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Drogas e Información: Un paso necesario para la legalización
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El presente articulo versa sobre drogas. Esa palabra que tan difícil se ha vuelto. Ha sido convertida en una palabra ambigua, estigmatizada, definitivamente manoseada. Es una palabra que asociamos a enfermedad, muerte, dinero sucio, delincuencia, corrupción, abuso, y en general a todo otro concepto que permita referirse a los males y vicios que existen o se espera que existan en nuestra sociedad. Y en medio de este caos, se ha librado una guerra de proporciones inimaginables. Todos los estados han participado, todos han (hemos) sufrido, salvo quizás, los propios “narcos” y el sistema que alimentan. Hacia 1992 la cifra invertida en esta guerra, alcanzaba ya los 11.700 millones de dólares. En la actualidad, la cantidad destinada a esta guerra es de 15.900 millones de dólares.
Sin embargo, la legión de adictos pareciera seguir aumentando al igual que la legión de distribuidores a toda escala. Los operativos policiales, judiciales y terapéuticos (suponiendo que es posible darles esa calificación) han multiplicado también su número. Para qué mencionar al cuantioso número de presos relacionados con drogas y el atochamiento que causan en tribunales. En otras palabras, hemos ampliado la situación hasta niveles jamás antes vistos y aun así, el problema de drogas parece aumentar por minuto.

¿Legalización…? o la única vía de escape en esta locura:
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¿Cómo es posible, podría alguien preguntarse, que estando en presencia de los múltiples desastres que estas sustancias ocasionan se pretenda convencer que es necesario legalizarlas? Básicamente porque lo que se plantea, es que el problemas proviene de la forma en que hemos abordado el tema y no de la existencia de unas ciertas sustancias. Debido a que son prohibidas que hoy ocurre lo que ocurre. ¿Cómo es esto? Las drogas son sustancias esencialmente peligrosas. Para quien las utilice erróneamente pueden significar el comienzo de un miserable camino sumamente difícil de abandonar, capaz de arrastrar a la miseria no sólo al adicto, sino también a quienes le rodean. El adicto (a-dicto) está privado de decisión frente a una determinada situación. Es por tanto, un individuo arrastrado por las circunstancias, que lamentablemente suelen ser dramáticas. Este tipo de personas existen hoy y han existido siempre, desde los albores del tiempo. No así las dramáticas circunstancias que los rodean. Estas podrían ser disminuidas en gran medida aboliendo una prohibición que en vez de ayudar a los sujetos en su difícil posición, genera un drama que bien podría no existir.

La Prohibición:
El fenómeno prohibicionista no es para nada reciente. Y no ha tenido a las mismas sustancias como objeto de persecución cada vez que se ha presentado, pero sí los mismos efectos dañinos, como lo son un estímulo final al consumo, una estigmatización de los adictos (que sufren discriminación, soledad, deshonra, pero no encuentran ayuda), un consumo de sustancias más tóxicas, que evaden los controles de calidad y la inmersión en mundos delictivos por el sólo hecho de consumir un fármaco ilegal. Estas circunstancias, totalmente ajenas al mero consumo de un determinado fármaco, agregan a esa práctica todos los riesgos que no corren quienes consumen fármacos igualmente tóxicos, pero legales, como lo es el alcohol, una droga por demás peligrosa por tóxica (puede generar varias enfermedades), adictiva (crea dependencia física y psicológica) y muy asociada con delincuencia en sus más variadas formas, por no citarlo como causa de accidentes (de tránsito especialmente).

Efectos de la prohibición.
Los problemas que observamos con relación a las drogas no son causa en verdad de éstas sino que de su status legal, por lo cual debieran ser devueltas a la legalidad. Decir esto significa, primero, que las drogas no son malas per se, y segundo que los efectos que la prohibición ha tenido en la sociedad han sido nefastos, o sea que es esa prohibición la que causa los daños. Ahora, al abordar este asunto, parece sensato preguntarse cuáles son estos efectos dañinos.
