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Capiango

Cerquen, no sean bárbaros…
(D. F .Sarmiento)



Buscó llegar como otras veces al boliche. Ahora el camino es un laberinto entre campos ajenos. Entre alambrados, esos guachazos en la cara de su libertad, de no poder encarar la pampa a su antojo.
A su placer.
Ya todo es de alguien en la campaña, lo veía y se lo decían sus ojos. Nada es como antes, le retumbaba bajo el chambergo mientras algún ruido humano le rompía el silencio de andar solo varios meses cara al viento.
Hay que andar como preguntando. Se decía.

La noche cerrada se fue minando de resplandores, de luces parpadeantes, y al solitario rancho blanqueado del boliche lo rodeaba ahora el caserío, y las voces.
De vez en cuando el pecho del azulejo se topa con un alambre y el recule los fastidia, al animal y al jinete, y ya no siente como de él esta geometría de la tierra.

Acercó el flete a palenques concurridos, le aflojó los aperos, sujeto mejor el cuchillo bajo la faja y ya entre luciérnagas y sombras alargadas, encaro la bocanada de ruidos que produce el gentío al abrir la puerta.
Se acercó hasta el mostrador. Fue servido y desapareció en las pocas luces de un rincón donde se quemaban unos palos. Sin hacer llama.

- Las tropas de Quiroga cuando él decidía una carga, se transformaban en capiangos..., en tigres del desierto!

Contaba a un pequeño grupo un hombre avejentado y de barba amarillenta.

- Y eran cuatrocientos, cuatrocientas fieras invencibles…, y a la cabeza iba Facundo, el más temido, dejándose llevar por el moro.

Y miró uno a uno de los que escuchaban con los ojos brillando.

- Ese pingo que lo guiaba a la victoria…, a esa victoria que buscó siempre, para no ser esclavo!

El griterío desde las mesas donde una mano pareja termina en “quiero vale cuatro”, no disimula, cuando el viejo casi grita la última frase.
Una bordona rasguea afinando y los distrae.

Entre las sombras del rincón alumbrado por las brasas, una garra aprieta el vidrio y lleva el vaso hasta los labios del recién llegado.
Apenas, en un resplandor fugaz al encenderse una cerilla se ven brillar los colmillos. Luego quedan al acecho los ojos felinos.
Ocultos.
Se encabritan las bestias en los palenques, alcanzadas por el miedo. Salvo el azulejo, que resopla tranquilo, en el mismo lugar donde duerme la noche.

(2007)

Texto publicado en el Número 1 (página 3) de la Revista Capiangos (Organo de difusión de la Agrupación Militancia Peronista) - Diciembre 2010.

Texto agregado el 14-08-2007, y leído por 639 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
06-11-2007 Carlos, cada vez admiro más tu potencia descriptiva. Gracias, chamigo. *5 Máximo islero
31-08-2007 Excelente narración, nítida, de calificación más que diez. A pesar de navegar en las aguas de la narrativa, pones un final poético de lujo. rey-feo
26-08-2007 El exabrupto que te han dejado en tu hermoso trabajo literario no es otra cosa que una extraña maraña de celos y de envidia. Y tiene nombres y apellidos (varios). Pero dejemos al tiempo hacer su tiempo, Cali, que la verdad es su fiel alíada, y deja a tu pluma que siga suspirando, para que la razón se haga poética, sin dejar de ser razón. Y nunca olvides que la aurora da a luz el resplandor de la mañana. Y besos, como siempre... maravillas
24-08-2007 Excelente trabajo Cali. Hay reciedumbre, paisajismo y alma de hombre sin vallas. Mi admiración. lilianazwe
24-08-2007 Que decirle, pulido texto, posee hábiles manos narrativas. cada uno a lo suyo, yo por ejemplo soy un fiasco intentando narrar algo,jajajaj, 5 Die_Dichterin
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