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La diaria ceremonia de la ducha, la única a la que no había renunciado, fue acompañada por la información radial. Creía haber escuchado tras la cortina provocada por el uniforme sonido del agua, que un hombre “del cual se desconocía toda otra información, intentaba suicidarse en Quintero, al parecer producto de problemas sentimentales, lanzándose al vacío desde una escarpada roca a los acantilados…” Florencia caminó quedamente hasta la pieza pensando en la piedra Tarpella, y trató de hacer algún símil, algún juego de palabras culterano y amargo, como acostumbraba, entre el patético suicida sentimental y los arrojados desde la piedra por sus deudas. Sintió ajena vergüenza de que tal episodio se ventilara a la luz pública. Recordó que su abuelo decía que esa gente era la que se sabía incapaz de salir en los medios de comunicación por mérito propio, como los que se mandan saludos, como si hubiera que tener mérito para ser público, masculló. Intento asimilar los créditos a los sentimientos de aquel desdichado, pero sospechando la poca claridad de la asimilación, desistió de comentarlo con sus alumnos aquel día.
En la habitación cundía aquel desorden vulgar dejado por Manuel, del cual se podía desprender la búsqueda torpe de algo entre las ropas. Desde algún tiempo a esta parte, notó, acostumbraba a ocupar el adjetivo vulgar al referirse a las circunstancias de Manuel. Y si bien sabía que sólo eran eso, circunstancias, también vio lo inevitable de tal asociación. Como aquel día que le dijo que era como la luna “Estás llena cada veintiocho días”, destruyendo la esperanza de una imagen feliz.
El vestido, el perfume, luego el ascensor hasta el segundo subterráneo. Le llamó la atención que el auto no estuviera, puesto que habían acordado que ella lo ocuparía ese día, pero no era la primera vez, por lo que rápidamente olvidó su molestia y caminó hasta el paradero del tranvía. Mucha gente, el pago, sentarse y luego la radio a moderado volumen: “Decir te quiero, decir adiós no significa nada, las palabras sinceras, las que tienen valor son las que salen del alma…” mientras las gordas de la esquina reían de una manera que delataba inequívocamente el sabor de un chiste verde; “y en mi alma nacen, sólo palabras blancas, preguntas sin respuestas, llenas de esperanza…” y recordó rutinariamente las posibles preguntas de sus alumnos antes de empezar el control sobre “Huidobro y el creacionismo”. Cedomil, murmuró sonriendo, y la radio “interrumpía su programación habitual para da paso a una información del departamento de prensa, auspiciado por…”, el suicida debe estar hecho plasta pensó, y puso atención para confirmar su acierto lógico. La radio informaba que el sujeto aun estaba “al borde del precipicio, dudoso de suicidarse por que su mujer lo había engañado, según había gritado a la muchedumbre congregada (pobre mujer). También había gritado que se llamaba Manuel Fernández…”. La garganta se le enfrió y sintió que las miradas del tranvía se posaban sobre su piel. Miró a su compañero de asiento como para verificar el nombre dado, pero sospechó no escuchaba la radio y fue incapaz de verificarlo. No soportando las supuestas miradas, se bajó rápidamente del tranvía sin saber que hacer, y luego corrió hasta el metro, cinco estaciones, pasaje a Quintero, “a esta hora no hay directo, todos pasan por Viña”, y luego el asiento incómodo de un bus maloliente. Sólo ella y otro hombre, además del conductor y el auxiliar que fumaban al salir de Santiago: Fue hasta donde estaba el otro pasajero y le preguntó si le molestaría que fumara a lo que él respondió negativamente, más por timidez que por convicción había notado, pero a esas alturas necesitaba un cigarrillo. Algunas chupadas furiosas y cómo lo había sabido, cómo se preguntaba reiteradamente hasta que la pregunta perdió su sentido. Siempre tan discreta, aunque siempre lo sospechó. Si hasta parecía haber aceptado. Cómo me puede hacer esto. Todo el mundo se va a enterar. Y para qué voy si no será capaz de acercarme, debe estar la televisión. El matinal está asegurado por una semana, malográndose el cigarrillo, Prendió otro, mostró el ticket, a esta velocidad llegaré en menos de dos horas, por eso no estaba el auto, por eso la noche anterior no había querido, por eso la tristeza en su mirada, y su repentino negarse al matrimonio, cuando en un ataque de sentimentalismo se lo había propuesto hacía un par de semanas sólo para complacerlo. Pensó que la actitud de Manuel era vulgar, y luego se dio cuenta de que la gente pensaría que era sublime. Para esta gente acostarse con otro es vulgar, aunque la fidelidad sea besar un cuerpo fofo que ya no se desea. Acostarse con otro, si ni siquiera eso era lo importante, Ignacio no tiene idea, es otra cosa, cómo no va a entender, cómo no va a entender, y matarse en público, en Quintero, porqué no la mataba a ella y luego desaparecía, cometer un crimen es tan fácil, los pillan por idiotas. O matarme y luego matarse, tan vulgar y cobarde, y el maldito conductor encendiendo esa música de mierda. Y en un momento el sosiego, el ruido uniforme, sin música, y la terrible certeza de que no se está soñando. La letanía, cómo va ser algo público. Mis alumnos. Ignacio. Esto es realmente vulgar. Uno tiene un problema con su pareja y ahora opina todo Chile. ¿Un problema? Es la confirmación a la regla. Tendré la silenciosa solidaridad de todos los perdedores, que serán los primeros en crucificarme. Manuel. Pobre Manuel. Te voy a matar. Si es que no te has tirado, maricón, no me voy a acercar. El mongólico de la tele que le gusta a tu abuela. Tu abuela viendo tele. Mientras me entrevistan… ¿Manuel es impotente? No. ¿No la quería? Por supuesto que me quiere. ¿Entonces por qué? y como quieres que sepa pedazo de imbécil y hasta ahí no más llega la entrevista, que entrevista, si no me voy a acercar, si no te has tirado. Florencia siguió sus cavilaciones por un tiempo, y luego fue al baño del bus. Entró y de su pitillera saco marihuana, la que fumó en la pipa que siempre llevaba, tirando el humo por la ventana hacia la carretera, como en el colegio, y de pronto el estallido, la paz, la tonta sensación que es normal que Manuel se quiera tirar de una roca, y que todo se tiene bajo control. Luego pesadamente, livianamente, volvió a su asiento y después de mirar por algún tiempo un punto indefinible en el paisaje, durmiose.