Una de las primeras consecuencias que es posible identificar se refiere a la formación de redes de corrupción que hacen posible el contrabando y distribución de drogas. Quien pretenda negar su existencia, francamente se expone a hacer un soberano ridículo. No cabe duda acerca de la futilidad, e incluso perniciosidad, de intentar luchar contra una droga que se acostumbra consumir por la población. Pero por ahora, interesa analizar un poco una de las causas “científicas” de que sea imposible luchar contra las drogas y que se produzcan los resultados que observamos actualmente.

Los medios y el diseño de nuestra realidad: El manejo de la información y los focos de poder.
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Hoy en día, la gran mayoría de la gente está convencida que las drogas ilegales son malas, que sin ellas el mundo sería mejor, y que a fin de cuentas la realidad está clara: estamos inundados de unas sustancias que amenazan con echar abajo todo nuestro sistema social basado en la democracia, en la libertad y en la razón, mediante el reclutamiento de unas especies de zombis que llamamos adictos y que representan un moderno tipo de esclavitud, adaptado al siglo XXI.
Pero cabe preguntarse, cómo es que hemos llegado a creer eso. Si muchos de los tales adictos no lo son, y si la gran parte de los daños que observamos no son debido a las sustancias que culpamos, sino al status legal que pesa sobre ellas; ¿cómo es posible que el mundo entero se haya lanzado en esta guerra titánica e infructuosa, habiendo tanta pruebas de su inutilidad y contraproducencia? ¿Cómo es que estamos tan seguros de que la realidad es una muy distinta de la planteada en este artículo?
Básicamente, porque estamos sumamente desinformados. Ello, debido, al menos, a dos factores esenciales. Primero, que estamos en guerra. Esto define una terminología y una actitud frente al tema que impide, por ejemplo, la difusión propagandística de las formas correctas de consumir drogas. Al usar estas metáforas para describir el fenómeno se limitan sustancialmente las posibles soluciones aceptables. “Si realmente estamos en guerra contra las drogas, la despenalización sólo puede mirarse como una vergonzosa retirada”
Segundo, aunque en gran medida condicionado también por la terminología utilizada, está el considerable poder de los medios de comunicación para moldear nuestra realidad, pues de ellos recibimos una buena cuota de información relevante sobre lo que ocurre en el planeta. Las drogas son una prueba de ello.
¿Cuántos de nosotros esta familiarizado con sus efectos reales? ¿Cuántos saben lo que en este artículo se expone? Muchos (sino todos) sabemos que son un cáncer social, pero ¿cuántos estamos familiarizados con las bondades que pueden extraerse de ellas? ¿Para cuántos de nosotros es una preocupación este cáncer? Para muchos. Todos los días aparecen nuevas noticias sobre él, tanto en periódicos, como en televisión. Tan cierto es, que “en un período de 16 meses entre 1989 y 1990, la mayoría de los estadounidenses señalaron las drogas como la mayor preocupación de nuestra nación, por encima de la delincuencia el ambiente, los impuestos, los desamparados, la educación y el déficit”. Ahora, ¿cuántos de nosotros estamos preocupados por el cáncer generado a miles de personas producto de los desechos nucleares de los países desarrollados? Probablemente pocos, demasiado pocos. Muchos ni siquiera recordamos su existencia. Los peligros que podemos achacarles son sin duda, mayores que los que representan las drogas. De ello, sin embargo no existen titulares que nos lo recuerden día a día, ni espectaculares reportajes televisivos sobre heroicos policías desenmascarando a los demoníacos culpables. Esa parte de la realidad simplemente ha quedado fuera de la otra realidad, esa que nos presentan los medios como la realidad. De esa han quedado fuera los hechos y las teorías expuestas en éste y otros trabajos similares. Y así, datos como que “el 77% de los consumidores habituales a la cocaína están empleados regularmente” quedan fuera de la información que llega regularmente al público.

Marihuana:
En unos folletos informativos sobre la marihuana que proporciona el CONACE (Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes de Chile) puede leerse lo siguiente:
Efectos a largo Plazo: La marihuana y su potente sustancia química, el THC, causa anomalías en las células, altera la división normal de las mismas, afecta la composición genética de las nuevas células y reduce la inmunidad de las mismas, aumentando así la posibilidad de infecciones virales en las personas que las consumen.
