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Inicio / Cuenteros Locales / albertoccarles / ¿Ni por todo el oro, mi doctora?

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- ¿Así que ya está para retirarse? – chuceaba yo de vez en cuando a la doctora.
- Ni por todo el oro del mundo...- respondía rápidamente-. Ellos necesitan que los toque. Y yo necesito tocarlos todos los días. Si me falta ese contacto, es como si me faltara el aire que respiro...
Se refería a los niños de la Sala, a “sus niños”, a nuestros niños. Yo era por ese entonces un médico residente de pediatría. Y estaba perdidamente enamorado de esa doctora, que me doblaba en edad, también en experiencia y en capacidad de trabajo, pero me triplicaba en humanidad, en delicado trato, en inocente jovialidad.
No se retiraría de la profesión hasta que sus fuerzas le dijeran basta. Le perdí el rastro hace mucho tiempo. Pero hace poco, vi en algún sitio esa frase que me hizo recordarla.
Un pase de Sala en su compañía ilustraría cabalmente más que cien detalles de su maravillosa biografía.
Ella los dirigía todos los días. Y los residentes participábamos con altísimo interés, junto con las enfermeras del sector.
Se acercaba a los enfermos como un hada madrina. De mediana estatura, pelo castaño, sin pinturas, ropa de calle poco llamativa, el guardapolvo desprendido, y el estetoscopio alrededor del cuello (de los primeros que recuerde, ya que en esa época se usaba en el bolsillo). Observaba al niño y se acercaba a la madre, sentada en una silla. Apoyaba mansamente la mano en el hombro de ella
-¿Cómo ves a tu bebé hoy, mamá?- su primer pregunta. Se allegaba al niño sin esperar la respuesta, lo miraba íntegro, se sentaba en la cama, si era de las grandes, y comenzaba a tocarlo, suavemente, en una pierna, en la otra, en el abdomen, en el cuello, en la cabeza, en los brazos. Generalmente medio minuto le bastaba para hacerse una composición de lugar, que raras veces resultaba errado.
-¿Para qué la venoclisis?- nos disparaba. Y seguía.- ¿cuánto le están pasando? ¿A cuánto por kilo?-y ya había sacado las cuentas mucho antes que cualquiera de nosotros.- ¡Bájenselo, y prueben tolerancia...! Y si a la tarde está todo bien, se la retiran.
Detestaba pinchazos innecesarios en los bebés. Y los tratamientos prolongados “por las dudas”. Las decisiones eran sistemáticamente filtradas por el criterio del sentido común.
Nosotros llevábamos las carpetas, y tomábamos nota de todo lo que iba decidiendo...
-¿Está medicada?- Y auscultaba una niña de segunda infancia que había ingresado la noche anterior con fiebre y fatiga:- Acá sopla que es un contento- y señalaba una zona debajo del omóplato. -¿Qué dice la placa?
Alguien tomaba una radiografía de una historia para acercársela. Contra el vidrio de la ventana la observaba:
-Acá ya la tenía...¿ven?- y señalaba una zona más opaca, detrás de la imagen cardíaca.- ¡Medíquenla! (la orden era agregar antibióticos).
-¡Hola, bebé...!-saludaba a alguien conocido-:¿Otra vez por acá?-. Y volviéndose hacia la madre:- ¿Qué pasó, mami, te quedaste sin medicación?- En el parte de enfermería, que no dejaba de observar nunca, ella descifraba mejor que en nuestras amplias historias clínicas, el por qué de los ingresos. En ese caso, el niño era una hidocefalia, con válvula de derivación ventrículo-peritoneal, y convulsivo habitual. El goteo de fenilhidantoína había yugulado el cuadro, desencadenado por falta del diario fenobarbital. Mientras acariciaba esa enorme cabeza nos preguntaba:
-¿Ya lo vieron los de neurocirugía? ¿No es una disfunción valvular? ¿lo punzaron?-Y se volvía y lo miraba al bebé, de cuerpito desnutrido, pálido, quejoso por la fiebre...
-¿Ya tiene laboratorio?- Y rápidamente había que transmitirle los últimos resultados. Finalmente recomendaba-:¡Estén atentos a la interconsulta!.
Y de pronto llegábamos a un sector conde el oxígeno silbaba en todas las camas. Pasaba una mirada en derredor, y se dirigía al más disneico. Con una mano en el tórax apreciaba frecuencia, profundidad y sed de aire de la respiración.
-¿Le hicieron gases? ¿Y la placa? ¿Qué le está goteando allí?- y señalaba el suero-.¿Lo consultaron con terapia...?-Se incorporaba, y en la firmeza de su rostro se podía apreciar la necesaria velocidad a ser aplicada en el caso:- Empiecen con dos bocas de oxígeno, háganle series de beta dos y pásenle ya un push de hidrocortisona...
¡Y pónganla bien sentadita!- pero no esperaba que lo hiciéramos nosotros. Ya se inclinaba sobre la niña, la tomaba de debajo de los brazos y la elevaba mientras le murmuraba:
-Ya, chiquita, ya vas a estar mejor...respirá hondo, preciosa, con la pancita, ¡Así está bien! Tranquila...- , y apoyaba una mano en el abdomen, mientras le acariciaba una mejilla o le arreglaba el pelo revuelto. Continuábamos con los respiratorios, y cuando salíamos de la habitación:
-Ya les dije, muchachitos, que estos casos son los primeros; no hay por qué ir de la uno a la dos, y de la dos a la tres...¡Los urgentes primero!- y bufaba en serio. Nosotros nos mirábamos, sin encontrar disculpa.
