La Muerte ronda a los que duermen, al no poder habitarlos en vida. El sueño de los vivos, no es otra cosa que las invocaciones que les hace la parca, les sugiere, les susurra en los oídos, se extasía al contemplarlos en ese sueño tan parecido al que ella misma induce.

La Vida, en cambio, se agita dentro de esos cuerpo inerte, les intranquiliza con sus invocaciones, les provoca insomnio, les acelera el pulso e insufla aire renovado en sus pulmones. La vida no se rinde nunca, pero, muy cerca, está la Muerte, que hace pactos, seduce y miente, para llevarse en vilo a sus víctimas propiciatorias.

Vida y Muerte, hermanadas y antagónicas, una, atrapando el soplo de sus víctimas para arrojarlas en sus abismos. La otra, abriendo los ojos de aquellos, de par en par, para que comprendan que deben anclarse en esos jardines dorados y en esos caminos tan largos y tan arduos, pero siempre gratificantes.

Vida y Muerte, una, reptando y la otra, cimbreándose en medio de los vientos, gallardo velamen que se inflama con los soplos de los vivos y de los que se arremolinan para tratar de regresar donde no les pertenece. Vida y Muerte, Parca y soplo, ambas, aturdidas en un beso, beso de Judas que origina génesis y extinciones…