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Inicio / Cuenteros Locales / mariog / EDIFICANDO LA NOVELA (II)

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Uno de los prejuicios más difíciles de romper se relaciona con la pretendida “supremacía” de unos autores sobre otros. Así –en boca de muchos críticos, de comentaristas, de grandes sectores de egresados de carreras afines con la Literatura, de teóricos, estilistas y otros aficionados-, aparecen los “grandes”, los “mejores autores” y, por extensión, las “mejores obras”. Cuando, curiosos y ya poseedores de cierto criterio personal ganado a costa de lecturas independentistas, tomamos contacto con estas pretendidas “glorias de las letras”, descubrimos que no existen fundamentos para tal fama. Más aún, hallamos que el denominador común de tales escritores suele ser su preferencia por contar en el modo convencional. Cada uno a su manera pero ajustándose sin desobediencias a la estructura canónica del narrador a lo divino.

En base a lo señalado antes podemos aventurar que esta prevención en realidad no es más que una oculta defensa de la comodidad de los lectores, entre los cuales se esconden críticos y teóricos. No en vano hay más comentaristas de Flaubert que de Joyce...

La arbitrariedad indicada da pie a otra no menos perjudicial: el sostener que después de los “monstruos sagrados” queda muy poco por decir. Y si acaso llegara a aparecer alguna temática novedosa, no falta el avisado que inmediatamente establezca comparaciones, parentescos o peligrosas similitudes. Si nos ponemos a leer seriamente (es decir, despojándonos de las malas costumbres y de las tendencias convencionales), hallaremos que aún los temas de los mentidos “grandes” se repiten de uno en otro. La soledad, el desamor, la angustia, las costumbres, las historias nacionales, las creencias o la falta de ellas, la pasión, los excesos, los personajes míticos, la injusticia, la ciencia... ¿Qué escritor puede apartarse de estos tópicos? Que, por lo demás, son susceptibles de caber en una sola palabra: la existencia.

En ambos casos se incurre en un imperdonable yerro: la originalidad de un novelista no está en el tema sino en su inalienable visión del mundo. En su experiencia de vida y en sus circunstancias propias, la clave de su estilo. Y para esto no existen fórmulas ni moldes ni esquemas ni modelos. Sí, en cambio, posibilidades de sacudirse de encima los preconceptos y ser libre. Es decir, decidir con absoluto criterio, que es lo que queremos ser: escritores únicos o simples y renovados discípulos de desaparecidos maestros. Aunque, en el fondo, también para este asunto vale la máxima sanmartiniana: «Serás lo que debas ser o no serás nada»...

Pero no se agotan aquí los prejuicios. Cada vez que se habla de esos otros escritores que irrumpieron en el territorio de la novela tradicional para innovar con sus propuestas subversivas e inquietantes, surgen por doquier los biógrafos que aportan sus hallazgos sobre las alteraciones psicológicas de Kafka, las enfermedades de Artaud, la homosexualidad de Genet, el alcoholismo de Faulkner y toda una interminable lista de patologías, desviaciones, adicciones, hábitos, costumbres, desventuras y oscuridades de toda clase. Como insinuando que tales “padecimientos” justifican de alguna forma, sus desobediencias al orden tácitamente impuesto por los convencionalismos.

Lógicamente también surgen los anecdotarios opuestos para revelar secretos de los consagrados por la tradición. Aunque en este caso los descubrimientos no dejan de tener cierto brillo de oros viejos. La prisión de Cervantes por medrar a costa de la administración imperial no se comprende como un hecho delictivo sino como un disparador de su genio; las adicciones de Balzac, como un rasgo de su genialidad; los excesos de Tolstoi, como una nota de color; los amores equívocos de Shakespeare, como un desvarío de su vejez. Los ejemplos se multiplican pero conservan, entre líneas, la misma tendencia de disculparlo todo en nombre de su grandeza.

