El jardinero trató de levantar el frondoso hibisco, que parecía inclinarse hacia esos rosales, claveles y hortensias que lo circundaban. Era un arbusto bellísimo, pero ese aspecto de derrota suya, lo desmejoraba ostensiblemente. Por lo tanto, el hombre fabricó una cruz con dos palos que encontró dentro de una bodega, y lo instaló en la espalda misma de la poco airosa planta.

Un gorrión que picoteaba unas semillas, me contó, días más tarde, que el hibisco se desplomó aún más sobre aquel jardín, y aunque el pajarillo no era muy entendido en el idioma de las plantas, habría jurado que escuchó algo muy parecido a lo siguiente:
-“Perdónalos señor, porque no saben lo que hacen”.

Tuve que explicarle al gorrioncillo aquel, que las plantas poseen su propia sabiduría y que el hombre muchas veces interfiere en su naturaleza.

El pajarito voló con una semilla en su piquito y yo, me quedé pensativo…