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Yo era un caminante. Dsde que nací, desde hace siglos.
Fui dando tumbos, descubriendo el asombro cada día. En la medida en que mis huesos crecían, iban marcando sentencias, como las marcas en la culata de la escopeta.
Mis músculos se negaban a desarrollarse horrorizados de los contactos. Pero los huuesos eran implacables y, asimilando el poco calcio que ingerían, se estiraban y endurecían.
Hasta que un día, cuando aún no había aprendido el nombre de las cosas, es decir, el sentido de las cosas, dijeron: ¡Alto!. Y se hicieron el propósito de sostenerme. Vaya si lo lograron!
Caí cien veces y otras tantas, obstinados, me levantaron y apretaron la vértebras cervicales para que fuera alta la mirada.
Así aprendí a ver lejos...muy lejos. Tanto, que siempre vivía en territorios desconocidos más allá del horizonte. Aprendí a meterme en un capullo, en el mundo subterráneo del césped, en el silencio del solitario,en el centro de una lágrima olvidada.
Fui pétalo. Musgo. Desolación. Llanto.
Seguía dando tumbos con la curiosidad de conocer mi horizonte. Pero el cansancio era inacabable.
Los músculos se adaptaban a las exigencias imperativas de los huesos. Así aprendí a sonreir, a abrazar,si los brazos curvados, a dar, si extendidos.
Siempre caminando... recibiendo golpes y dones,borrando heridas y amores. Los huesos, implacables; los músculos, agobiados por tanto esfuerzo.
Había una fisiología distinta para los huesos y la carne...
En una cuesta te vi, como un mojón erecto para sostenerme.Apreté todas las fibras en un grandioso esfuerzo. Los huesos dijero sí y llegué hasta ti.
El esfuerzo acomodó los músculos, los huesos acompañaron. Los órganos se movilizaron. Torrentes de sangre nueva fluyeron celebrando su fiesta de posibilidades.
Estabas allí como un roble secular que desafía tormentas.
Caminé, me aferré a tu tronco y te abracé con tanta vehemencia ilusionada que trocó tu cuerpo en cáscara y encontré un vacío inmenso.
A pasos de mi paz interior (y de la de mis huesos), tenía las manos llenas de cortezas resecas...
Detrás de ti, un abismo hueco, llenop de luces celestes, donde fluctuaban ecuaciones químicas que no pudieron destruir mis huesos.
Por eso, no te asombres cuando algún día me encuentres con mi sonrisa habitual.
Porque yo...debo decírtelo...le debo un desagravio a mis huesos...

Texto agregado el 14-04-2004, y leído por 163 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
17-04-2004 Ey chica! Está re bueno éste, es diferente a tu estilo habitual. Me gustó mucho CHEwy
14-04-2004 muy lindo, es lo que deberiamos hacer para comprender a la naturaleza, saludos sevica
14-04-2004 Es magnífico!! Esa analogía entre el ser humano y el árbol alguna vez la sentí, y escribí sobre eso... Me gustó muchísimo, Raquel!! Paulina
 
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