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GALANEANDO.


Mi “cuñao” Escalante lanzó la moneda al aire y, conteniendo la respiración, la vi girar, cruzando el aire, despacito, como la escena en cámara lenta de una película de suspenso
Aparentando indiferencia, pero con el corazón en la garganta, aposté.
— ¡Aguila!

* * *

¿Qué hubiera hecho Lucrecia si llega a enterarse de lo que pasó aquella noche? Esa es la pregunta que me he hecho muchas veces.
Lo recuerdo ahora al ver a un chavo, de aproximadamente dieciséis años, caminar adelante de mí, cruzando la alameda.
Pantalón de mezclilla, camisa a cuadros y botas vaqueras; la cara levantada con la mirada franca viendo al frente; el paso elástico, firme y seguro; pavoneándose con aires de galán y balanceando el cuerpo como un auténtico vaquero de rodeo.
Es un típico lagunero. .
Un poco más adelante viene una chava, él, al verla, endereza más el cuerpo y saca el pecho, ladeando levemente la cabeza, para mirarla mejor.
En los ojos de la chica aparece un brillo especial y asoma la promesa de una sonrisa; promesa que no se cumple.
Detrás de ella viene otro chavo, que afloja el paso mientras mira desafiante al primero.
Se detienen en actitud de reto, surge un amago de ataque que se transforma, después, en una explosiva carcajada y viene, a continuación, el saludo al unísono, como ensayado
— ¿Qué onda, güey?
Me doy cuenta en ese momento de que son amigos.
Mi imaginación se desborda y, al evocar mi juventud, regresa a mi memoria lo sucedido aquella ocasión y no puedo evitar hacer comparaciones.
Para empezar, la diferencia con lo que, en mis tiempos, era un saludo de amigos; recuerdo que la palabra “güey” nunca se escuchaba sola; siempre iba acompañada de un sonoro bofetón porque era un insulto; ahora es un mote afectuoso, una designación de amistad.
Como cualquier idioma, el español de los mexicanos, es dinámico y evoluciona constantemente. Ha variado muchas veces la forma de llamar a un amigo; se le ha dicho mano, cuate, ñero, compa, vale, carnal, raza, galán, loco, vago, compadre, maestro y muchas palabras más que, de momento se me escapan.
Cuando yo tenía la edad de los chavos que ahora observaba; a un amigo se le decía cuñao; no cuñado, no, porque ese era un parentesco y las hermanas nada tenían que ver en una relación amistosa —salvo en algunas especiales ocasiones— sino cuñao.
En aquella época, en mi ciudad natal, tenía un amigo y éramos inseparables.
Juntos en la escuela, juntos en los deportes, juntos en las fiestas. Lo compartíamos todo. Bueno... casi todo.
El era mi cuñao Escalante.
El hecho de andar siempre juntos no impedía que, entre nosotros, hubiera una reñida y constante competencia; luchábamos por obtener los mejores resultados en las tareas escolares, en los eventos deportivos y, desde luego, en la conquista de las más bonitas chicas — en ese tiempo no se les llamaba “chavas”— pero era una competencia sana, leal y sin envidias, donde, paradójicamente, nos alegraban los triunfos de nuestro contrincante.
Fue entonces cuando llegó Lucrecia a voltear de cabeza a todos los alumnos de la escuela.
Venía de otra ciudad; era de una belleza impresionante y tenía un aire enigmático y una altivez natural que nos atraía y mantenía a distancia al mismo tiempo.
Todos buscábamos acercarnos a ella; pero algo especial en su gesto nos detenía y nos intimidaba.
La recuerdo ahora y pienso que así debió de ser La Doña. La gran María Félix a los quince años de edad, con esa belleza y ese porte.
Decidí entonces recurrir a mis incipientes habilidades literarias —ya entonces me inclinaba hacia las letras— y, sin compartir, por primera vez, ese secreto con mi cuñao Escalante escribí un acróstico que coloqué, estratégicamente, a la hora del recreo, entre los cuadernos de Lucrecia para que ella lo encontrara cuando regresara al salón y lo leyera — imaginaba yo— sorprendida y halagada.
El acróstico decía:

L a fragancia está en ti de quince abriles,
U mbral del paraíso es tu mirada,
C oral y miel tus labios juveniles,
R uborosa tu frente nacarada.
E legante tu andar y saleroso,
C anción de amor tu voz arrulladora,
I ncitante tu cuerpo tan hermoso,
A ltiva mujercita encantadora.

