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Como otras veces lo he mencionado, el pasaje Santa Estela, esmirriado enclave en el cual transcurrió la mayoría de mis historias de niñez, me invoca, de vez en cuando, recuerdos que me ensopan el alma de melancolía. Ya he nombrado a tantos personajes que residían en aquellos lares y siempre aparecen otros nombres y otros rostros, arracimados en ese estrecho pasadizo, que se niega a desaparecer de mis recuerdos.

Jamás he mencionado que mis padres se conocieron en dicho pasaje, en el cual ambos vivían. Mi madre era una chica muy guapa que, a medida que pasaba el tiempo, y sin siquiera proponérselo, iba conquistando el corazón de una corte de efebos que la contemplaba con adoración. Pero, el destino parecía estar escrito y, un día cualquiera, mi padre conquistó su corazón y desde entonces comenzó a trazarse mi camino en esta tierra.

Ya he comentado en varias ocasiones sobre el contubernio planteado entre mi abuela y yo. Fuimos socios literarios, compañeros de juegos y compinches, cuando había que descuerar a algún vecino. Esta hermandad era rota a menudo por las irrupciones de mi abuelo, un jubilado de las fuerzas armadas, que, afortunadamente para nosotros, rendía sus armas en clubes sociales y juntas misteriosas de las que nunca nos hizo partícipes.

Pero nada me aterrorizó más que el día en que una pequeñuela de mi misma edad, se atrevió a golpear la puerta de nuestra fortaleza -defendida con dientes y uñas por mi parte-, para satisfacer una inquietud que le rasguñaba su virginal corazón. Fue mi abuela la que acudió al llamado y se encontró con la chiquilla, que la miraba sonriente.

-Hola niña. ¿Qué deseas?
La chica, sin las cortapisas que nos frenan a los adultos, fue directa al grano.
-Vengo a ver al niñito bonito. (Ese era yo).
Mi abuela la contempló con un azul asombro. Siempre pensé que todo lo que miraba ella, lo percibía en esas tonalidades, dado que sus ojos eran dos trocitos de cielo avencindados en sus cuencas. La sorpresa dio paso a una risa maliciosa. Luego, se volteó y me dijo:
-Acá te necesitan, Guido.
Yo, que había escuchado todo, busqué de inmediato un refugio seguro en el cual ocultarme. ¿Qué cosa era esa de que una mujer quisiera entablar amistad conmigo? Para eso, estaba mi primo, nuestros amigos, mis hermanas y mi prima. A ellas, las conocía, sabía de lo complicadas que eran las féminas, pero, ¿quién era esta pequeña desconocida que pretendía entrar en mi mundo?

En varias oportunidades, la chica insistió en sus requerimientos y nunca estuve disponible para ella. Mi timidez, incipiente en aquellos días, me indicaba que mi “bonitura” podía ser un peligro para mi existencia, por lo menos en mi relación con las mujeres. Y me empeñé en evitarlas a como diera lugar.

Hoy, transcurridos milenios de días, me acuerdo de este incidente y me da por pensar en aquella audaz pequeñuela, que de seguro, sólo quería compartir sonrisas y caramelos conmigo. Y la imagino ahora, señorona, abuela quizás de otras pequeñuelas, tan decididas como ella. ¿Recordará también esta respetable señora aquel episodio? ¿Habrá guardado en los pliegues de su memoria la imagen de ese chico paliducho y esmirriado que ella eligió acaso como un proyecto de galán? Quien lo sabe. El pasaje Santa Estela, estrecho enclave en el que se atesoran la mayoría de los recuerdos de mi niñez y juventud, acaso me de una pista. Por lo tanto, cualquier día me interno por ese mágico territorio, signado entre dos calles principales, para darle respiro a nuevas añoranzas...













Texto agregado el 22-06-2008, y leído por 212 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-06-2008 Hermoso relato, con su toque humorístico y melancólico también. Entrañable la relación con la abuelita. Y ¿verdad que después se arrepienten esos niños que no quieren jugar con nosotras? ¡JA! A mi tambien me hicieron el desprecio alguna vez... galadrielle
22-06-2008 que ternura de historia, amigo mío, chico bonito. Me gustó muchis!! anemona_
22-06-2008 Preciosa historia Gui, algo que tu mente ha atesorado, seguramente en la de ella también está. Mirá vos que Galán!!! jajaja. Un besote y mis estrellas. Magda gmmagdalena
 
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