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14.

Algunos corrían dentro de la casa como dando pases de baile. Los menos iluminados balbuceaban replegados sobre sí mismos en la cocina o en el pequeño patio. Yo me había dejado caer en el sillón doble y ahora temblaba como un colegial. Di otra bocanada nauseabunda al Parliament y traté de pensar. De un momento a otro la ceniza ardiente acumulada caería sobre la alfombra y supongo que a esa hora eso sería perfectamente legal. Como romper otra copa o morirme.
Si los sonidos eran peces voladores saturando el aire entonces yo ocupaba el lugar del barco hundido, anclado al paso de la noche. O tal vez era otra cosa; algo como un muñeco relleno de papel a la hora cero del nuevo año, esperando el incendio y con el los aplausos, gritos y deseos de prosperidad. Pero no. En realidad sólo era un chico teniendo otro mal viaje. Echado en el sillón de una gran casa en el centro de una gran ciudad de un extenso país del gran continente del planeta tierra (en algún lugar del espacio). Y ya no le echaba la culpa a la mariguana. El motivo tenía que estar en otra parte. Causa-efecto. El efecto estaba claro: barco hundido o muñeco relleno. La causa en cambio era un misterio, otro misterio.
Al fin la ceniza se desparramó sobre la alfombra. Y eso me hizo pensar en cestos de basura. Y por supuesto también en mi inconciente: una verdadera papelera de reciclaje que podría hacerme millonario o hundirme en viajes miserables como éste. En mi inconciente, como en el de mis amigos, posiblemente se alojaban novelas perfectas, canciones fascinantes, soluciones millonarias y fórmulas para el amor y la amistad. Sólo debíamos descubrir cómo echarles mano, cómo reflotarlas o decodificarlas. Y la forma de lograrlo también estaba escondida ahí. Una perfecta ironía. Un estúpido boomerang. El loco de la motosierra en campaña oficial contra la tala de árboles.
Ahora alguien vomitaba sobre el bidet. La luz del baño bajo la escalera iluminaba media cara de julián. Y julián parecía conversar con su propio baso azul de cerveza tibia. Parecía casi amable (debería venderse papel para forrar cuadernos escolares con esta imagen).
Enfoqué mi mano derecha y descubrí que el cigarrillo ya no estaba entre mis dedos. Una suerte. Un verdadero milagro de navidad. Si los objetos (al volverse molestos) desaparecieran, se esfumaran por el simple deseo de alguien como yo, en pocos segundos se acabaría el mundo. O por lo menos esta estúpida fiesta. Pero no. Todo seguía su curso. Y sabía de miles de lugares mejores para morir. Sin embargo ahí estaba. Embalsamado en el sillón para dos y observando el desquicio de los que seguían en pie.
De alguna forma logré resbalar hasta quedar comodamente instalado bajo el equipo de audio. Desde ahí podía disponer de la montaña de discos. Encontré Vaselines (segundo y último milagro de la noche) y subí el volumen. Molly slip's apareció como una bola de nieve
Kiss, Kiss, Molly slip's!
Kiss, Kiss, Molly slip's!...
Kelly lo había logrado. La fórmula para ver en su inconciente.
Dejé que las amables guitarras de Vaselines me acariciaran durante media hora. Yo abrazaba mis rodillas e intentaba corear las letras. En total acerté cuatro o cinco palabras.
Bueno, gran parte de lo que vino a continuación se me ha borrado. Es más, creo que mantuve mis ojos cerrados la mayor parte del tiempo que permanecí en la casa. En algún momento estuve sentado en la cocina escuchando una conversación sobre gatos y también recuerdo haberle pedido unos cigarrillos a una lámpara de pie.
Cuando desperté ya era mediodía y yo sentía hambre. El cadáver de la fiesta se extendía por toda la casa y olía como supongo huelen los muertos. Me incorporé pesadamente busqué mi bicicleta y volví a casa. Pensé en los subterráneos. La gente compra su tarjeta, baja unos pocos escalones más y espera. Enseguida el subte se detiene abre sus puertas la gente entra y así todo el tiempo. Vagones cargados de empleados y señoras en plan de visita familiar. Incluso a veces chicas bonitas con suerte. Suben en algún punto de la ciudad y bajan en algún otro sitio. Suben y bajan. Nunca solamente suben ni nunca solamente bajan. Siempre hacen ambas cosas. Así es el mundo. Entonces pienso en mis amigos y en mi. Tenemos un cerebro en nuestras cabezas (uno por persona, así fue dispuesto) y dentro, en algún lugar, las ideas. Así como la gente del subte debe bajar en algún sitio nuestras ideas también. Y las estaciones para nosotros son la facultad la familia nuestro empleo las amistades la guitarra el piano o el papel. Y siempre es breve la oportunidad de descarga. Las puertas permanecen abiertas sólo unos segundos. Suceden también cosas inesperadas. Como un gran corte de energía en la ciudad. Entonces las luces del subte se apagan y la oscuridad hace gritar de terror a la gente. El subte detenido. La gente atrapada. Un gran corte de energía en mi cerebro.

Texto agregado el 18-04-2004, y leído por 222 visitantes. (1 voto)


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