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Nacido y criado en Quinta Normal, bajo el amparo protector de padres y abuelos, crecí junto a mis hermanos en una enorme casona de la calle Edison. En aquellos años, la Radio –en rigor, la del vecino, ya que nosotros no poseíamos aún ese mágico artefacto- abría una ventana en nuestra imaginación y a través de las voces de connotados cantantes, nos transportábamos a mundos lejanos. Sinatra, acaso uno de los más recurrentes, con su gorjeo privilegiado, era el guía turístico que nos conducía a su ámbito plagado de humo, rascacielos y misterio. Sus aterciopeladas melodías sugerían negocios oscuros, amores infieles y balacera segura.

Una de nuestras aficiones, acaso la más barata de satisfacer, era la de asistir casi todos los días a los cines de la comuna, en donde, por unas pocas monedas, uno podía darse un atracón de películas.
Fueron los cines Maipo, Alhambra, Minerva, Ideal Cinema, Diana y Barraca, ingenio de los empresarios para satisfacer la demanda de los enfervorizados amantes de la atrapante pantalla grande, quienes nos conducían a ese recinto en tinieblas en donde, paradójicamente se nos iluminaba la existencia.


El cine Barraca consistía en una enorme construcción de madera que se habilitó en el Polígono, allí mismo en donde para los Dieciocho se realizaban animadas fondas y que durante el año, era escenario de reñidos partidos de clubes de barrio. A ese flamante cine con olor a pino y nostalgia incluida, concurría en masa toda la familia para solazarse con una larga jornada de acción, romance y suspenso. En esas modestas butacas, nos fascinábamos con las imágenes, soñábamos con los ojos abiertos, deslumbrados ante tanto color y fanfarria, en otras palabras, nos atoramos de cine y aún así, nos hicimos adictos al rito de asistir una y otra vez a esas liturgicas salas para reencontrarnos con las estrellas, tantas como las que existen en el cielo y todas fulgurando para nuestra dicha y devoción.

A tanto llegó el vicio, que, en la oscuridad de mi pieza, imaginaba que de pronto se encendería la ampolleta de una proyectora y comenzaría a desarrollarse alguna entretenida escena con mis héroes de turno. No intuía siquiera que algunos años más tarde, la televisión satisfaría con creces tales sueños y el mismo Sinatra, secundado por sus secuaces, ingresaría impunemente a nuestras casas para decirnos a viva voz que nunca se fue en realidad y que sólo aguardaba esta magnífica oportunidad que le brindaba la tecnología.

En mis divagaciones infantiles, sin embargo, cuando los cines eran amos y señores de nuestra voluntad, imaginaba que las estrellas famosas residían en San Pablo con Robles, en Matucana y en Mapocho, en calle Buenos Aires y en el Polígono, lugares sacrosantos en donde se tejían sueños y aventuras, intrigas y carcajadas. Lugares invadidos en nuestros días por templos evangélicos y discoteques. Allí, donde antes se soñaba, ahora se reza, donde antaño nos comíamos las uñas por la angustia de una acción, ahora se baila y se brinda. Vivimos otros tiempos, sin lugar a dudas y es aquí donde me doy cuenta que, en realidad, todo tiempo pasado fue mejor, porque tiene el agridulce sabor de la melancolía…




















































































Texto agregado el 12-10-2007, y leído por 237 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
16-10-2007 He podido traer a mi recuerdo olfativo el olor a carne humana y su respiración espesa en el ambiente del cine Aliatar, en la Avda. del Cid de Valencia. El perfume a "barquillos" y a pipas de girasol tostadas, pelada y masticadas. Las últimas filas de butacas sólo para parejas, los más pequeños que lloraban durante la escena de más suspense, mientras el agente 007 buscaba bajo las aguas del océano la entrada del reino de Mal para vencerlo. Me has movido posos de sensaciones inolvidables cuando la técnica nos dejaba respirar humanidad y había más trato entre vecinos y familiares. Tu prosa fluida y bella ha hecho de máquina del tiempo conmigo. Gracias.***** graju
14-10-2007 - Vivimos otros tiempos, sin lugar a dudas y es aquí donde me doy cuenta que, en realidad, todo tiempo pasado fue mejor, porque tiene el agridulce sabor de la melancolía… - casi, casi diría que nos estamos poniendo en paralelos " colores sepia ", son recuerdos hermosos, solo lo sabemos aquellos que los vivimos, la radio, los rotativos, las estrellas del cine, la música, la vida en el barrio, algo que ya dejó de existir hace mucho tiempo, ahora nos preocupamos por estar " seguros " en nuestras casas y ni sabemos quién vive al frente o al lado. Me encantaron tus recuerdos, similares a los míos, tú eras un niño con tu perspectiva, yo una adolescente con la mía, el barrio, la radio, el cine el " denominador común " ,agradecida de que los hayas compartido, ¿ quién podría haberse olvidado de Frank Sinatra ?, tú no, yo tampoco. Disfruté mucho de la lectura, como siempre impecable en su redacción, muy amena, ¡ felicitaciones ! cuatro décadas de estrellas. Ignacia
 
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