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Remontando el Ucayali en una lancha fluvial. Después de haber cursado el caudaloso rió Huallaga, hasta su confluencia con el Marañon, padre de nuestro gran rió Amazonas, que es el cordón umbilical de la América del Sur; escucho la historia de un hombre legendario, Carlos Fermín Fitzcarrald López, el cauchero, era enhiesto, cuadrado de hombros, barbado, poblada las cejas, de erguida frente y mirada límpida y audaz, osado y fuerte, impulsivo y hábil, bondadoso y cruel, de cortas palabras, de acción y de hechos.

Que lo motivo ir hacia la selva, desde San Luis de Huari, su pueblito minero Ancashino, bajo el rutilante Huascaran, pero hasta esta floresta llego y en los pocos años vividos que acabaron pronto, fue como el paso de un cometa, luz y fuego, tenia como ideal el vivir intensamente y morir joven con los zapatos puestos; escucho a muchos decir, que puede hacer un hombre solo, y la respuesta es, mucho, uno solo recuerda a los demás que deben de serlo, los hace tener fe, luchar, ser dignos del alto titulo de ser varón.

Empezó de simple cauchero, pero su mente poderosa y su gran sentido de la organización, aunado a una gran personalidad, impusieron acción, se trajo desde Moyabamba a centenares de jóvenes, y se hizo con el misterio de su fuerza interior, de miles de nativos, que lo seguían en los mas duros trances, abriendo trocha, y los mas extraño es que a los naturales los hizo trabajar, comprenden el milagro, nadie se explica, ni aun sus amigos, que mágico poder ejercía, para hacerse obedecer, querer y respetar, pero los nativos lo siguieron en masa, descubrió el istmo que lleva su nombre, y con ellos y sus hombres jaloneo la ruta de haciendas, barracas y tambos, desde Iquitos hasta Madre de Dios, y a través de estos miles de kilómetros ascendía la civilización y la Peruanidad, sostuvo luchas implacables con la naturaleza y con algunas tribus feroces e irreductibles, que le devolvían sus regalos atadas a las puntas de las flechas envenenadas, y les impuso a veces castigos escalofriantes, ejecutándolos en lotes por decenas a tiros de Winchester.

Y un día de infortunio para la patria naufrago en el Urubamba, su muerte es digna de su vida, extraordinario nadador, pudo haberse salvado fácilmente, pero este hombre lo era por todos los lados y como tal era leal, nado furiosamente en el intento de salvar a su socio y amigo, cuando hallaron su cadáver, sus brazos de acero lo tenían aun dos días después, lo apretó tanto que ni siquiera la muerte pudo hacer que lo soltara.

Cundió en toda la selva el grito, repetido como un eco por miles de voces, Fitzcarrald a muerto, y entonces los nativos llenos de dolor, empezaron a destruir, arrasaron las haciendas, los tambos, que jalonaban el mañana, con estos actos destacaron aun mas la grandeza de la persona, probaron que solo a el temían y amaban, a solo un hombre, Fitzcarrald, Peruano impar, de simple cauchero, se convirtió en el gonfalonero de la civilización, fue un hombre extraño, poseedor de admirables virtudes y grandes defectos, en su mente Vivian imágenes que lo impelían a la acción, tanto era ingeniero como medico, explorador y geógrafo, sabio y artista, hombre de empresa y aventurero, matarife y humanitario, demonio y santo, religioso y ateo, pero Peruano siempre, símbolo suyo, muy bien podrían ser dos Ángeles, el ángel exterminador, y el ángel de la anunciación, así era Carlos Fermín fitzcarrald López, el cauchero.




Texto agregado el 22-11-2008, y leído por 213 visitantes. (0 votos)


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