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Cuento de Navidad

Una sombra invisible se había trasladado a los pliegues de la frente y nublaba su mirada. Los ojos percibían a los transeúntes, los vehículos, los escaparates…pero no veían.

Había salido dos horas antes del trabajo, unas monedas en el bolsillo y un peso en el alma que era tan real. ¿Estará el alma detrás del esternón? Es ahí donde le pesaba tanto, que respirar se le hacía difícil.

Cristina, su mujer, pasada de cuentas, lucía una hermosa barriga portadora de Pedrito. Salía de la verdulería de ultimar algunas compras para la Nochebuena y, agarrada al carrito, se dirigía hacia su casa a preparar lo necesario para hacer viaje al pueblo de sus padres y celebrar allí la Navidad.

¿Cómo decirle a Cristina lo de su trabajo? Le diría que… Nada, no le va a decir nada, se levantará como siempre y con su almuerzo bajo el brazo saldrá de casa como si fuera a trabajar, al menos mientras no nazca el niño.





“15º CERTAMEN DE MAGOS E ILUSIONISTAS EN MADRID”

Aprovechando estos días festivos, se celebraba en el Palacio de Congresos de Madrid este evento que venía atrayendo año a año a centenares de magos e ilusionistas de todo el mundo.

Tres de esos magos provinentes de distintas partes del globo sabían de la secreta presencia del más grande mago de la historia y que únicamente se dio a conocer por la firma en los documentos que explicaban los distintos números de magia, que vendía a precio de oro siempre de manera oculta.

Su sello, dos peces, uno más en alto que el otro, con las cabezas mirando en sentido opuesto, unidos por un hilo de boca a boca, como el signo zodiacal de Piscis.

Uno de los magos arribaba al aeropuerto de Barcelona desde Pekín, allí se encontró con los otros dos colegas, uno sueco y el otro, un negro alto procedente de Egipto.

Tras los saludos preliminares trazaron un plan para contactar con el gran mago velado.




Cristina y su marido trasladaban los pocos trastos que necesitaban al viejo coche.

Haciendo un equilibrio difícil, la joven mujer embarazada pudo sentarse en el asiento trasero, con el fin de no exponerse delante a un frenazo y acabar herida.

Enfiló su vehículo el futuro papá hacia la autovía de Madrid. Atardecía en aquel duro invierno ese veinticuatro de diciembre. Un movimiento grande en el interior de la barriga le obligó a cambiar de postura a la mamá en ciernes, se santiguó para proteger el viaje y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento.

El sol caía lento ante su vista dejando vedijas de carmín en las nubes coronadas de luz.

Juan encendió la radio del coche para evitar que sus pensamientos pudieran ser percibidos de algún modo por su mujer.

La noche fue cerrando su enorme boca en el horizonte y dejó que cada cual se valiese de sus medios para ver por donde circulaba.





Los tres magos alquilaron un vehículo y se insertaron en la autovía Barcelona-Madrid.

Mientras el sueco conducía, en el asiento trasero el chino mostraba, al de Egipto, un nuevo juego de magia. Posó sus manos sobre los muslos del compañero como para indicarle que no las iba a mover de allí. De un botón de la chaqueta comenzó a salir un humo blanco espeso que cesó de salir muy pronto, de tal modo que parecía una voluta de cigarrillo. Ascendió lentamente mientras se hacía un pequeño ovillo y se posó sobre el hombro del negro, cuyos ojos se movían a gran velocidad para captar donde estaba el truco. Antes de que lo hallase, la bolita de humo blanco se fue diluyendo dejando ver en su interior una pequeña ratita blanca de ojos rojos como rubíes.

Fue solo entonces cuando quitó las manos de las piernas del compañero. Este había dado un pequeño respingo al contemplar el pequeño animal pero reaccionó con una gran sonrisa de admiración.

¡Eh! ¡Mirad eso! – Exclamó el nórdico.

Los tres miraron hacia donde señalaba y se quedaron atónitos cuando vieron en la luneta trasera de un vetusto coche, dibujado sobre el vapor interno del cristal, el símbolo de Piscis. La mano que acababa el dibujo se separó del cristal cuando unió ambos peces por sus bocas con un hilo.

Decidieron no separarse de ese vehículo, circulaban a unos cien metros de él en la fría noche navideña.





Faltaban aproximadamente ciento cincuenta kilómetros hasta Madrid, La joven premamá acababa de dibujar su signo zodiacal sobre la luneta trasera cuando, un dolor muy fuerte contrajo la cara de Cristina, al poco tuvo otro y otro más tarde y uno más fuerte aún que los anteriores. Temeroso Juan de que no llegasen a Madrid a tiempo de internarla en algún hospital para dar a luz , tomó la decisión de salir en el primer desvío.

Intentaba calmarla a ella cuando en realidad era a él a quien había que calmar pues dio un volantazo brusco para salir de la autovía y buscó en la oscuridad del monte algún indicio de población que pudiera acogerlos.

El vehículo que les seguía no pudo parar para desviarse a tiempo y siguió hasta encontrar la siguiente salida. Quedaron desconcertados y, a la vez, convencidos de que habían sido descubiertos por el mayor mago de la historia y se había querido zafar de ellos.

Juan y Cristina pedían a Dios encontrar pronto algún lugar que les resguardase del frío mientras los dolores se repetían con mayor frecuencia.

Varias luces en medio del monte les sugirieron que habría alguna casa. Doblaron por el primer camino que subía hacia allí, despacio, por los grandes baches en la tierra. La parturienta no podía reprimir algún quejido, lo que a Juan le aceleraba el pulso.





