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Inicio / Cuenteros Locales / gui / La lenta metamorfosis de los virtuosos (Final)

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El Virtuoso entrecerró sus ojos y de inmediato se le vinieron a la mente las postales higienizadas de esos personajes celestiales que ilustran las revistas eclesiásticas.

-No es precisamente lo que yo reconozco como una santidad- respondió Filippo, algo avergonzado por su pueril respuesta.

-Los santos son seres invisibles. Están a cada paso, sólo que no los vemos. Y esa es nuestra aspiración. Lograr dicha transparencia por el simple y a veces dificultoso ejercicio de hacer el bien. No ese bien de estrellas y galones que se cultiva en otros lados, sino el bien silencioso, digerido a diario y sin palmas aprobatorias.

Filippo pareció despertar de un enorme letargo. Aquellas gráciles palabras contenían el germen de la respuesta tantas veces requerida. Sólo que esa traslucidez no era patrimonio de la especie humana, sino de las medusas. Y que se sepa, las medusas no eran santidades marítimas.

-¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Cuánto he pecado para transformarme en el ser concreto que soy!- se lamentó Filippo, mirando la rotundidad de sus extremidades y su enorme peso.
-¡Cuánto he pecado, mi Dios!

Se produjo un silencio de siglos. Luego, la voz de cristales del ser, se extendió como una melodía por la reducida habitación: -Evolucionamos, nacemos para eso, lamentablemente, para lograr la máxima transparencia, se requiere vivir dos mil años, por lo menos. Dos mil años terrestres, por supuesto- el ser traslucido le guiñó un ojo.

-Dos mil años, dos mil años. Yo, aún no cumplo la treintena- sollozó Filippo, sintiendo que su gran aspiración había quedado al descubierto en ese mismo instante. No era la santidad porque si, no lo era. Ansiaba la transparencia aquella que desembocaba en la invisibilidad absoluta. La misma invisibilidad añorada por el común de los mortales, pero invocada con fines perversos. La invisibilidad, el sello de la máxima virtud, el generalato del alma, la apoteosis de lo excelso en términos de caridad ilustrada, de conocimiento pleno.

-Estamos en camino a, recuérdalo.

-…en camino… en camino… ¡la ambulancia viene en camino!
Las agobiantes palabras de un hombre, le regresaron a la realidad. Abrió sus pesados párpados y le pareció que el mundo se le venía encima. Todo era grotescamente concreto, las formas, dibujadas y contrastadas entre sí, los volúmenes monstruosos, el peso intrínseco de esa postal de infierno, todo aquello contribuyó a que Filippo sintiera caer una vez más sus párpados, como si un gozne acerado lo impulsara a las profundidades de la inconsciencia.

-Dos mil años- se dijo y las palabras rodaron por los suelos como peñascos pecaminosos.
-Dos mil años- repitió y pensó que ese era el transcurso suficiente para que una santidad absoluta reinara entre nosotros y nos condujese hacia nuestra propia invisibilidad…



¿ F I N ?

Texto agregado el 22-08-2007, y leído por 210 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
26-09-2007 Me gustó muchísimo, pensé que ibas a salir con una de las tuyas pero me dejaste pensando, tanto que el hombre lucha por ser sólido. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
27-08-2007 Dos mil años más pasarán, y los hombres no podrán caminar hacia su invisibilidad; dos mil años que nos muestra que no podremos vivir según nuestra dignidad. Felicitaciones por este relato, profundo y lleno de reflexión. Anua
 
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