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IV. 1. Entre curas y frailes.

No tengo suerte con el trabajo, pero me sorprenden las oportunidades de viaje que me brindan últimamente. Hasta hace poco, rechazaba cualquier invitación que supusiera dormir fuera de casa y pensaba que me tomarían por cara dura o aprovechado. Vencido el pudor de las primeras experiencias, hoy acepto gustoso y además, estoy convencido de que es un gesto muy valorado. Hay mucha gente con posibilidades económicas para conocer lugares soñados, pero por falta de tiempo o compañía apropiada, no lo pueden disfrutar.

Así, surgió que casi recién llegado de los bosques donde habita el oso, un viejo conocido del barrio y con el que coincidía a menudo, viajante de una importante fábrica de embutidos y con recuerdos y alguna cuenta pendiente del tiempo internado como seminarista entre los 10 y los 13 años, me propuso realizar a pié el último tramo del camino de Santiago. No soy nada religioso y mis creencias, con tantas sombras y lagunas, que ni sabría explicarlo, pero me gustó el plan y acepté. Iríamos en su coche hasta el Monasterio Benedictino de San Julián y Santa Basílisca, en Samos (Lugo) desde donde iniciaríamos el camino a pié y también se ocuparía de la gasolina y parte de alimentos, a base de envasados de los de su actividad.

Pernoctamos los 3 primeros días en la hospedería del propio Monasterio, participando de las comidas y algunos ritos y actividades del Cenobio, que interesaban a mi amigo para comparar con sus viejas andanzas y también, disfrutamos de paseos y visitas a poblaciones del entorno.

El Monasterio, está ocupado por apenas 12 solitarios y extraños hombres, la mayoría en edad de merecimientos de compañía y atención familiar, que ocupan un caserón Cenobio con capacidad para albergar 500 estudiantes y los correspondientes cuidadores y profesores para su formación. En pleno siglo XXI, practican una vida anclada en la edad media, con recia y dura disciplina monacal dedicada a rezos, misas, comidas en silencio y únicamente amenizadas por la lectura monótona de pasajes evangélicos y bíblicos que un fraile va leyendo, mientras los demás (frailes y hospedados) masticamos en silencio, cavilaciones y la ración correspondiente a cada comida.

A través de las rendijas que practica el clima y el tiempo sobre la madera, alcancé a ver dos mujeres en dependencias separadas y ocultas a la vista, pero desde donde salía la comida, que nos servía un monje de los más ancianos, escasamente útil como camarero y al que ayudaba otro monje más joven y con apariencia de haberse incorporado recientemente. Absoluto silencio, salvo la voz del que leía y el ruido del roce de cubiertos con los platos y todos, pendientes de la comida y de la lectura, sin levantar los ojos del plato. Nadie mira a nadie, ni siquiera cuando se sirve la comida o se recoge la vajilla.

Todo parece marcado por una rutinaria disciplina de algún reglamento y en cada acto, parece que fuesen 10 veces más los actuantes, que los que realmente lo realizan. Así, siempre es el fraile Prior, quien inicia y dirige la acción, tanto de rezos, cánticos o ceremonias religiosas como la misa y también, quien abre y cierra los momentos de la comida.

Un tercio del grupo (como 4) superan los 85 años y se les ve renqueantes y ayudados de una muleta o bastón para caminar. No hablan entre ellos y aunque viven y van en grupo a todas partes y en fila y en silencio, más parecen un grupo de vecinos enfrentados y esperando una sentencia del alcalde, en un bando que beneficie a todos, que seguidores de un líder y entusiasmados con la tarea o misión que proponga. Dos o tres, no deben superar la edad de unos 35 años y son los más dóciles y los que actúan de monaguillos o ayudantes del Prior en misas u oraciones y uno de ellos, también, repartiendo fruta o poniendo más pan, durante las comidas. Tiene cara de chico grande, mal estudiante y muy bruto. No parece muy afable, ni dotado para las relaciones con los demás. Ninguno sonríe nunca, cuando actúan en grupo y se les ve pendientes de sus pensamientos y meditaciones que hacen, todos con la cabeza inclinada y muy metidos, en sus propios pensamientos.

Dentro del grupo los hay que, siendo monjes, no son sacerdotes y así, el que se ocupaba de la hospedería y por tanto, obligado a hablar con nosotros, de acento canario y con cierta gracia por la entonación y manera de desenvolverse, comentó que lo querían ordenar como sacerdote, pero de momento, se resiste. Cauto y buen conversador, resulta ameno y divertido y parece instruido. Dice gustarle la poesía y hace ripios y sonetos con intención de publicar algún día. Parece satisfecho de su suerte y no tiene más aspiraciones que morir santo. No conoce otros Monasterios, ni siquiera lugares que le llamen la atención. Conoció esto por casualidad y se quedó y no conoce muchas otras cosas, salvo lo que le descubren los libros que, a lo que parece, se relaciona con asuntos litúrgicos, milagros y vidas y vivencias de Santos.

También nos avisó de que la pasada noche, alguien en la hospedería, se quejó de haber oído ruidos extraños y hasta tuvo la sensación de que alguien se coló en su habitación; primero, con ruidos en el baño y después, alrededor de su propia cama. Dice, que dijo el cliente, que se levantó e hizo algunas fotografías con su máquina digital, pero no hay manchas o sombras y solo aparecen elementos de la habitación, lamentando no tener una grabadora para registrar los ruidos y las pisadas que le despertaron, causándole ansiedad y angustia y posteriormente, miedo. Añade el monje, que además de cambiarle de habitación, le facilitó su número personal de teléfono por si esta noche, se repiten los ruidos o la sensación de que alguien visita otra vez la habitación, para que le avise para ayudarle. Nosotros, todos a una, señalamos que también quisiéramos que nos avisara para conocer de cerca la situación y tratar de ver y/o cazar al fantasma. A mí me encantaría.

Texto agregado el 11-01-2008, y leído por 686 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-01-2008 Misterioso,la verdad.Esto de tener que ver con monjes y monasterios hace que esas cacofonías sean reales,aunque pienso,por lo poco creyente que soy,que algún monje tiene que ver con esos ruidos (provocados,no sé). australi-a
11-01-2008 Qué fluidez en la prosa, atrapante. Volveré a ver qué sigue. eride
 
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