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MOLINITOS de COLORES
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Mariluz volvió a alejarse por la misma puerta donde entrara, cuando llegó de visita a casa de una compañera de estudios. Ambas había completado monografías en sus carpetas escolares.

Afuera, la multitud de las calles era efervescente y no habíase interrumpido durante aquella siesta. Sin embargo las casas de departamentos tenían aún sus ventanas semicerradas. Empleados, profesionales y oficinistas partían o regresaban a ellas, y entre las dos migraciones, una pausa. La siesta. Microcentro. Invierno.

Ella recorría las calles de su ciudad... Cuatro en punto de la tarde. La siesta íbase desvaneciendo lentamente en los hogares y algunos niños orilleros se agrupaban en las veredas del centro citadino.

–Tenemos que hacer los deberes para mañana

Dijo un niño bien vestido, diferente a ellos, pero que habíase integrado al grupo callejero por curiosidad natural. Y tomando de la mano al hermanito menor que lo acompañaba, se introdujo en la primera puerta. Los otros continuaron sentados en un escalón de mármol.

Todos en conjunto al ver acercarse a Mariluz, caminando por la misma vereda, se levantaron de un salto ofreciéndole una lluvia de colores sostenida por varillas de árbol paraíso.

–¿Qué es esto?– dijo ella un poco asustada

–¡Cómpreme uno a mí!

–¡A mí!– gritó otro

–Ya te compraron. Me toca a mí.

Y le extendieron casi compulsivamente con emotiva presión infantil, aquel objeto. Cada uno de ellos llevaba varios en la mano. Eran molinitos de papel glacé sujetos a la varilla con un alfiler de costura.

–¿Los hicieron ustedes?

–Sí. La maestra nos enseñó a hacerlos.

–Le hacemos unos tajos al cuadradito de papel glacé y lo prendemos en el medio con un alfiler ¡Tome uno!

Tenían los ojos brillantes y las narices con resfrío. Pocos llevaban abrigo. El menor de ellos traía cada zapato de sus pies sin medias, diferentes.

–¿Y qué más les enseña la señorita en la escuela?– preguntóles ella

–Nos preguntó qué era el 9 de Julio– respondió el más chico

–¿Y qué le contestaste? Fue el mes pasado.

–Que había en la escuela una fiesta con chocolatines.

–No che, se murió San Martín– intervino el más grande

–¡Hicieron la bandera!– dijo otro

–Claro, claro, todo eso– comentóles ella, quedándose pensativa sin saber cómo intervenir en este conjunto de desrazonamientos de esos niños orilleros

–... Y después me preguntó qué era la Argentina– el sol invernal iluminaba su carita morocha

–A ver ¿Qué le contestaste?– volvió a interrogarle

–Le dije que era el mapa que nos mostraron la otra semana.

Mariluz se había inclinado para escucharlos mejor. Los niños estaban sentados sobre las baldosas de la vereda ocupándola casi por completo. Algunos transeúntes debían arrinconarse contra el cordón para poder continuar el camino. La vereda era estrecha. Los niños orilleros no se fijaban en ellos.

–El equipo de fútbol del barrio donde jugaba mi tío, se llamaba así– insistió uno

–No. Mi papá le dijo al agente de policía que vino a buscarlo, que él era argentino... porque no sabía nada de ese robo– siguió el vecino

–Bueno ... díganme ¿Dónde viven ustedes?– Ella les hablaba serenamente

–Yo nací más allá, frente a la Cañada, donde termina la pirca blanca.

–Yo soy de otro barrio. Me vine a ver televisión a la casa de él– señaló al más chico –Y luego salimos a rumbear por el centro.

–¡Ahhh!– expresó ella –¿Se vinieron desde allá caminando?

–Sí, porque no tenemos cospeles, no nos alcanzan. Somos varios y tenemos uno solo.

–Bueno che, para eso estamos vendiendo los molinitos– le dijo el siguiente –Para volver a ver los dibujitos en el televisor de él.

–¿Les gustan mucho los dibujitos de la tele? ¿Lo visitan siempre entonces para verlos?

–Sí. Pero tenemos que sacar las sillas a la calle para mirarla, porque en el garage donde vivimos hay muchas camas y no entramos todos– dijo el aludido

–¿Y cuántos son en tu familia?

–Los chicos seis, mis dos tíos, mi mamá y el papá de Carlitos. Dormimos todos en ese garage por eso no tenemos frío.

–¿Quién es el Carlitos?

–Mi hermano más chico. Porque el papá mío y el de mis hermanos más grandes, ya se fueron hace mucho.

Mariluz los miró un momento sin hablar. Luego volvió a preguntarles.

–¿Les gusta mucho la televisión?

–Es linda. Pero cuando nos cortan la luz algunas veces, porque quitan los ganchos, mi mamá le compra pilas nuevas a la radio y no nos aburrimos.

Ella volvió a quedar pensativa. Se había sentado también en cuclillas cubriendo la vereda.

–Bueno ... bueno ¿A qué grado van?

–Yo voy a primero.

–Y yo a segundo.

–Son ustedes un poco grandes para estar en esos grados, ya deberían estar por lo menos en tercero y cuarto.

–Pero repetimos ... porque tenemos que hacer changas casi siempre.

–¿Y ahora se han independizado vendiendo molinitos?- sonrióles

–Sí.

–En mi escuela enseñan religión– dijo uno del medio con rostro alegre –Ayer nos contaron la historia de “Sansón y la Lila”.

–¿La Lila? ¿Así te dijeron?– Mariluz lo miró asombrada

–Sí. La chica mala de ese cuento se llamaba como mi hermanita, la Lila. Pero la Lila de mi casa es muy buena.

–Debe ser así nomás, tal como dices– siguió ella respondiéndoles –Es mejor así, me gusta más, le envío un beso a tu Lila.

Luego se incorporó. Los chicos se levantaron también ofreciéndole de nuevo sus coloridas y simples obras de papel glacé. Ella acarició aquellos molinitos y observó un momento esos rostros infantiles. Luego tomó a cada uno el que le ofrecía.

–¿Un peso valen?

–Sí. Deme. Tome.

–A cada uno le compro uno ... Y ahora me quedo sin plata, para sentarme en un bar a tomar café.

Después los vio alejarse en corrida, ligeros como una estampida. Sus manitos sucias y orilleras hacían girar aquellos molinitos multicolores junto a gritos de alegría. Sus piernitas morochas y embarradas mezclábanse entre el tráfico alocado y los autos nerviosos que los esquivaban, con total indiferencia y en forma temeraria, como si nada pudiera detenerlos.

–¿Cuánto tiempo les durará esta energía?– se preguntó ella –Si pudiera mantenerse en estos chicos con el tiempo, esa misma emoción que pusieron en la construcción de sus molinitos. O más bien ... fijar el momento de estar realizándolos, como algo permanente ¿Pero puede mantenerse el momento de algo?

El sol seguía caminando bajo un paño de nubes.

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Alejandra Correas Vázquez
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(reconstrucción de una experiencia personal)

Texto agregado el 14-04-2004, y leído por 187 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-04-2004 Gracias Ana Cecilia besos mío Alejandra AlejandraCV
14-04-2004 Me gustó mucho, un besito y todas las estrellas AnaCecilia
 
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