Te quiere, Alfonso.

Cuando terminé de escribirlo, sentí que Gustavo Adolfo Becquer, Amado Nervo, Manuel Acuña, Pablo Neruda, Rubén Darío y demás eran, junto a mí, unos pobres aprendices, aunque decidí ser tolerante con ellos; después de todo, ninguno había tenido una musa como mi bella Lucrecia.
Al anochecer, de acuerdo a mi plan, iría yo a buscarla a su casa para pedirle que fuera mi novia y, sin lugar a dudas, su respuesta sería favorable.
Al salir de clases advertí a mi cuñao:
— ¿Sabes una cosa, cuñao? Ya no te veo hasta mañana. Tengo una chambita pendiente en mi casa y no la puedo dejar para otro día. Ya sabes como son las jefas, y la mía no es la excepción, si no cumplo con ese trabajo, me deja sin domingo, tu sabes.
El domingo era la cantidad de dinero que, semanalmente, mi madre me daba para mis gastos.
— Está bien, cuñao, nos vemos mañana, pues — aceptó.
Por la tarde, después de comer, sin el apetito de costumbre, hice mis trabajos escolares, me di un buen baño, me cambié de ropa, me peiné cuidadosamente — todo esto ante la mirada extrañada y maliciosa de mi madre — y, al aproximarse la noche, salí rumbo a la casa de Lucrecia.
En el camino observé que todo era hermoso a mi paso, los últimos rayos del sol decoraban el cielo con una brillante gama de rojos, naranjas y amarillos sobre el azul del cielo que empezaba a oscurecer; los sonidos que escuchaba a mi paso eran más armoniosos y más grata que nunca la frescura del viento aromatizado por los jardines cercanos. La naturaleza entera parecía alegrarse conmigo.
Y me instalé en la esquina de la casa de la bella Lucrecia recargado en el poste de luz, esperando verla salir; ensayando mentalmente las palabras que iba a decirle y las actitudes que iba a tomar; disfrutando por anticipado sus reacciones; saboreando ya su gesto de complacida sorpresa; imaginando el rubor que iba a aparecer en su rostro y su dócil condescendencia cuando acariciara sus manos con las mías, cuando rodeara con mi brazo su cintura, cuando cubriera sus labios con mis besos.
Pensaba también en la cara que pondría mi cuñao Escalante cuando le dijera::
— ¿Qué crees, cuñao? Lucrecia ya es mi novia.
Eso estaba pensando cuando oí a mis espaldas una voz.
— ¿Qué pasó, cuñao? ¿Qué andas haciendo por aquí?
Me sobresaltó lo inesperado de su presencia. Era mi cuñao Escalante.
— Nada, cuñao — contesté reponiéndome de la sorpresa — Mi jefa cambió de opinión, me quedó la tarde libre y, como no tenía otra cosa que hacer, pues… vine a dar una vueltita a ver si, de casualidad, veía a Lucrecia ¿Y tú?
— Igual que tú, cuñao, no tenía otra cosa que hacer y vine a dar una vueltita también — y agregó con sorna — a ver si, de casualidad, veía a Lucrecia.
— ¿Qué coincidencia, no?
— Sí, cuñao…... ¡Qué coincidencia! — Nos vimos a los ojos y estalló nuestra risa. Nos conocíamos muy bien y no podíamos engañarnos
— Déjame decirte algo, cuñao, si hubiera encontrado a cualquier otro aquí, se arma el pleito, tú me conoces, pero contigo es diferente, somos amigos —me dijo y añadió— Tampoco quiero decir que voy a dejarte el campo libre así nomás, pero, tú y yo no podemos pelear, cuñao. Vamos a hacer una cosa ¿traes una moneda?
— Sí, ¿para qué? — le contesté mostrándosela.
— Vamos a echar un volado — dijo tomándola — y el que lo gane... se queda con Lucrecia ¿De acuerdo?
