Como lo he dicho anteriormente, me encantan los crucigramas y basta que uno de ellos se aparezca ante mis ojos para que yo trate de solucionarlo a como dé lugar. Haciendo un parangón, a veces, a menudo más bien, pienso que mi propia vida es un puzzle. Sin tener la certeza si he quemado las etapas necesarias, busco una palabra que cruza fulgurante en mi horizonte y pienso que no, la envidia no cabe en este rectángulo imaginario, me sobran letras y no atino a dar con ellas, la pereza, sí, la pereza sí calza justo en un espacio de seis letras, pero más abajo, un tramado amplio, tan amplio que cabe allí mi imaginación, eso es, la palabra precisa que da inicio, sin embargo, a otro espacio vertical que armoniza con timidez, palabra sólida y precisa que no admite sinónimos o si los tiene, son tan tímidos como ella.

Me gustaría encontrar la palabra sabiduría en este puzzle de mi vida, ya que con ella podría resolver, de una sola vez, un montón de palabras a medias. Pero no, la sabiduría no está ni nunca lo estará, por lo que elijo intuición y de paso resuelvo las palabras destino y vocación, ambas bosquejadas con pulso resuelto.

El crucigrama de mi vida está lejos de ser solucionado. Orillean palabras desconocidas y el centro mismo, en donde debiera estar mi corazón, no rima con nada más que con sinceridad, que sí está colocada firme, aunque lo desmienta la palabra mentira que cae como un baldón. Sigo vagando por ese mar de letras no resueltas, tantas, como las dudas que nacen a cada paso en mi existencia atiborrada de palabras más que de hechos.

Pero allí mismo, en ese centro exacto de mi propio desconocimiento, aparece de pronto la palabra ella y aunque parezca mentira, tan corto vocablo, tan menuda palabrita, me alumbra esa maraña de caminos verticales y horizontales, para continuar tratando de develar mis incógnitas y solucionar, de una vez por todas, el difícil puzzle de mi vida.

Esto no termina aquí...