El THC provoca el crecimiento de las áreas que están entre las células nerviosas. Esto tiene como resultado una transmisión deficiente de los impulsos nerviosos entre estas células. Estas deficiencias tienen varios efectos sobre el sistema nervioso que incluyen: dificultad en el habla, dificultad para entender ideas complejas, pérdida de la memoria, dificultad en la concentración o en enfocar un tema, hábitos irregulares de dormir, insomnio, cambios de humor, falta de coordinación en el cuerpo, disminución de la fuerza muscular, visión nublada y disminución en la percepción visual.

Comparar esta información con la contenida en “Las Bases Farmacológicas de la Terapéutica”, un libro de Albert y Louis Goodman y que representa una especie de “Biblia” de la farmacología, resulta bastante desconcertante, pues pareciera que los autores de tan prestigiado volumen, a la luz de la información entregada por CONACE, hubieran olvidado algunas cuestiones. Por ejemplo, no se mencionan las anomalías causadas en las células; ni en su división, ni en su composición genética, ni tampoco se menciona el crecimiento en las áreas que están entre las células nerviosas. Por otro lado, la asociación con las enfermedades respiratorias se hace con el hábito de fumar la marihuana o el haschisch, y serían provocadas por el alquitrán que se inhala y no por el THC. De hecho mencionan que “la respuesta aguda al THC (por vía oral, intravenosa o en aerosol) es una broncodilatación significativa y relativamente duradera para la cual se adquiere poca tolerancia”. Respecto de las dificultades en el habla, la falta de coordinación y otras, si bien se mencionan, también se hace referencia a que “se adquiere cierta tolerancia a estos efectos.” Sobre la visión nublada y disminución de la percepción visual, la única referencia que hacen los autores es que las “imágenes visuales son más vívidas y (se) oye con mayor agudeza. Estímulos visuales y auditivos sutiles antes ignorados puede cobrar una nueva calidad, y los sentidos no dominantes del tacto, el gusto y el olfato parecen realzarse.” Obviamente esto contradice a la información entregada por CONACE.
Las diferencias continúan, sin embargo. Según CONACE, la marihuana también puede producir impotencia, infertilidad (tanto en hombres como en mujeres) e incluso, malformaciones congénitas debido a la producción de espermatozoides anómalos o de su consumo por mujeres embarazadas. Según Goodman y Gilman (que es como suelen llamar al libro los médicos), “los datos publicados sobre los efectos de las grandes dosis crónicas de marihuana sobre la función sexual humana son contradictorios. Se mencionaron ciclos anovulatorios, concentraciones disminuidas de testosterona e inhibición reversible en la espermatogénesis. […] Cuando la madre se expone a cannabis durante el embarazo, la prole puede exhibir efectos persistentes sobre la conducta, efectos que se evidencian más en términos del aprendizaje y de la respuesta a los estímulos.” No hay mención a malformaciones.
Pareciera que en este folleto “informativo”, lleno de imprecisiones y de incorrecciones, se quisiera desprestigiar a la sustancia por sobre sus verdaderas implicancias más que entregar información veraz a la población. De hecho, en el mismo folleto, se habla de los casi axiomáticos síndromes de amotivación, la incapacidad para afrontar nuevos problemas, la dependencia, y la depresión más una serie de terribles efectos que ha de traer su consumo. No considera como variantes a las diferentes causas que llevan a un sujeto a consumir determinada sustancia y que determinan las distintas reacciones que ese individuo presente. Así, según Goodman y Gilman, “no cabe duda que esto puede deberse en parte a factores ajenos al consumo de cannabis y, por lo tanto es difícil elucidar la contribución del uso de la droga en cada caso particular”.
No siempre se utiliza marihuana evasivamente, sino que es posible pasar simplemente un buen rato; puede buscarse conocimiento o experiencias; puede ofrecerse para incitar a la hilaridad y el disfrute, como hacían los romanos. Su uso puede ser bastante sano y no significar más que lo que significa beber un par de cervezas en una buena fiesta. El cómo se vea depende de lo que se diga sobre ella y de la realidad que se diseñe a su alrededor.
