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V.3. Ocurrencias sobre la marcha

Era tarde. Recibí a tiempo el contrato firmado, unas pomposas y bien diseñadas tarjetas de visita con el anagrama de la bodega y un añadido precipitado con mi nombre y la ocupación de “Agente de Ventas”; se habían comido mi segundo apellido y desposeído del único título capaz de despertar una mínima atención a directores, propietarios o responsables de compra en los negocios que pensaba visitar: habíamos pactado tarjetas comerciales con mi nombre y la reseña de Delegado y éstas, parecían más una improvisación circunstancial para salir de un apuro en una Feria, que un soporte real para una actividad responsable y de continuidad. A pesar de estar bastante temeroso de meter la pata, descolgué el teléfono para aclarar con mi entrevistador y de quién pensaba que era el propietario de la Empresa. Contestó una voz de mujer de áspero y fuerte acento catalán y después de un complicado cuestionario para pasarme con la persona adecuada, señaló que no estaban ni el propietario, ni el jefe de ventas que me había entrevistado, pero la noté tan resuelta y segura, que di cuenta de mi situación y el objeto de la llamada. Me tranquilizó con “no se preocupe, que seguro es causa de la propia urgencia o de la imprenta y ya me ocupo de que le llame Don Jaume, el propietario, en cuanto llegue”

Tomé 3 botellas de cava y sin tarjetas ni otra identificación, visité a los propietarios de tres locales que visitaba habitualmente como cliente, de los que recordaba intercambio de saludos, algún comentario banal y cierta sensación de simpatía mutua. Di una muestra a cada uno en su negocio y los tres, coincidieron en señalar que los pedidos de importancia se cursaban con más tiempo y para Navidad, ya tenían casi todo comprometido y parte servido o a apunto de ser recibido; en cualquier caso, probarían el producto y si la relación calidad-precio era buena, comprarían alguna caja en atención a los años que me conocían de cliente. Uno de estos propietarios, también señaló la conveniencia de comparar con otras ofertas y con su mediación, visité un Gran-almacén de los denominados Cash and Carry, solo para compras de comerciantes y donde no permiten la entrada a particulares.

Me sorprendió la gran variedad de vinos, champagnes y cavas que se vendían en aquel Almacén, entre cuyas marcas también estaba la que yo mismo representada y prácticamente, al mismo precio de la tarifa que habían señalado para mis posibles pedidos. Volví a casa con mal cuerpo y bastante contrariado por el panorama incierto, cuando recibí la llamada del propietario de la bodega, de acento más suave y melodioso que el de su esposa, cuya relación transcendió al mencionar mi conversación y desacuerdo con las tarjetas. Pasados los preámbulos de saludos, buenos deseos e intenciones de dos personas con intereses comunes, pero que no se conocen, abordé directamente sobre el papel incierto que me habían ofrecido: comenté sobre precios y lo tarde que íbamos para los pedidos de Navidad y las previsiones de ventas poco favorables que me auguraron en las visitas realizadas.

Noté su necesidad de hacer caja y de dar salida al producto, por las vueltas y argumentos que daba sobre las excelencias de la marca. También se le escapó que éste, era el único y mejor momento y que si la cosecha no se consume en el año, se deprecia tanto que deja de ser negocio. Me atreví a plantear que, si de verdad quería vender las 4000 cajas, había que plantear una estrategia puntual y que beneficiase, con resultados inmediatos, a todos los participantes desde el consumidor, hasta la propia bodega. Me pidió que le plantease cualquier sugerencia por descabellada que pareciera y que, si se garantizaban los cobros y no se devaluaba o desprestigiaba la marca, estudiaría cualquier propuesta. Sugerí actuar sobre el terreno, visitando algunos negocios con él mismo, como dueño de la bodega y confirmó que nos encontraríamos a los dos días y de paso, también traería las nuevas tarjetas de visita, tal como había solicitado.

El día siguiente lo dediqué a repartir botellas de cava entre los responsables de los bares conocidos, con la indicación de que, en los próximos días, les volvería a visitar con el dueño de la bodega y que si su olfato comercial no les engañaba, tendrían posibilidad de una excelente y rentable campaña de Navidad, cuyos primeros beneficiarios serían sus propios clientes.

Algunos lo tomaban a broma y sin embargo, no pocos señalaron que una campaña que involucrara a varios establecimientos con un mismo producto de calidad y a unos precios de campaña, podría tener gran aceptación y consecuencias beneficiosas para todos.

Texto agregado el 28-01-2008, y leído por 406 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-01-2008 Ya veo que da lo mismo hablar de almorranas,del Camino de Santiago,de una francesa o de cava.Impecable como siempre la forma.Pero con el condicionante que algo tan normal lo conviertes en un tema de enganche.Ahora veo y entiendo mucho más la narrativa en general,puedo decir:Gracias,Maestro (con mayúscula),sigo aprendiendo. australi-a
 
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