nada especial para abrirme totalmente. cogí un papel y empecé a escribir durante horas. cuando sentí que no quedaba mas tinta, paré... dejé las hojas una sobre otra y luego de guardarlas en un sobre cerrado, lo puse en la cama del hombre santo. escondí mi cuerpo al costado de un antiguo e inmenso mueble guardarropa y esperé su llegada. sus pasos siempre suaves y armoniosos anunciaron su llegada. le vi postrarse hacia la ventana del cuarto para luego empezar a orar con los ojos apuntando a la eternidad, allí en donde sólo él pudiera verla... luego de un par de horas, se detuvo y fue directo hacia su cama. vio mi sobre y lo abrió. mi pecho se abrió nuevamente y empecé a desfallecer... hoja tras hoja que leía me producía un dolor infinito. terminó y luego de ordenarlos una hoja sobre otra las guardó en su mismo sobre, para luego posarlo sobre un mueble al costado de su cama. pensé que iba a echarse pero no, miró la ventana, se postró y con una amplia sonrisa empezó a cantar y bailar por todo el cuarto como esos rusos que danzan saltando, gesticulando voces secas y lejanas. fue hermoso verle así como a un niño. de pronto salí de mi escondite y contagiado de su inocencia y pureza, bailé a su lado. este se detuvo y miró mis ojos, directamente. sentí que leía mi adentro sin piedad. miró hacia el lado de su cama y cogió las hojas metidas en un sobre. "son bellas", dijo. las cogí sin decir palabra y salí del cuarto del hombre santo. era de noche y llovía a cántaros. cogí mis hojas y las puse bajo la puerta que encontraba en cada casa que veía en mi camino, sin parar, hasta llegar a la mía... ¡nunca la encontré! mis hojas se quedaron, metiéndose en las vidas de los vecinos, viviendo una existencia parecida a los personajes creados por mí. nunca volví a la casa del santo ni a escribir una sola letra... pero, aprendí a esperar y a escuchar todo, en este valle sin destino seguro ni verdad absoluta…



san isidro, diciembre de 2008