El MDMA : Extasis desbocado.
Otro folleto emitido por el mismo órgano (CONACE), esta vez dedicado al éxtasis (metilendioximetanfetamina o MDMA), señala como efectos de la sustancia en “dosis usuales”, la disminución de la respuesta sexual, la subida de temperatura corporal y sequedad en la boca, entre otras.
También este folleto es incorrecto. No es efectivo que la respuesta sexual disminuya. La sequedad bucal, por su parte, es producto de la subida en la temperatura, que a su vez significa un aumento en la cantidad de agua desechada en la transpiración y es en efecto peligrosa, porque puede llevar a una deshidratación. Pero el folleto de CONACE no dice que, debido a ello, es imperativo que el consumidor beba grandes cantidades de agua, en especial si va a realizar actividades físicas, como bailar toda la noche. No se ha enseñado nada útil sobre la droga, salvo que es mala.
Tampoco se menciona cuáles son esas “dosis usuales” a las que se refiere. Sin embargo, las cantidades a consumir parecieran ser de importancia capital, pues en “dosis altas”, indica, puede causar la muerte. Agrega que esta posibilidad se agrava si es mezclada con alcohol. Tampoco hace alusión a qué tanto alcohol, ni si es posible determinar esa cantidad. ¿Qué es una cantidad usual, cuál la alta? Si lo que se busca es educar y proteger, parece prudente al menos indicar las formas y dosis posibles, y sus distintos efectos y riesgos de la forma más clara posible. Las expresiones dosis usual y dosis alta definitivamente no cumplen con esa característica.
En ambos folletos se hace mención de la posibilidad de desencadenar episodios paranoicos y de pánico. No se menciona que esos estados dependen mayoritariamente del ambiente y de la compañía en que se consuman, siendo por tanto sumamente evitables. Si a esos estados asociamos muchos de los episodios trágicos bajo los efectos de estas drogas, no parece poco relevante semejante indicación. Quien está advertido de que el ambiente es fundamental para el correcto desarrollo del “viaje”, prestará más atención probablemente al momento de la ingesta.

El peligro de la Desinformación:
Toda droga es peligrosa, eso es cierto. No es necesario exagerar ni agregar efectos secundarios inexistentes. Si informamos mal, condenamos a la población a una idea falsa de la realidad. Y quien está desinformado toma malas decisiones. La marihuana es un fármaco sumamente benigno, tal vez el más. El alcohol y el cigarrillo son varias veces más peligrosos. La nicotina es usada normalmente como insecticida y resulta estar clasificada dentro de los “supertóxicos”, tal como el cianuro y la estricnina (del griego strychnos, que significa planta todamala). Apenas un cuarto de gramo es suficiente para matar a un adulto no acostumbrado. Si los fumadores no mueren, es por la tolerancia que van desarrollando, y enferman básicamente debido al alquitrán que inhalan. Aun así, “el tabaco es la causa mayor de enfermedades de las arterias coronarias, vasculares, cerebrovasculares, cáncer de pulmón, laringe, vías aéreas, esófago vejiga, páncreas y riñones y de enfermedades crónicas que obstruyen los pulmones.” Además el verdadero tabaco tiene, además de propiedades estimulantes, propiedades narcóticas, e incluso alucinatorias en sentido estricto (o “no visionarias”, sino más bien relacionadas con trances de posesión), más los cigarrillos ordinarios vienen suficientemente depurados como para que estos efectos sean perceptibles. En cuanto a su capacidad adictiva, no creo necesario comentario alguno. Aun así, resulta ser que el consumo de éstos últimos es de manera masiva, y una campaña de desacreditación de las demás, aunque algunas sean mejores. De hecho se ha llegado a separar del conjunto de las drogas al alcohol y al tabaco. Encuestas indican que “mientras el 95% de los adultos califican a la heroína como droga, sólo el 39% califican al alcohol de droga y 27% al tabaco.”
