.



Texto agregado el 27-07-2007, y leído por 166 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-07-2007 Muy bueno, Andaluza de Cádiz ! Excelente. Aunque... bueno... genéticamente es posible que de una pareja de blancos nazca un morenito, o vicecersa. Por aquello de los genes recesivos. Pero eso... es otro cuento. Te felicito!!! Cinco negritos para ti. theotocopulos
27-07-2007 Muy buena narrativa****** lagunita
27-07-2007 màs interesante aùn. vexaida
 
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