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La brisa en mi cara me recibía cálida como cada tarde y por un sendero adornado por diferentes tipos de árboles medianos y blancamente floridos. Los perros del alrededor ladraban como la primera vez que recorrí este camino.
Mis pasos raudos querían llegar a ese lugar encumbrado. Allí me esperaba mi destino y una anaranjada tarde que siempre me mostraba el esplendor de esa mezcla de ríos y mares que se conjuntaban y desembocaban y al final igual volvía a su origen cerca de las grandes torres montañosas al oriente.

Mi corazón me recordaba con cada pulsación que estaba viviendo los últimos momentos antes de empezar a subir y ganar a la gran cima que esperaba como cada tarde silenciosa y apenas movida por el viento sus yerbas que apenas la cubrían.

Atrás de cada pisada y en la huellas en el polvo empezaban a quedar y caer los momentos que me perturbaban, los recuerdos que hacían de mi mente una enmarañada caja de incertidumbre acerca del futuro, la ansiedad desaparecía cada segundo que avanzaba hacia mi norte. Solo pensaba en tomar el rumbo correcto y desatar las incógnitas que se me presentaban y era esta lucha contra la gravedad la que me hacía soltar mis ataduras y bloqueos mentales y realmente podía ser uno solo, una máquina que ya nadie podía detener. Esto era mi secreto máximo una mezcla de dependencia con éste mi gran amigo solidó y lleno de fortalezas y también de piedras en el camino que me obligaban a estar atento a cada paso dado en la pendiente. Mientras empezaba el rito de la subida mi corazón golpeaba cada segundo fuerte todo mi ser y ayudaba a mis piernas a llevar arriba todo y dejar abajo las debilidades, la oscuridad, las penas y las ansias guardadas por mucho tiempo. Mis ojos seguros en mi objetivo solo miraban hacia arriba y ya conocían cada rincón del camino, cada detalle. Llegaba el momento de explotar, de darlo todo, Otra vez el cerro me mostraba el camino y su luz y me invitaba a desafiarlo y yo no podía mas que llegar arriba con el último aliento que me quedaba, una vez arriba alzaba mi manos al cielo y mis palmas sentían el viento que en la cumbre se sentía como casi un bálsamo a los huesos y músculo, mientras abría mi boca para tomar el aire que era mi trofeo el cual entraba abundante secando mi garganta y también ayudaba a bajar la temperatura de mi cuerpo fatigado por el esfuerzo, caminaba unos pasos cerca del precipicio y me sentaba como cada tarde en una roca con mis únicos amigos de entonces, el cerro, la soledad y sol que se despide de mi como cada atardecer debajo de ese inmenso mar azulado.

Claudiotti.-

Texto agregado el 15-08-2007, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-08-2007 NADA COMO LA NATURALEZA PARA RECORDANOS QUE ESTAMOS VIVOS. naiviv
 
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