Por supuesto, desde el punto de vista oficial, las drogas ilegales son alienantes. Las legales, por oposición, son medicinas que ayudan al individuo a vivir e paz. Ambas afirmaciones, sin embargo, son sólo verdades a medias. ¿Existe droga más evasiva y conformista que el alcohol? Tal vez sólo los tranquilizantes, esos que se venden en las farmacias y que son recetados a todos aquellos que muestran signos de inconformismo o problemas difíciles de solucionar. Los fármacos legales son tal vez los más marcadamente evasivos, mientras que existen varios ejemplos de fármacos ilegales altamente no evasivos y definitivamente no conformistas . ¿Podemos sostener que es más sano o más moral el mantenerse atontado durante años con calmantes para sobrellevar una depresión, que haber tenido 3 o 4 sesiones con LSD o éxtasis para hacerle frente directamente y, como se dice coloquialmente, “tomar el toro por las astas”? Mientras estos fármacos fueron legales, varios facultativos señalaron su enorme utilidad a esos efectos, apoyados justamente en que eran necesarias tan sólo un par de experiencias para lograr acceder a puntos de le mente inaccesibles normalmente en los sujetos. Mediante estas drogas era posible avanzar en una terapia de un par de horas lo mismo que en meses de tratamiento normal.
Quien abuse pagará las consecuencias, sean sus drogas legales o ilegales, pero sólo quien abuse. Y lo más posible es que no sean muchos los que entren en ese juego cuando se trata de sujetos informados que tratan con fármacos considerados neutros moralmente por el colectivo social (y que no se encuentran estigmatizados, por tanto)
Todos estos problemas e inexactitudes en los programas educativos generan lo que se conoce como “efecto bumerang”. Este consiste en que el efecto de las intervenciones resulta exactamente en lo opuesto a lo que se buscaba con ellas. Así cuando las intervenciones se dirigen a un público juvenil, que posee experiencias divergentes al mensaje que se transmite y por lo tanto existe una contradicción entre el contenido del mensaje y la experiencia del destinatario, se determina una actitud de rechazo del mensaje pedagógico y de la autoridad que lo envía por parte de este último. “No es de extrañar que esto suceda, especialmente cuando un estudio del National Council on Drugs Education demuestra que un 84% de una muestra de 220 películas sobre el consumo de drogas contiene inexactitudes desde el punto de vista científico y una serie de errores psicológicos.”

Cifras:
Así va quedando claro cómo nuestras campañas educativo-informativas son tan inexactas que resultan contraproducentes. Imaginamos grandes problemas con las drogas ilegales y creemos que existe allá afuera un enorme ejército de drogadictos violentos y desechos. No imaginamos, sin embargo que el ejército de “zombis” es otro, más bien representado por quienes consumen drogas lícitas. Tenemos en Chile un 73,08% de la población consumiendo alcohol. Un 23,78% son bebedores problema. Un 12,66% que consumen tranquilizantes y un 48,7% que son fumadores de tabaco. En total, la prevalencia de alguna droga lícita en el año 2000 alcanza a un 81,2% de la población. Los consumidores de marihuana, por su parte llegan a la asombrosa cifra de 5,69%, los de pasta base a un 0,70%; quienes prefieren la cocaína representan un 1,46%, mientras que sumados esos tres fármacos hacen un 6,28%. Las anfetaminas sin receta alcanzan a un 0,39% y los solventes a un escueto 0,1%.
Una amplia mayoría de nuestra población consume drogas lícitas. El 81,2%. Somos muchos, y sólo considerando el alcohol, un 23% de la población presenta problemas debido a su consumo. Pero eso no es parte de la realidad. La realidad es que la pasta base, la marihuana y el éxtasis están invadiendo al país, que la catástrofe se aproxima y que es necesario aumentar los recursos para la guerra contra las drogas. En otras palabras, el 100% de la población debe solventar una costosísima guerra para salvar a menos del 7%. Tan sólo con los bebedores problema superamos las cifras más altas de consumo (no de consumo problema) en drogas ilícitas, sin embargo este artículo versa sobre las últimas. Siendo muchos más los problemas asociados a drogas lícitas que a las ilícitas, ¿por qué no pareciera que la sociedad está amenazada por el consumo de esos fármacos?