-¿Y usted, señorita?- Se acercaba a una niña con la cabeza envuelta con un paño blanco. Evidencias de enfermedad de la piel sobraban por todos lados-. ¿A ver? Y desprendía el vendaje. Alguien le advertía:
-Ya la curamos doctora. Le sacamos como veinte gusanos...-El cuero cabelludo con el pelo casi rapado, ofrecía inflamación y lesiones en sacabocados como cráteres, donde las moscas habían horadado el tejido infantil.-¡Miasis!- pronunciaba con dejo de tristeza-.¡Ay, ay, ay...pobre mi niña!- y tampoco mezquinaba caricias en esa piel que supuraba por los cuatro costados...
Luego iba al lavatorio y se higienizaba prolijamente (no se vaya a pensar que mi doctora era descuidada o mugrienta...).
-¿Traumatismo de cráneo?- y ya estaba palpando la cabecita de un bebé de nueve meses, prematuro él, anémico él, candidato también para neurocirugía. En las placas se apreciaba una fractura parieto-occipital- y mientras tocaba el resto del cuerpito, buscando otras lesiones, interrogaba a la madre, con incisiva severidad.
-Queda en observación. Y contrólenle el hematocrito, y sáquenle placas de todos los huesos del cuerpo.
Al salir, anunciaba: -Hay que descartar el maltrato intencional..y buscar lesiones anteriores...Fracturas viejas, periostitis...Luego me las muestran. ¡Alguien tiene que defenderlos, que caray!
Había un niño que se internaba con incontable frecuencia; algunos le decían “el trébol”, por la forma trilobulada del membranoso cráneo. No tenía ojos ni oídos; tampoco succionaba, por lo que se alimentaba con sonda. Era un bebé polimalformado, cuyas infecciones respiratorias daban siempre harto trabajo para sacarlo. Ella se acercaba a la madre con afecto, mientras acariciaba al bebé con naturalidad. Evitaba tocarlo en la cabeza, pero le tomaba los bracitos o las piernas y le hablaba a la madre a través de él:
-¿No ves, mami, que ya estoy mejor, que ya no tengo tanta fatiga...? Vamos a probar luego con un poquito de leche por la sonda...¿si?, para que no se nos caiga, sabés mamá?
Y así seguíamos con los pacientes, y cuando terminábamos, nos preguntaba:
-¿No hay más?- Insaciable, estaba holgadamente dispuesta para reiniciar el pase en cualquier momento. Nos dejaba el torbellino de tareas por delante, que no dejaría de controlar a lo largo del día, y se perdía en el pasillo rumbo a algún consultorio, algún ateneo, alguna interconsulta, con el guardapolvo blanco flameando a los costados..
Sólo le faltaba la varita a mi doctora...
¡Qué manera de extrañarla cuando terminé la residencia...!
Escribir ahora sobre ella, qué duda cabe, ha sido mi delicia.







Texto agregado el 21-03-2004, y leído por 575 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
26-03-2004 "Un pase de Sala en su compañía ilustraría cabalmente más que cien detalles de su maravillosa biografía" Creo, en esta frase se centra la belleza del cuento. Esto es una joya que solo tu...un enamorado y un alumno a la vez podría crear, se dice que el amor por una mujer mayor forma parte de la vida de todo hombre y que es de ella de quien se guarda el recuerdo más hermoso...osea...una mujer mayor es una joya en la vida de los hombres, pero no es el caso, no hablas de una mujer de la cual estabas enamorado y que además te doblaba la edad, sino hablas de una mujer que ama su profesión, la predica y la pone en practica y que además lo hace con humildad lo cual subyuga. En el antigua testamento y de la mano de Isaías podemos interpretar que así como el agua, el vino y la leche, se conserva mejor en vasijas ordinarias-de barro- que en vasos refinados, así también se aprovechan más a los humildes que a los orgullosos. Te aseguro que “esos detalles” no vendrán en su biografía, sin embarog, esos pequeños detalles son lo que engrandesen la vida. Le dejo mis estrellitas, un brazo y mis respeto kitty
26-03-2004 Coincido con calidejacob. uno ama su profesion , pero encontras maestros asi y sentis que "alcanzaste el cielo con las manos".... Por intermedio tuyo saludo a mi maestra Leila Burgatta, medica anestesiologa que me llevo de la mano durante mi residencia Gracias periquetas
26-03-2004 En el recuerdo de nuestra formación...siempre existen estos seres especiales..., que nos hacen disfrutar de la posibilidad de "resolver" algo (cualquier patología por simple que sea) con su humildad, dedicación y talento...En mi especialidad ocurre lo mismo...y es a travez de estos "maestros", por lo cual uno se enamora de la profesión. Muy lindo y muy cierto tu relato. Un abrazo. CalideJacobacci
21-03-2004 !Que belleza de relato y de doctora! Maravillosa persona yoria
21-03-2004 He disfrutado tu memoria, tu recuerdo, tu paso por la residencia, con la mente puesta en una doctora-maestra de verdad. Me han fascinado, desde los recuerdos, hasta los tratamientos; desde los comentarios, hasta el final y, por supuesto, ese amor de residente hacia la "atending"... Por ser intra-hospitalario, no brindo con copas de Cabernet, sino con sluciones intravenosas de dextrosados con solución salina...Un abrazo colega. rodrigo
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