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Al despertar el bus salía de Viña del mar y el día, producto de la mezcla entre sol y nubes, tomaba una evocativa coloración rojiza, a pesar de lo temprano de la jornada. Parece que el día estuviera terminando, ojalá estuviera terminando, y de pronto recordó a Manuel tratando de matarse, pensó en Ignacio, notose incapaz de pedir prendieran la radio. Trató de abstraerse en las dunas y logró hacerlo mirando un niño que corría tirando de un volantín, hecho probablemente por su madre, con papel de diario. En vano intentó recordar el nombre de ese tipo de construcciones destinadas a la entretención miserable del maldito Eolo, bromeó, y luego se dio cuenta de estar en Ritoque, veinte años Manuel, arrendamos la cabaña en un moco, tan sucia, tan sucia, como ella se sentía ahora, la cabaña, la cocina, cocinando mierda, tan felices, tan calientes, tan poético, tan patético mirado todo en perspectiva, pero yo te amaba , tu cuerpo hirsuto, como le había dicho un alumno tratando de impresionarla. Sonrió, pero era amarga la sonrisa que caía de sus labios; pensó fumar marihuana nuevamente, pero temió que Manuel estuviese muerto. Cuánto tiempo había transcurrido, ¿doce años?, y como había cambiado ese amor transformándose en una rutina lastimeramente virtuosa, como reconocía ya ese cuerpo, como la vulgaridad había ganado terreno, como ese pacto escandaloso y febril se había transformado en una institución torpe y bondadosa. ¿Cómo lo había sabido? Pero si ya lo sabía, era imposible que no lo supiera, esa conversación en la cual se lo insinué, si me dejara explicarle que Ignacio no era nada, era un riesgo, una torpe jugarreta del ocio, ni siquiera mejor en la cama, pero era un niño, no es amor, como tampoco era amor lo que ahora la llevaba a ver el cadáver de Manuel , no te tires maricón , la tele debe haber llegado, se vinieron por Nogales, debería haber tomado un taxi, y luego cerrar los ojos, sólo ella con ella, como en un espejo, en una visión circular y onanista de si misma, yo te amaba, pero no hay amor que soporte el transcurso de los años, las responsabilidades, la institución, tu familia, que va decir tu madre. Maldito, maldito, y apretar los ojos para olvidar a Ignacio, olvidar que no era el primero, olvidar las caricias de Manuel, las mejores, olvidar su voz, su olor, su lógica, su responsabilidad, vulgares, vulgares como Ventana y sus chimeneas, y luego Quintero, y el pueblo absolutamente revolucionado por el acontecimiento anual, un suicida había elegido dicha localidad para arrojarse al vacío , porque su mujer lo engañaba, y la gente alborotada, riendo, los vendedores con sus mercancías acercándose a la playa, y Florencia, tan lejos de Savognarola, aprestando a acercarse, decentemente, al lugar de infausto acto.

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Caminó por la playa hacia donde se dirigía el gentío, hundiendo sus pies en la dura arena formada de millones de conchas partidas, en esta arena va a enterrar la cara, había escuchado a la gente decir que todavía no se tiraba. Repetía constantemente la rutina a seguir: por nada una escena, por nada un papel salvador, él decide su suerte. Su mala suerte, no contribuiré al raiting del maldito matinal, ahí están las cámaras, hijos de puta, buitres, por nada salir en pantalla. ¿Cuánto habría tardado en formarse esa arena, cuánto esta playa?, y esos doce años le parecieron tan miserables, tan cortos, y sintió que ayer había conocido a ese hombre que diminuto se balanceaba al borde de la roca, y sin poder contenerse, corrió hacia el niño que conoció en la facultad, que le leyó el Fedón con lágrimas en los ojos, corrió hacia esa cama donde se había entregado cuando creía en cosas que ya no creía, cuando se sentía bella y aun no notaba que el amor surge de la admiración y que ésta, inevitable, se corrompe con el tiempo. Corrió con ligero pie, pero los policías no la dejaron pasar Soy su mujer, yo lo engañé, señaló llorando me acosté con otro hombre, los viernes, no era verdad lo del yoga, y las cámaras enfocándola, preguntándole ¿Qué le diría? ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo?, un mensaje al país, a las mujeres que están en su lugar, y en el distraerse de todas las miradas hacia esa mujer convulsa, incluso la de Manuel, los bomberos toman a la fuerza al suicida y lo bajan de la roca y avisan por radio que está a salvo, Manuel Fernández Tapia, obrero, cincuenta y cinco años, natural de Mulchén, se quería suicidar porque su mujer, Fresia Quilodrán Quilodrán le confesó que su décimo hijo no era suyo,(tampoco el segundo pero él nunca lo sabría), y Florencia que cae de rodillas, absurda y humillada, pensando que su Manuel estaría haciendo su clase de introducción a la sociología y que Ignacio lo estaría maldiciendo, con ganas de salir prontamente a recreo.

Texto agregado el 25-04-2004, y leído por 219 visitantes. (1 voto)


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