Este es el credo que se enseña. Una posición de principios, cuya validez poco tiene que ver con la ciencia.

¿Pueden éstas declaraciones no ser irrisorias, siquiera para el prohibicionista más acérrimo? ¿Puede alguien en su sano juicio llamar a esto educación? La educación no puede ser un tosco llamado a la abstinencia, sino que debe animar a un buen uso de las drogas, entendiéndose por esto uno realizado de manera inteligente, responsable y autodisciplinada.
Personalmente dudo que esto sea una simple obra del azar. Sin embargo, no podemos decir que sean sólo los propios medios de comunicación los que nos imponen una determinada realidad. Ellos dependen de las actitudes preexistentes en el público, se encuentran en una relación de mutua dependencia que forma finamente un círculo cerrado (o espiral sería tal vez más exacto). “Si existe, como en nuestro caso, un consenso generalizado en el público hacia la actual política de la droga, los medios de comunicación reflejan este consenso independientemente de sus diferentes posiciones sobre otros temas.” En una etapa avanzada, que es en la que nos encontramos ya, los medios no condicionan simplemente la imagen de la realidad, sino la realidad misma. Así nos encontramos con que gran cantidad de los drogodependientes que actualmente son delincuentes o presentan síndromes de aislamiento, han llegado a esos estados debido a que se ha transformado la realidad mediante el discurso oficial, que las presenta como normales a los drogodependientes, de este sistema autorreferencial. Los estudios sobre los adictos a las drogas se han concentrado en las personas con los mayores problemas. Debido al tremendo estigma asociado a las drogas, a los adictos que no coinciden con ese peor escenario no se les permite expresar que su experiencia con drogas ha sido favorable.” Actualmente la mayor parte de los consumidores no es enfermo, ni asocial, ni forma parte de subculturas desviadas, pero la distancia entre la realidad y la imagen de ésta tiende a disminuir. Así, la situación psíquica de los drogodependientes criminalizados se va transformando no pocas veces en el sentido del estereotipo hoy dominante dando paso a una profecía autocumplida.

Los Beneficios de la Legalización/Regulación:
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Visto todo esto, pareciera que sólo resta mencionar con claridad cuáles serían los beneficios que puede esperarse de una política de liberalización de las drogas.
Pues bien, como primera cuestión, los varios miles de millones de dólares que se gastan (aunque más bien podríamos decir que se botan a la basura) en nuestra guerra contra las drogas podrían ser invertidos en áreas en las que fueran realmente útiles. Dentro de ellas podríamos contar educación, trabajo, previsión social, medio ambiente, justicia, y por supuesto, salud. Dentro de estos cálculos no debemos contar tan sólo los que directamente se destinan al combate, sino también los costes indirectos, como los varios cientos de miles que se gastan al año en mantención de presos. La gran mayoría de estos sería puesta en libertad, pues sus condenas quedarían sin fundamento. Como segunda cuestión, tendríamos que, además de los recursos monetarios que ahorraríamos, desde el día siguiente a la legalización, otra buena cuota ingresaría en arcas fiscales a través de los impuestos. Si consideramos que la industria de las drogas legales (tabaco, alcohol, cafeína y los múltiples drogas de farmacia) alimenta grandes multinacionales con un importante nivel de negocios, podemos esperar que las drogas ilegales también lo harán. Si a eso sumamos el ahorro en recursos humanos (policías, jueces, prisiones, atenciones hospitalarias) es posible que encontremos los presupuestos de las naciones aumentados en forma casi desconcertante, especialmente en esos países envueltos en inacabables enfrentamientos con la guerrilla, pues ésta perdería su fuente de ingresos. Veríamos a nuestros tribunales del crimen despejarse de al menos una tercera parte de su trabajo (siendo sumamente conservador respecto de la cantidad de causas por drogas que atienden). Tal vez lo más asegurable es que podríamos proteger efectivamente a nuestros adictos. Estos ya no tendrían miedo a la policía o al estigma al momento de pedir ayuda (como ocurrió con Len Bias), ni tendrían que consumir drogas