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(Parte 2 y final)


Muchos años después, Pacifia era una pequeña nación muy próspera, no en riquezas materiales, sino en cultura, arte y ética y un verdadero ejemplo para países mayores, que contaban con una constitución tradicional y con poderosos ejércitos resguardando sus fronteras. La vida se desarrollaba en un clima de bucólica paz y nadie carecía de lo esencial para su subsistencia. Muy contrario a lo que pudiese creer, Tonly no quiso presidir lo que el mismo había constituido y pasó a transformarse en un humilde artesano que vibraba con alguna buena poesía, con una comida saludable y también con una mujer que había conocido en ésta, su propia patria, y que lo amaba porque lo amaba.

Curiosamente, nunca nadie fue expulsado de dichas fronteras y los pinos que las resguardaban, sólo eran guardianes de la naturaleza.

Hasta que un día sucedió lo inevitable. Un país que se ufanaba de ser el más poderoso de la tierra, quiso apoderarse de aquel enclave, no para habitarlo, sino para transformarlo en una colonia que se suponía que luego sería una importante región turística. Enterados de que allí no existía un ejército que les opusiera resistencia, ni políticos que los embaucaran, enviaron a un espía para que les informase de todo lo que allí viese. Pero, el hombre no regresó con su informe, sino que se enamoró de aquella existencia pacífica, tan distinta a la que él conocía y se quedó a vivir allí.

No conformes con tamaña traición, se preparó, sin mayores preámbulos, un ejército con precario armamento -no era necesaria mayor parafernalia- y un día cualquiera, una división de quinientos hombres ingresó por el norte de Pacifia y desfiló por las idílicas avenidas, tratando de llegar a la capital. Enterados que allí no existía un gobierno central y, mucho menos, la estructura de un país convencional, pensaron que sería mucho más fácil dominar a un país descabezado. Pero, a cada paso, gente sonriente y amable, les invitaba a plegarse a aquel sentimiento unitario, en que la paz era la enseña que dominaba el corazón de cada uno de esos habitantes.

Tampoco el ejército regresó y todos sus integrantes se transformaron en pintores, artesanos, agricultores, fundieron el metal de sus fusiles para construir herramientas y consiguieron esposas que les dieron hermosos hijos, sanos y libres.

La gran potencia, no cejó en sus pretensiones y envió nuevos destacamentos. Pero una y otra vez, los ejércitos se asimilaron a la vida bucólica de Pacifia, recibieron sus cartas que los acreditaban como pacifeños y contribuyeron a engrandecer, con sus talentos y virtudes, el prestigio de aquella pequeña nación.

Sabedor de que el gestor de aquella idea había sido un coterráneo, el presidente de aquel imperio quiso conocerlo personalmente y para ello, envió a dos embajadores para que lo trajesen consigo. Como en Pacifia no existían aeropuertos ni caminos trazados, los importantes personajes debieron cruzar aquella selva inusitada, libre de bestias salvajes, y repleta de casitas humildes pero bellas y confortables. Los pacifeños les salían al paso, ofreciéndoles frutas y refrescos y nadie les esbozó un gesto de desagrado. Ellos pidieron que los llevaran a la casa de Tonly y cuando los condujeron a él, se encontraron con un anciano amable que les sonrió y les invitó a pasar a su pequeña vivienda. Los embajadores supieron de sus propios labios que en Tonlandia, como insistían en llamarle algunos lugareños en honor a su creador, no existía nada de lo que había transformado en mísera la convivencia de su propio país. Y como quisieron que Tonly les entregara la fórmula para lograr una vida pacífica y placentera, le invitaron a viajar a su país. Pero, el anciano, que no tenía ninguna intención de abandonar su tierra, les dijo, cual profeta:
-Abran todas sus puertas y todas sus ventanas, aireen sus cobijas, desplieguen los libros y recen las oraciones que les dicten sus propios corazones. Sepan que la mayor armonía que puede encontrar el hombre está dentro de sí mismo.

La gran potencia y muchos otros países intentaron imitar el ejemplo de Tonly, pero, a decir verdad, ya estaban demasiado contaminados con su civilización y nada consiguieron. El mundo no fue ni mejor ni peor, después de Pacifia, pero cuenta la leyenda que el día que falleció Tonly, al procederse a cavar para sepultar el cuerpo del visionario personaje, una columna de petróleo emergió de dicho lugar. Por supuesto, los apenados hombres cubrieron de inmediato dicho pozo, colocando allí el cuerpo de Tonly. Al poco tiempo, hermosas azucenas y rosales, se alzaron majestuosos, los que hasta el día de hoy crecen y se reproducen con desmesura...


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Texto agregado el 25-04-2008, y leído por 196 visitantes. (2 votos)


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