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a manera de cómo empezar

A veces como ahora aprovecho la tarde fresca y airosa de Berriozabal para poder cabecear y para ponerme a repasar las nostalgias que poco a poco invaden cada vez más mis pensamientos.
A veces como ahora me dejo llevar por la melancolía sin otro gatillo disparador en mi cerebro que el dulce sabor de un turrón de clara y azúcar deshaciéndose en mi boca, -a veces solamente esto basta para remontarme en el tiempo y descubrirme de nuevo en San Antonio-, otras veces suele ser el aroma del café, y otras mas el sonido de un “solo” de marimba, el eco de esas maderas que de tarde en tarde reviven en mi alma y me llevan de nuevo a dar vueltas y vueltas en el parque de mi pueblo.
Está también la oscuridad que de nuevo despierta ancestros sentimientos de miedo, cómo no dejar de pensar en aquellas noches solitarias y oscuras como cueva de lobo, con rumbo al pueblo, o de vuelta de éste al rancho; el temblor recorriendo mi cuerpo con el sólo hecho de pensar en el sombrerón, o en el quebrantahuesos, ni que decir de la famosísima llorona; hoy en esta lejanía con tantas luces de por medio pareciera que todos estos fantasmas se evaporaron por el cielo, no obstante basta con asomarme al huerto en una noche oscura para volver a pensar en ellos y traerlos desde su pasado a mi encuentro. Tengo que aceptar que extraño aquellos hormigueos por la espalda mucho más románticos que los que me provocan tantos asesinatos y secuestros con los que tengo que dormir después de ver los noticieros.

¡Hay tantas almas en penumbras y tantas ilusiones que he vivido!

Tantos también los que han marchado antes que yo; rebase ya los 75 años de mi vida, ---tres cuartos de un siglo-, como comprenderán mis recuerdos están invadidos por seres que han partido y que sin embargo continúan perviviendo a través mío; con una frecuencia cada vez mayor llegan a mis oídos las noticias: -falleció tal, o cual- y de nuevo las imágenes en mi memoria. Talvez encerrarme a cal y arena para cerrarle el paso a mi destino, o mejor aun, seguir el día a día de mi vida con sueños por delante compartidos entre mi mujer y mis hijos.

Esta historia no necesariamente tiene que ser la verdadera, habrá otros, mis hermanos entre estos, que tendrán también sus propias versiones de los hechos. Sin embargo más que pretender un diario, al verse los hechos confundidos con mis sueños y con mis desvelos me apuntare mejor a un noctario forjado entre los gritos del silencio nocturno, oscuro y sereno.
En este mi mundo las noches han estado siempre colmadas de sonidos externos, no solamente han sido los eternos chirridos de chicharras y grillos, los cantos noctámbulos de búhos y matutinos de los gallos, o del croar de ranas y sapos, han estado también los murmullos del viento, y sobre todos estos sonidos, los del silencio de la serena paciencia de mi mujer y los de las tristezas y las alegrías de hijos y nietos.

Ahora ya en esta madurez puedo voltear los ojos hacia la lejanía de los tiempos y sentir que cada uno de mis pasos tuvo a bien traerme hasta estos terrenos; necesariamente hubieron fracasos que abatieron mis alas pero que me dieron nuevos bríos para remontar el vuelo, obligatoriamente también hubieron éxitos que nublaron mis sentidos; cuales fueron los mas y cuales fueron los menos seria larga tarea de reparar en cada uno, sin embargo, en esta tranquilidad de mi silla avejentada y sobre estos cojines hechos por mi mujer me puedo dar el lujo de pensar que fueron mas los éxitos y sobre todo que aun a estas alturas puedo seguir cosechando uno que otro, como buen pugilista ansioso de no dejarme caer desde mi cima.
Habré pasado frío y hambre, habré conocido el miedo, habré vagado en la soledad de algún camino real a lomos de caballo entre Tila y Petalcingo, entre el shock y Yajalón, habré sobado mis lomos forjando la madera con mi hermano Pepe, a puro pulmón desde las cuatro o cinco de la mañana. Pero habré también saboreado las mieles de un danzón o de un mambo, los mariscos y los paseos en alguna playa, el tequila que con solo sal y limón me permitía saludar de tu a tu al sol despuntando por el alba, habré saboreado sobre todo las largas sobremesas con mis hijos y las risas que provocan en mi la ocurrencia de mis nietos.

¿Ha sido fácil el camino?
Solamente desde esta perspectiva en la que estoy ahora, -cabeceando esta tarde en el tranquilo huerto de mi casa en Berriozabal-, podría concluir que no ha sido ni fácil ni difícil, y que si fueron hilándose una serie de historias a lo largo de mi vida, -encuentros y desencuentros-, he tenido la particularidad de que durante los últimos cincuenta y tantos años los he compartido con mi mujer.
Nada se compara al hecho de repasar con un dejo de alegría aquellas angustias que fueron perdiéndose con el divagar del tiempo, aquellas angustias que apretaron estrechamente mi alma, aquellas pérdidas que flagelaron mi conciencia, aquellas lagrimas que corrieron no solamente por mis mejillas si no sobre todo por mi corazón.

Ahora, sentado en el corredor de mí casa en Berriozabal y mirando allende mis recuerdos, se asoma no el pueblo que me viera nacer, si no aquel en donde empecé a tejer mis ilusiones, aquel cuya imagen primera en mi memoria es solamente un caserío en un valle rodeado de montañas y un río que lo parte a la mitad, con calles empedradas y techos de tejas, húmedo y frío, con la neblina que gotea de los tejados al despuntar el alba; verde, inmensa y profundamente verde: YAJALON

Texto agregado el 13-01-2008, y leído por 400 visitantes. (0 votos)


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