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Surcaba los cielos como una opaca centella, cuando un hermoso campo de flores llamó su atención, empezó a volar en círculos para poder observar mejor, era inmenso, inacabable, bello. No resistió la tentación y aterrizó en medio, tomó forma humana para poder empaparse de aquel agradable olor y sentir en la piel la suavidad de los pétalos. Estuvo un tiempo indeterminado disfrutando de las agradables sensaciones que le brindaban las flores, cuando una risita femenina lo sacó de su ensoñación, se convirtió nuevamente en ave para ocultarse fácilmente. Escondido entre la maleza la observó, ¡por los dioses era muy bella!, tenía un delicado rostro y una figura encantadora. Repentinamente, retornó a su estado natural y se acercó lentamente a ella. Huayta estaba sorprendida y asustada, quiso pedir ayuda y no lo hizo, sabía que los guerreros que la vigilaban vendrían inmediatamente si gritaba y matarían al extraño. Él le pareció fuerte y hermoso, mientras lo observaba se dejó atrapar por el embrujo de esos insólitos ojos. Confundida, agitada y extasiada, no atinó a actuar de ninguna forma, ni siquiera reaccionó cuando lo tuvo tan cerca que pudo escuchar su respiración.

Eres muy hermosa, pronto serás mía- le susurro al oído, luego la miró fijamente a los ojos como si quisiera robarle el alma y agregó:

Volveré…

Mientras observaba al extraño alejarse; Huayta escuchó una y otra vez el eco imaginario de esta palabra en su mente. Vio como la figura corpulenta y cobriza se empequeñecía al separarse de ella, se asustó por un instante, pensó que los guardias lo descubrirían y matarían; pero un súbito presentimiento la convenció de que eso no era posible.

¿Volver? Claro que volvería, necesitaba poseer toda esa belleza, todo ese candor, toda esa delicada gracia comprimida en esa magnífica mujer; su cuerpo se lo exigía, sus sentidos se lo pedían, no eran los deseos de un humano cualquiera, era la pasión de un ser extraordinario el que debía ser saciada.

Al siguiente día se presentó ante la muchacha, ella no gritó, nuevamente la curiosidad, el nerviosismo y la excitación fueron más fuertes. Se paró frente a ella con esa mirada devoradora, sus ojos la aturdieron por completo, su hechizo, su maleficio era incontrolable. Luego, todo fue confuso, acelerado, cuando Huayta trató de reaccionar ya era demasiado tarde, él la había tendido en la alfombra de flores, su boca y sus manos le recorrían el cuerpo y vencían la resistencia de su ropa. Estuvo por un tiempo dejándolo hacer, paralizada por el miedo; pero al poco tiempo su piel se crispó ante las nuevas sensaciones que se le presentaban, sintió una excitación incipiente que se incrementó de manera incontenible, cuando él más avanzaba en sus lúbricas pretensiones. La pasión, ese fuego que se alimenta de sí mismo, se apoderó de ambos, la embistió salvaje, animal, gruñían, resoplaban, gemían, hasta terminar en una maravillosa y colorida explosión.

Cuando terminó y se alejó del hermoso campo de flores, ya no era un hombre, el ardor irrefrenable que le provocó la muchacha, le proporcionó una nueva transformación: un puma negro de ojos rojos sediento de sangre.

Texto agregado el 31-10-2008, y leído por 95 visitantes. (0 votos)


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