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El recreo era lo más patético. Llegaba el viejo verde y con su vara nos movía como ovejas. Jugábamos a la pelota, a las canicas y a hablar de todas las enamoradas ficticias que habíamos soñado tener. Recuerdo una de uno de mis compañeros de salón: Me llamó y dijo que conocía a mi hermana. ¿Cuál?, le pregunté. La menor, la Gabriela. Ella está enferma, le dije, tiene un mal extraño y hace mucho que no sale a la calle... Tememos que contagie a alguien por ello mis padres la han puesto en un cuarto, sola, sin nadie mas que un espejo en su cuarto y sus cosas, esas de mujeres. ¿Enferma?, dijo la chica que era bonita y usaba esas faldas de pliegues de colores y esas medias largas hasta las rodillas, revelando un pedacito de su blanquísima piel. Mi mano se posó sobre su pierna y ella no dijo nada. Lentamente empecé a subir mi mano hasta tocar su calzón. Sudaba a chorros. Ella no lo sé pues tenía los ojos cerrados y empezaba como a flotar sobre la silla en que estábamos, en medio del parque. Toqué la zona V y ella se estremeció. Entré, pues, sus manos apretaron las mía hasta formar un nudo de carne. Ella gesticulaba su rostro extrañamente, parecía ser una bestia salvaje que tiene hambre de sangre. Y cuando toqué esa parte, sus manos empezaron a temblar, y de pronto, se desmayó... Me asusté y partí a la carrera, no sin antes darle un beso en los labios y mirarle sus calzones. Eran blanquísimos... Todos quedamos boquiabiertos, soñando en esa chica, echada en una banca del parque, de ojos celestiales y calzones blancos. ¿Cómo se llamaba?, le pregunté. Me miró y supe que este acababa de salir de un ensueño. Todos callamos y seguimos metidos en aquel sueño y en todos los otros que nos contaba otro de los chicos del salón. Mientras tanto Pantaleón miraba a lo lejos, demasiado lejos de nosotros. Le miré y supe que no era como los demás. Este no soñaba, vivía algo real, fuera del alcance de nuestros sueños e imaginaciones. Me le acerqué y le dije qué le ocurría. Nada, respondió. Se paró y empezó a caminar por los bordes del salón hasta entrar antes de que sonase la campana. Siempre hacía lo mismo, y con el tiempo supe que no tenía ni buscaba un solo amigo. Una tarde en que no vino el profesor, Pantaleón salió de clase sin decir una palabra. Es mas, era tan extraño y desapercibido que nadie se daba cuenta si estaba su cuerpo o no. Salió y el único que se dio cuenta fui yo. Me paré y le seguí. Vi que caminaba hasta llegar a la escalera en donde se entraba al salón de los profesores. Me detuve e imaginé cosas extrañas. Le vi tocar y escuché un "pase". Entró y desapareció de mi vista. Vi en un lado de aquel lugar, gigantescas ventanas empavonadas. Me arrastré hasta llegar a uno de los ventanales. Y pude, lejanamente, verle conversar con varios profesores. ¿Qué estarán hablando?, pensé. Ya estaba por irme cuando la puerta volvió a abrirse y le vi nuevamente caminar hasta llegar a las escaleras y bajar con una sonrisa de esas iguales a las que me dio la vez que me tiró un cabezazo. Le alcancé justo poco antes de entrar a la clase. Le pregunté qué hacía dentro del salón de los profesores y con una sonrisa blanca me dijo que su padre era el director del colegio...

Texto agregado el 16-09-2008, y leído por 197 visitantes. (0 votos)


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