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Segunda parte de Mi vecina


Faltaba poco para que dieran las 7.30 de la tarde. A esa hora Eva Santamaría salía de su trabajo, de ese tedioso trabajo que la tenia “encarcelada”, según decía ella, la mayor parte del día. Trabajaba en una boutique femenina de ropa intima de moda.

“¡Esta prenda le queda muy bien, como Ud puede ver; se ajusta a sus medidas a la perfección!” “No, no, ese color no le favorece con el tono de su piel, tiene un bronceado precioso” “¿Como esta su señora madre?” “¿Y su esposo?”. Estaba harta de toda esa hipocresía comercial. Dentro de unos minutos la dejaría aparcada hasta el lunes. Tenía por delante 4 días en blanco que llenar. Un largo fin de semana para ella sola. Era jueves, el día siguiente era festivo y el sábado lo había pedido libre.

Estaba saboreando ya su fin de semana, cuando oyó la campanilla que marcaba la finalización de su turno. Se dirigió al ropero a cambiar el uniforme de trabajo por la ropa de calle.

Ya cambiada, se acercó a la caja a buscar unas prendas íntimas que se había comprado para ese fin de semana. Eran dos conjuntos de braguita y sujetador, muy subidos de tono. Les había gustado desde el mismo momento en que los vio.

Salio del local despidiéndose de las compañeras, a las que aun les quedaban una hora de turno de trabajo. Al día aun le quedaba una media hora de claridad. Hacia calor. Se acercó a un puesto cercano de venta de helados y pidió uno de nata. Para hacer tiempo. A que la oscuridad fuera su aliada, decidió ir caminando a su casa. Distaba a unas cuantas manzanas y tardaría unos 30 o 40 minutos.

Mientras se dirigía a su casa. Iba pensando en la movida nocturna de esa noche. Trataría por todos los medios de descubrir a su enamorado anónimo. Al culpable de que la relación, con su antiguo novio, se fuera al traste

Se estaba acercando a su casa. Desde la esquina echaría un vistazo a los coches que estuvieran estacionados por los contornos. Miraría que no estuviera “él”. No lo quería ver de nuevo. Al menos no esta noche. Tan difícil era que entendiera que habían terminado. Que no quería continuar con esa tortuosa relación. Eran ya cuatro meses los que habían pasado desde que habían roto.

Se acercó a la esquina y sigilosamente echó una ojeada a la calle. Le pareció que todo estaba en orden. Las tiendas del barrio casi no tenían clientes, algunas ya estaban cerrando. El único que aparentemente tenía gente era la cafetería Mare Nostrun. Miró para los edificios y no vio a nadie en las ventanas. Nunca lo veía pero sabía que allí estaba. Lo intuía. Lo podía oler.

Terminado de ojear las aceras, los automóviles. Fue entonces que se aventuró a acercarse al portal del edificio donde vivía. Al pasar por delante de la cafetería miró para su interior. Observó que no estaba su ex. Se sintió más tranquila. Lo que si vio fue a las “marujas” de la calle que la estaban mirando de arriba a bajo. Intuyó lo que estaban diciendo, podía “adivinar” sus murmullos. ¡Mira, ahí viene otra vez esa! Si parece una zurcía. ¡Y con esa falda! Si se cae de ella se rompe las piernas ¡Con razón su mari-novio la dejó!

Ja, ja, ja, se reía por dentro de todo lo que las mujeres hablaban de ella. Eran todas unas reprimidas. Lo único que les estaban demostrando era que eran unas cobardes. Porque ella sabia que, de muy buena gana, alguna de ellas daría la mitad de su vida por tener el valor para hacer, o haber hecho, lo que ella estaba haciendo. Y no estaba haciendo nada malo. Ella solo quería vivir en libertad. Sin darle, ni rendir cuentas a ningún hombre. Ya tendría tiempo de aceptar las formas de esclavitud social. Compadecía a las hijas de aquellas “Cotillas”.

Abrió la puerta del edificio y se dirigió al ascensor. Lo pernotó y cuando oyó que las puertas, en algún piso superior se cerraban, se acercó a las escaleras y comenzó a subir hacía el segundo piso que era donde vivía. Se había acostumbrado a hacer eso por si alguien la estaba esperando en la planta. Creía que con esa trampa lo desorientaría y lo podría agarrar desprevenido.

Estaba deseando entrar en casa, desnudarse, darse un bañerazo relajante y comenzar su espectáculo erótico. Quería volver a sentir aquellos silbidos que tanto la excitaban. Hoy pondría más atención y trataría de descubrir a su mirón favorito, a su fisgón oculto.

Nada más abrir la puerta de su domicilio. Encendió la luz. Vio que las ventanas estaban abiertas. Estaban como las había dejado al mediodía. Disimuladamente, miró hacia enfrente hasta donde alcanzaban su vista. No vio ningún movimiento. Cerró la puerta tras de si y de dos certeros puntapiés lanzó los zapatos al sofá que estaba en el centro de la sala. Se acercó a recogerlos y lentamente volteo la mirada hacia el edificio de enfrente. Y… nada, seguía sin ver ningún movimiento.

Se acercó al equipo de música y puso en marcha el lector de CDS. Tan pronto empezó a sonar la melodía, comenzó a contornear su cuerpo mientras se dirigía al cuarto de baño. A cada giro que daba miraba para el edificio de enfrente. Quería observar cualquier movimiento que pudiera ocurrir en alguna ventana de sus palcos de preferencia. Quería descubrir de una vez por todas al autor de aquellos silbidos.

Mientras se iba contorneando y desnudando lentamente en el baño al compás de la música. En el apartamento numero 34 del edificio de enfrente un hermoso papagayo era introducido en una caja de zapatos. Su dueña, aun acongojada, lloraba la perdida de aquel animal. Un familiar la consolaba diciéndole de que lo enterrarían en la finca que tenían, que no lo tirarían a la basura como si fuera un trasto viejo. Y que así podría recordarlo cada vez que quisiera.

Texto agregado el 05-04-2004, y leído por 991 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-05-2005 Me gustan los finales inesperados. Buenísimo merche
13-05-2005 Me gustan los finales inesperados. Buenísimo merche
03-06-2004 Jejejeje, me temo que no "estaba al loro". Muy bien. Saludos. nomecreona
07-04-2004 jajajaja qué bueno que está. Entretenido, bien llevado y un final espectacular. Besos. marimar
06-04-2004 BUENISIMO¡¡¡¡ Muchos besos Fran monilili
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