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"Partida de maricones, cobardes....tetrahijueputas estos", vociferó el sargento mientras abanicaba el rifle semiautomático sobre sus subalternos, "dejaron escapar a ese negro malparido"...

El murmullo sordo cuyo crescendo precede como un presagio terrible los amotinamientos y las insubordinaciones cesó al punto cuando el sargento de tres zancadas penetró en la cabaña y sacando una caja de fósforos El Diablo empezó frenéticamente a tratar de iniciar un incendio, pero las pajitas, hojas secas y palmiche húmedo, como empeñados en un terco despliegue de fuegos fatuos flameaban por un instante para extinguirse enseguida mientras el sargento ridículamente continuaba en el intento cada vez más iracundo y vociferante.

Corriendo fatigosamente con la masa corpulenta de su creciente obesidad lo vieron llegar hasta el terraplén donde había estacionado el jeep del ejército, pero entre estertores y carraspeos, ignorando olímpicamente las patadas y los madrazos del sargento, el vetusto vehículo se negó rotundamente a avanzar.

Reaccionando simultáneamente todos los reclutas corrieron hacia el jeep y remolcaron al sargento hasta la cabaña. Derribando media pared de la entrada el oficial furibundo frenó en medio del escueto refugio y abriendo la tapa del combustible tomó la manguera de succión, pasajero infaltable y permanente del cacharro verde olivo y mientras el chorro de gasolina formaba un charco iridiscente junto a la puerta del jeep el sargento cayó de rodillas tosiendo a punto de escupir los pulmones y cuando ya su rostro parecía a punto de mimetizarse con el tono del jeep los soldados con evidente entusiasmo convenientemente disfrazado de angustia empezaron a propinarle puñetazos inmarcesibles en la espalda hasta derribarlo sobre el piso de tierra anegado de gasolina.

Voleando desesperadamente las extremidades como un frenético cucarrón de espaldas al fin el sargento pudo zafarse de la pila de hombres al rescate y rastrillando un fósforo lo lanzó enfurecido al piso.

Por un momento los reclutas más cercanos observaron paralizados de horror el riachuelo de fuego que avanzaba rápida e inexorablemente hacia el gran charco de gasolina que ya se habia extendido hasta debajo del jeep.

Cuando al fin uno de los reclutas reaccionó gritando "EL JEEP!!!!!" ya el sargento alcanzaba casi la salida de la cabaña, pero antes de que pudiera salir el tropel de reclutas despavoridos lo derribó convirtiéndolo en adorno de alfombra de cazador alemán en uso de buen retiro.



Tendidos sobre el terraplén y aún temblando de espanto los reclutas vieron al sargento avanzar entre tropezones y tambaleos hasta perderse entre la lluvia de palmiche, fierros retorcidos y fuego de la apocalíptica explosión que destruyó por completo la guarida de Fidel Mina.

Cuando la densa cortina de humo empezó a disiparse lentamente, avanzando con el cómico caminado de un santero palo mayombe y chamuscado hasta los chambimbes, el sargento se aproximó a los soldados que boquiabiertos lo vieron derrumbarse pesadamente antes de empezar a ascender el terraplén y sin que tuviera el más mínimo chance de preguntarles por dónde demonios se había escapado el correcaminos.

CONTINUARA?

Texto agregado el 06-06-2008, y leído por 251 visitantes. (1 voto)


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