Cinco pastores, con sus linternas, vociferaban en medio de la noche mandando a los perros para que ordenasen el ganado en círculo. Discutían entre sí por no haberse hecho caso unos a otros antes de que llegase la oscuridad. Una mula y un buey porteaban las tiendas y los enseres de cocina, el rebaño era de dos mil cabezas sorteando valles y montañas en una larga travesía trashumante.

Uno de los pastores, el más viejo, les indicaba que era por allí donde estaba la enorme paridera, que podrían estar al abrigo de una buena hoguera dentro, como habían hecho otras Nochebuenas.

No estaba el ambiente para Nochebuenas entre los pastores; seguían discutiendo y echándose culpas unos a otros cuando el haz de luz de una linterna tropezó con un muro de piedra en medio del polvo producido por las patas del rebaño. Habían conseguido encontrar aquel corral con paridera en el monte por fin.

Movieron a sus perros pastores para introducir el ganado en el corral y con el buey y la mula entraron a lo que podría llamarse la antesala de la paridera, un cuarto con chimenea y algunos asientos de piedras y troncos cortados.

Rápidamente encendieron una gran hoguera en aquel hogar de pastores, la luz del fuego salió por la puerta y fue faro en la noche para los que buscaban refugio y seguridad ante el próximo parto.





Las luces del coche de Juan y Cristina ascendían despacio por el accidentado camino entre los pinos. Diez eternos minutos tardaron en llegar hasta el rebaño. Los perros armaron tal alboroto que salieron dos de los pastores por ver qué sucedía. Al contemplar aquel viejo coche subiendo las últimas cuestas hacia ellos, se preguntaron si no sería el dueño que venía a echarlos de allí. Salieron de dudas rápidamente cuando apareció Cristina y vieron su estado. Acudieron rápido a socorrerlos y apenas dijeron palabras inconexas de ayuda y socorro. Entre los tres hombres la introdujeron en la paridera y la depositaron sobre varias mantas cerca del fuego. El pastor mayor gritó a sus compañeros que sacasen agua del pozo y pusieran el caldero a calentar sobre las llamas, que iban a necesitar agua caliente. A otros dos les dijo que buscasen entre sus enseres toallas limpias. Los pastores despotricaban del viejo que tanto les mandaba y discutían entre ellos tratándose de burros.





Mientras tanto, un vehículo había salido de la autovía y buscaba a otro que había hecho lo mismo en la salida anterior. En el interior las amigables caras de tres magos se habían tornado hoscas por la falta de atención del conductor al haber dejado escapar el coche que perseguían y este con los otros por estar jugando a la magia en lugar de avisarle a tiempo de aquello que era de interés para los tres.

Un rayo de lucidez estremeció al chino cuando observó que desde la estrella polar podría trazarse una vertical perfecta con la luz que se divisaba en lo alto de un monte. Convenció a sus compañeros de que debían llegar hasta allí, el automóvil perseguido no podría haber llegado muy lejos y no se veían en muchos kilómetros a la redonda luces de coche en marcha.

La casa donde confluían la vertical de la estrella y la luz interior de la hoguera no era otra que la paridera donde acababa de nacer Pedrito, hijo de Juan y Cristina.

Bajaron del coche y a tropezones en la oscuridad y empujándose por llegar uno antes que otro, entraron en la estancia iluminada por el fuego.

Juan estaba sentado junto a las mantas que sirvieron de cama a Cristina y esta, con el recién nacido en brazos, apoyaba la espalda en las piernas de su marido.

La mula y el buey cubrían los flancos para resguardar el calor.

Las piedras de las paredes se habían calentado y, aunque un ventanuco sin cristal dejaba pasar el aliento frío de la noche, allí adentro se estaba muy bien.

Los pastores habían dejado de molestarse unos a otros y bebían de sus botas de vino, alegres por haber resuelto bien en unos momentos tan trascendentes.

Los magos se arrodillaron para ver al Gran Mago anunciado desde siglos atrás. La estrella polar brillaba allá a lo lejos entre la verja de la ventana, era la señal, pero, sin esperarlo, sonrió el niño . El mago negro pensó: “Este es el mejor juego de magia que he visto en mi vida, su sonrisa nos ha contagiado a todos"

Y la mayor armonía reinaba entre aquellas paredes de piedra.



CON TODO EL CARIÑO QUE PUEDO OFRECER A MIS AMIGOS CUENTEROS POR SU COMPAÑÍA Y AMOR.
JUAN



Texto agregado el 24-12-2007, y leído por 304 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
04-01-2008 Navidad bien contextualizada en tus letras. Siempre que nace un niño y una estrella de esperanza amanece en un corazón cualquiera es Navidad. Y "el sol deja vedijas de carmín en las nubes coronadas de luz." azulada
30-12-2007 Maravillosa versión actualizada de lo que representa la Navidad y su historia.Me ha encantado,germanet.Besos y ******* boira
30-12-2007 Tú tienes esa tremenda capacidad que conozco... benditamente... de contagiar un espíritu de luz, amor y sonrisas. Eco de tu alma. Eco de tu sangre. En ella, me reconozco. En ella, vivo. Un abrazo eterno. Adri cromatica
29-12-2007 Qué cosa más tierna. Tiene este cuento mucha más magia de la que cabe en esta páginza azul entera. Preciosa historia que nos transporta a otro gran nacimiento recordado por siglos y siglos. Un abrazoy Feliz Navidad. claraluz
28-12-2007 Estoy seguro, Juan, fué tal y como lo cuentas, jeje.Me ha encantado. naju
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