Para los novelistas revolucionarios –y también para quienes proponemos que no hay beatificaciones ni sitios de principalía ni ídolos literarios-, no hay atenuantes ni treguas. Y en la misma medida que se procrean los lectores inteligentes se potencia la intranquilidad y el desvelo. Y las miradas por sobre el hombro, la sospecha. Cierto inexplicado temor ante las vanguardias que saludablemente desacralizan y pisotean tanta fama infundada y tanta ignorancia revestida de oropeles...


Mario G. Linares.-

Texto agregado el 28-03-2004, y leído por 466 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
30-12-2004 He leído los dos textos y me han parecido muy interesantes. Aunque me queda una pregunta rondando por la mente. ¿Qué posibilidades tiene un escritor de innover de manera considerable la estructura de la novela tradicional y ser lo suficientemente leído como para que se le reconozca sus logros? Hoy en día pareciera que se respetan las diferencias en el estilo, pero no en estructura. Y los lectores, debido quizás al ritmo de vida acelerado, buscan lecturas predigeridas. Saludos. TheWillow
10-09-2004 Fe de erratas: Dice; cometario= comentario intenta=intentan subersivo=subversivo y otros más disculpen. alcestes
10-09-2004 He leído tu artículo y tengo algunos cometarios que me gustaría compartir contigo: Efectivamente existe una gran mayoría de personajes cercanos a la literatura que intenta en cierta forma dar a saber que en el idioma español, después de Cervantes no queda nada. Esta es una forma de proteger el idioma de algún atentado "subersivo" a las letras. Es hasta entendible su inquietud al saber que el idioma al que tanto se han dedicado sea presa de algunos "improvisados"(según ellos) en las letras. Este comportamiento es común en todas las áreas de las letras y las ciencias. Por otro lado, se ha detectado muchos cuadros patológicos en los destacados artístas y escritores, pero creo que el determinar que una persona haya tenido algúna alteración mental o emocional no le quita mérito a su genialidad. Esto sucedía porque su percepción extraordinaria de el entorno la canalizaron (toda la vida han existido "locos" y que si bien sus trabajos nos dan una visión interna y escalofriante de lo que también es el ser humano, muy pocas llegan al nivel de obra de arte) y con el uso de la estética, la introspección y el conocimiento profundo de su sociedad hicieron de esta "deficiencia" una obra de arte. Claro, hay que entender que ahora estamos en una época en que lo "normal y bello" vende y lo antisocial simplemente queda excluído. Hecho que también ha sucedido en otros tiempos por ejemplo Holderlin lo recluyeron en un sanatorio a los 30 años y 30 años después murio enloquecido, casi 200 años después una universidad alemana lo descubrió y lo hizo de lectura obligatoria en sus programas de estudio. Sólo así fue rescatado del olvido Con respecto a la sacralización de los autores, es exagerado decir que todo lo que ellos escribieron era "excelsa literatura" por ejemplo Victor Hugo escribió cualquier cantidad pero la mayoria de esos textos son intrascendentes y lo mismo sucede en el caso de Stendhal. El único consuelo es que la humanidad nunca se ha equivocado y ella a reconocido a las grandes obras de la literatura que han evolucionado las letras. Hay que pedir que quienes pretenden hacer respetar, a costa de una nueva generación, las tradiciones, no crean que ya no hay posibilidad de innovación. Para lograr el respeto de los cultores de la buena literatura esta tarea debe hacerse con pleno conocimiento de los predecesores, sólo así existirá la posibilidad de que la época que nos a tocado vivir tenga algún lugar en la historia de las letras, ya que si lo hacemos mal seremos ignorados y calificados como un época en la que se practicaba la literatura menor. Un abrazo. alcestes
01-04-2004 Me ha gustado mucho. He sentido una fina ironía debajo de tu reflexión que me ha hecho sonreir.He agradecido el tono de charla de café, cómplice y retadora, que no ha caído en la tentación del discurso aletargado de conferencia de literatos. Gracias, todo un placer haber llegado aquí. Nina. Flor_marina
28-03-2004 Un punto de vista muy interesante y que comparto, aunque en la vida habría sido capaz de expresarlo tan bien... yoria
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