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-La tortura es más que dolor físico, amigo. Se producen diferentes situaciones que jamás se producirían en un estado normal. Se despiertan sentidos que, por lo general, permanecen en estado larvado, la tortura, amigo, es más que sufrimiento y desgarro físico, es una coincidencia metafísica entre el alma y el instante.

El hombre, narraba su experiencia vivida hace años, cuando había sido capturado por un grupo que nunca pudo identificar. Lo vendaron y desde entonces, sus ojos le delegaron su función a su cuerpo, su olfato y audición. Corroboró, en tan funesta circunstancia, que los sentidos se interrelacionan de un modo tal que nos transformamos en seres mucho más receptivos ante cualquier estímulo.

-A mí me torturaron de la manera más refinada y cuando mi alma estaba hecha añicos, les pedí que acabaran con esto y que me mataran de una buena vez. “Haberlo dicho antes”- contestó mi verdugo-“acá, los deseos son a la carta”.

La víspera de su ejecución, casi no durmió. Nadie lo haría ante la antesala de su propia desaparición. En su mente malherida, surgieron imágenes y situaciones dispersas: su madre, sus hermanos, su vida apacible, hasta hace poco. La muerte, la muerte, ¿qué tan diferente sería a este infierno convocado?

-Un palmazo en mi rostro me despertó de golpe y, sumido yo en equívocas cavilaciones, me sentí levantado en andas por manos fieras. Me puse de pie, pero ya mis pasos no eran resueltos. Tenía miedo, mucho miedo, no al dolor de las torturas ni a esos insectos mortíferos que traspasarían mi pecho. Era un miedo visceral, del cual yo no tenía razón, un terror que me heló la sangre.

-¡Apuuunteeen!-bramó una voz y el condenado alcanzó a sentir como su frente se perlaba de un sudor frío. Y en esa fracción de segundo, antes que las balas horadaran su pecho, sintió que sus esfínteres se relajaban, dando a entender que todo estaba perdido.

-Después de la descarga, se sintió un silencio atroz, mi amigo. Yo me dije: -¡Así que esto es la muerte! Era una sensación de bienestar, los pajarillos del amanecer continuaron tejiendo su arpegio de trinos. –¡Esto es la muerte!-repetí, hasta que algo salobre llegó a mis labios. Era el sudor de mi frente que había reptado por mi rostro buscando el cauce de mi boca. Esa sensación despertó en mí la duda. Y el aroma a rocío que delataba al alba. Y mis latidos, y esa sensación húmeda entre mis pantalones.
Y luego, la carcajada horrible del que había ordenado mi fusilamiento.
-Vamos hombre, ¿creíste que éramos tan malos?

El hombre terminó su relato, no sin recordar una multitud de detalles evanescentes. Su interlocutor, que de la perplejidad había derivado en un estado de conmoción infinita, no atinó a expresar con palabras nada de lo que sentía y sólo le tendió su mano para estrechársela, en un gesto de profunda solidaridad.

Sólo que la mano no encontró destino alguno y se agitó en el vacío…










Texto agregado el 05-12-2008, y leído por 210 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
06-12-2008 Para tortura tu texto! Qué bárbaro, mira que eres aburridor! marxtuein
 
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