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Inicio / Cuenteros Locales / gui / El alegre, el triste y la que murió cincuenta veces (3 y final)

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TERCERA PARTE Y FINAL


Así lo hicieron y ganaron dinero a destajo. Juan no podía entender como era posible que la gente estuviera siempre dispuesta a pagar por sus lágrimas, en circunstancias que, cuando su alegría la esparcía por todos los rincones, sólo recibía risas y una que otra prebenda. ¿Sería acaso que la persona feliz era portadora de una riqueza incalculable y ello, la emparentaba a los millonarios en enseres y propiedades? Y, después de pensar eso, sintió que había perdido toda su fortuna y ahora sólo era un desdichado plañidero.

-Esta señora que ustedes contemplan en su ataúd, ha fallecido cincuenta veces- les contaba a los sorprendidos visitantes, la dueña de la lujosa mansión.
-Sólo se muere una vez- replicó León, el Triste, pensando, para sus adentros, que la señora aquella se había vuelto loca.
-Sucede, joven, que esta joven sufre –o sufría, nunca se sabe- de una catalepsia que la ha perseguido desde que nació.

Y la buena mujer les narró la triste historia de Civena, la Cien Veces Nata. Esta pobre señora, nació cinco veces y cinco veces fue declarada muerta. Sus primeras horas de vida, los pasó entre los brazos de su madre y la bandeja de la morgue. Toda su vida había sido una sucesión de muertes y resurrecciones, de tal forma que, había acuñado el dicho: “Todo tiene solución y también la muerte”.

Juanito Fanfarria, se aproximó al féretro y contempló el rostro marmóreo de la finada. Era, en realidad, una bella mujer, aún joven, que yacía con sus finas manos sobre su generoso pecho. Verla y enamorarse, fue una sola cosa. Pero, de inmediato, se horrorizó de tal mortal seducción, ya que era algo que no conducía a ningún destino.

Al rato, ambos jóvenes lloraban con la mayor de las maestrías, de tal suerte que el resto de los presentes se contagiaron y la habitación se transformó en un mar de lágrimas. Todo estaba en paz, cuando una mujer lanzó un espantoso chillido. Sucedía que la muerta había abierto sus ojos y había clavado su mirada inquisidora en ella. De inmediato, se puso en movimiento todo un aparato para sacar a la ex fallecida del ataúd y trasladarla a su lecho. Al poco rato, la estatuaria mujer recuperó sus colores y, sin inmutarse mayormente, agradeció a todos aquellos que habían concurrido a sus exequias, disculpándose por haberles hecho perder su valioso tiempo.

Los jóvenes fueron remunerados, tal si hubiesen realizado en pleno su luctuosa labor. Pero, Juan Fanfarria, prendado como había quedado de la dama, no aceptó el dinero y sí, quiso conocer mucho más de aquella bella mujer.

-Es mi alma desventurada y sin esperanzas la que obliga a mi cuerpo a rendirse- le dijo Civena, con una voz tan dulce, que provocaba un arrobo en el corazón del joven.
-Por usted, yo recuperaría mi felicidad- musitó Juan Fanfarria, que ya comenzaba a sentir los estragos de una pasión devastadora. En efecto, aún al contemplar aquel perfecto rostro dentro del sarcófago, oleadas de un magnetismo misterioso se introducían en su pecho y se apoderaban de su juvenil corazón. Y ello bastaba para que los tambores entusiastas que proclaman a los cuatro vientos cualquier epifanía, ahora le indicaban que la felicidad estaba ad portas.

Por lo que, se despidió de León, el Triste y decidió que se quedaría en esa región.

Desde entonces, Civena y Juan Fanfarria caminaban del brazo por las vastas praderas, conversando y riendo. Poco a poco, ambos se hicieron indispensables el uno al otro, más aún, cuando la mujer ya no sufrió otro cuadro de catalepsia y Juan Fanfarria recuperó esa alegría que había sido su sello de identificación.

Y como en los cuentos, Civena ya no tuvo otra muerte que lamentar y sí muchos hijos que adorar. Juan Fanfarria, junto a su perro Luis, un animalito que apenas se sostenía en pie y, sin embargo, había sido capaz de encontrar a una perrita que lo amaba, salían por las tardes a enseñarles su arte a esas personas humildes, quienes les premiaban con simples obsequios. Eso, y saber que en su hogar le aguardaban la dulce Civena y sus maravillosos hijos, bastaba para que Juan Fanfarria agradeciese a Dios por haberle brindado tan fascinante existencia…



F I N










































Texto agregado el 23-10-2008, y leído por 243 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-10-2008 Que bien por la feliz pareja, pero me da pena el pobre Leon el Triste...Un abrazo. galadrielle
23-10-2008 Yo estuve casado con una mujer que sufría ataques de catalepsia y permanecía largo rato inmóvil, silenciosa, con un aspecto cadavérico. Curiosamente, esto le sobrevenía únicamente cuando manteníamos relaciones íntimas...Salú. leobrizuela
23-10-2008 está bien que la cosa termine feliz chavo
 
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