— De acuerdo, cuñao. Viene el volado.
Mi cuñao Escalante lanzó la moneda al aire y, conteniendo la respiración, la vi girar, a la luz del farol, que ya se había encendido, cruzando el aire despacito, como la escena, en cámara lenta, de una película de suspenso
Aparentando indiferencia, pero con el corazón en la garganta, aposté.
— ¡Aguila!
La moneda cayó en una fracción de tiempo que me pareció interminable.
Apresurando el paso nos acercamos a verla.
— Perdiste, cuñao — sentenció — míralo tú mismo, fue sol.
Nos estrechamos la mano, como caballeros después de apostar la vida en un duelo a muerte, y me sentí agobiado por un sentimiento mezcla de tristeza y resignación, pues si bien era cierto que había perdido la apuesta, también era verdad que el ganador era mi mejor amigo.
Sin decir palabra alguna, con un ademán de despedida, di media vuelta y me alejé caminando lentamente. A los pocos pasos me alcanzó.
— No quedo contento si tú te vas solo, cuñao. Acabo de decidirlo, nos vamos los dos. Hay muchas mujeres lindas, para conquistar, en este mundo; pero mi mejor amigo es uno sólo y no voy a perderlo.
Nos despojamos de la solemnidad, recuperamos la sonrisa perdida, me pasó el brazo sobre los hombros y seguimos caminando.
Al día siguiente teníamos nueva novia cada uno de los dos: él a Sara y yo a Esther, dos hermanas que, si bien no eran tan bonitas como Lucrecia, no nos iban a distanciar.
— ¿Te digo una cosa, cuñao? Si Lucrecia hubiera sido novia de uno de nosotros dos, nos hubiéramos enemistado y eso hubiera sido gacho.
— Tienes razón, cuñao, hubiera sido gacho.
Sin embargo yo no podía quitarme de la mente a la bella Lucrecia y, estoy seguro de que él tampoco lo podía hacer.
Durante mucho tiempo me he preguntado qué habría hecho Lucrecia si se hubiera enterado de que nos la habíamos jugado en un volado y la habíamos abandonado después.
Lógicamente, y por fortuna, nunca lo supo. .
Al final aquello terminó, tranquilamente, sin ningún conflicto.
Después de todo, a los dieciséis años, lo importante es llevarla bien con los amigos, confiar en la suerte y… ¡galanear!

Febrero, mes del amor y la amistad

Texto agregado el 12-02-2008, y leído por 237 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-05-2008 eso es caballerosidad "caballero del cuento" un abrazo magojurado
25-02-2008 ¡Vaya!... que ameno relato acabo de leer. De por sí el tema amor des-amor, es siempre bienvenido. Tu texto es muy agradable. Uno no se cansa, sino que lo mantiene la secuencia fresca del contenido. Me agradó como lo empezaste; y pienso que habría estado estupendo que al llegar en el cuento a la parte que citaste en el comienzo hubieras dicho algo como: Fue en ese momento que sucedió lo que le ya le contaba en un principio; la moneda cayó en una fracción de tiempo que me pareció interminable… etc. Algo así. Está bien, te dejo mis felicitaciones y mis estrellitas, tengo que galanear un rato… :) [Te felicito por no haber cambiado los modismos de nuestro México, se oyen geniales distribuidos por todo el relato]. raul_lsz
13-02-2008 megusto collectivesoul
12-02-2008 jejejejej machos!...y la pobre lucrecia? y sus sentimientos?...jajajajajajaj en fin, bonita historia donde resplandece la amistad verdadera de esas edades aliacanitidia
 
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