bajo niveles de higiene francamente paupérrimos, pues los utensilios necesarios para realizar estas acciones ya no estarían fuera de su alcance; es más podrían ser incluso subsidiados por el estado, a fin de evitar la propagación de enfermedades como el SIDA. Asimismo podría financiarse un completo y operativo sistema de planes de prevención y rehabilitación de adictos, que por supuesto hoy apenas si existe, y cuyos índices de eficacia resultan bastante pobres. Frente a este nuevo gasto, se ha argumentado que muchos ciudadanos que no son ni aun consumidores estarían obligados a financiar los vicios y problemas de otros. Por otro lado, si bien es posible que el consumo de drogas aumentara ligeramente, es de esperarse que los ingresos a urgencias por el uso de estas sustancias decrecieran. ¿Por qué? Primero, pues porque ya nadie consumiría drogas a medio hacer como la pasta base de cocaína (que quedaría fuera del mercado por razones ya expuestas), ni sustancias adulteradas, ni hechas en casa, como las designer drugs. Desde que las drogas ilegales pasen a ser legales, tan sólo sería posible encontrar drogas puras, con rotulación de los ingredientes e información sobre las dosis correctas y formas de consumo. De esta manera, nadie podría sufrir los efectos de una intoxicación con estricnina, ni de raticidas varios, ni de quinina, ni de etanol.
Sumado a esto, el tono de las campañas publicitarias podría cambiar drásticamente. En vez de implementar campañas de desinformación que intenten generar un convencimiento sobre una cierta malignidad inherente que ostentarían estas sustancias, podríamos dirigir nuestros esfuerzos en informar de la verdad, y con ella convencer, ya no de una cierta malignidad misteriosa e inexplicada, sino de la necesidad de un consumo responsable y sano, que las más de las veces, pasa por la abstención y por la asesoría médica. Legalizadas las drogas y fuera ya de un discurso propio de tiempos de guerra destinado a eliminar por completo al enemigo, podríamos presentar a las drogas en su verdadera naturaleza, a saber, la de ser sustancias neutrales, pero peligrosas, cuya bondad o malignidad no es inherente a ellas, sino que depende del uso que se les dé. Así podría informarse de las formas seguras de consumo, así como de las inseguras; de las dosis; de las condiciones de higiene necesarias; de los riesgos (que no son pocos); y de los múltiples efectos dañinos que puede traer aparejado su consumo. En estas condiciones se permitiría a los sujetos tomar sus propias decisiones, que desde este momento puede decirse, serían informadas y concientes.
Si traducimos esto a un lenguaje económico, podemos decir que habremos reducido unos costes invaluables que significa la guerra contra las drogas. Habremos devuelto a los ciudadanos su libertad, un bien en efecto incalculable en términos monetarios, pero que definitivamente posee gran valor. Y eso que la libertad no ha sido el único derecho moral que ha sido aplastado.
La libertad implica la opción de elegir, y de elegir mal. El estado debe defender la mantención de esa facultad de opción y no retirarla de nuestras posibilidades sólo porque podríamos salir dañados. Manteniendo una postura paternalista podemos llegar a absurdos tan cómicos como extendiendo el modelo perfeccionista. Si consideramos que en verdad no existe acción libre de riesgos, podríamos vernos envueltos en la imposibilidad de salir a la calle, no fuera que un auto nos atropellase. No podríamos tomar baños en ninguna playa, pues podríamos resultar ahogados. ¿Quiénes definirían los actos peligrosos? ¿Quiénes serían los superdotados capaces de guiar al rebaño de incapaces humanos?
Lo único que el estado puede realmente hacer frente a situaciones de este tipo es proporcionarnos los medios necesarios para autoprotegernos. Educar, informar, pero no puede destruir el bien cuyo mantenimiento le dio origen. Hacer eso pareciera estar fuera de sus atribuciones. Un estado democrático liberal no tiene la legitimidad ni el poder necesarios para coartar la libertad, a menos que el objetivo sea precisamente mantenerla lo más amplia posible que sea compatible con cuotas iguales para todos dentro de una convivencia social pacífica.



Texto agregado el 05-04-2004, y leído por 238 visitantes. (0 votos)


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