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La fiesta empezó como a las nueve de la noche con la pegajosa teknocumbia peruana que por aquellos dias estaba en todo su apogeo, la del Grupo Cinco, El Embrujo. Su ritmo contagiante invitaba a mover cintura, a saltar y aplaudir a rabiar. No había pretexto para quedarse de mirón. Todos salieron a bailar.
-Eso, eso, a mover las caderas, así, así, una mano arriba y otra abajo. A cambiar de pareja, vamos, vamos que vida solo hay una.
Pura del Socorro miraba con asombro, a traves de una ventanita cubierta de cortinas transparentes de tul rosado. Era un lugar estratégico para mirar lo que estaba pasando en la casa de su vecina. A sus oídos le llegaban el alarido eufórico de los invitados. Por un momento se sintió ofendida por el titulo de la canción. No estaba acostumbrada a las palabras subidas de tono que alterasen el concepto que tenía de la virtud.
-!Abrase visto!, esos movimientos de cadera no son nada cristianos.
Se persignó muchas veces y entornando sus ojos, miró hacia arriba suplicando con profundo fervor.
-Señor, apiádate de ellos por danzar con movimientos indecorosos. La intimidad del cuerpo tiene que estar celosamente oculta bajo siete llaves. Saltan y saltan, todo se les mueve, han perdido el control, Señor.
Horrorizada, salió corriendo de la casa de su tía Concepción, atravesó la Plaza de Armas y se fué a refugiar a la iglesia Santo Domingo, en el centro de Lima. Ahí recién respiró tranquila, cuando estuvo librada de ese infernal bullicio.
-Señor, te ruego que los perdones, no saben lo que hacen.
Pura del Socorro, nombre que por si solo le marco su destino religioso, tenía una vida muy disciplinada y, aparentemente, digna. Trabajaba intensamente, sus ocho horas más sobretiempos; por las tardes estaba dedicaba a vender estampitas de puerta en puerta y a predicar la biblia a cuantas personas pasaban por su lado. Lo hacía fuera de las iglesias, en las calles, en las estaciones de grifo, en los restaurantes, en los autobuses, en los parques. Todo lugar era bueno para tratar de convencer a la gente a tomar el buen camino del Señor.
Su casa estaba inundada con olor a sahumerio. Parecía un camposanto con velitas por todos los rincones. También habían flores frente a un altar con santitos de todos los colores y lugares. Los tenía en el hall de la entrada, para que su familia y las visitas rezaran una oración y pidieran por la humanidad, antes de dejarlos ingresar a la sala.
No tenía televisores porque esas cajas negras malogran los pensamientos, decía. Sólo tenía una radio en la cocina para escuchar la emisora Santa Rosa. Sus programas favoritos eran la biografía de los Papas y las canciones de alabanza a la Virgen del Rosario.
En realidad, la vida de Pura del Socorro tenía sus propios misterios. Cuando cumplió los diecisiete, dejó la casa de sus padres para convivir con un Hermano en una comunidad cristina. El hermano John era de ascendencia americana, cabello largo y castaño, barbas pobladas y su mayor atractivo era la refinada nariz aguileña y respingada que adornaba su rostro angelical. A Pura del Socorro le recordaba al Mesías Isaías, por eso, a primera vista, quedó fuertemente atada a él, en alma y luego en cuerpo. A pesar de su creencia de mantener intacta su puresa física, cedió a los atractivos encantos de este jóven predicador.
Fruto de esa unión nació un chiquitín, que a ella le pareció una divina señal de los cielos, por eso lo llamó Jesús. Lamentablemente, y como una prueba más del Señor, el hermano John, de una manera muy sutil, escapó a sus obligaciones pretextando irse a los Estados Unidos en una misión de peregrinación. Nunca más volvió a saber de él.
Crió a su hijo bajo la influencia de libros santos, sahumerios, velitas, altares y misas. Desde niño, le obligó a ser monaguillo hasta que cumpliera los veinte años. Sus amigos del colegio, que concurrían los domingos a la iglesia San Silvestre, se retorcían de risa cada vez que lo miraban vestido con su estrecha túnica blanca. El asombro de los chicos llegaba a su climax cuando miraban el contraste que había entre la gran talla de Jesús con la ridicula tunica que apretaba su cuerpo como un tamal. Para discimular, a Jesús se le dió por andar jorobado jalándose la tunica para que, al menos, le cubriera el ombligo.
El olor a santidad que Pura del Socorro respiraba y que transmitía a su hijo, la convirtió en una chica obsesionada por su religión. En vez de unirse a él, para formar una familia vigorosa y alegre, ambos se alejaron de lo mundano.
-Nada de diversión, nada de fiestas, -salvo la de un familiar-, nada de licor, nada de cigarros, nada de vestimentas indecorosas ni de maquillajes. Esas eran las reglas de la casa impuestas por aquella persistente madre.
Cierta mañana, observó que nuevos vecinos –los Oropesa- estaban en pleno traslado hacia la casa rosada de al frente. Ellos transmitían una energía que daba ganas de saltarse la reja y compartir con ellos. Ellos eran los padres y sus tres hijos.
La hija mayor, bonita, alta y esbelta, tenía 21. Le seguía el que más se parecía a su padre, el de 17 y el pequeño, el mas gracioso de la familia, bordeaba los 15. Todos eran simpáticos y guapos. La educación que tenían era lo que mas resaltaba. El lema de la familia Oropesa era buen porte y buenos modales, abren puertas principales.
Un día en que le dieron permiso para descansar hasta curarse de las paperas, llegaron hasta su casa los amenos comentarios que sus simpáticos vecinos hacían en torno a sus actividades del día. Fué inevitable a Pura del Socorro compararse con ellos. Se estaba, privando de sentir los latidos de la vida y todo por estar entrampada en su propio cascarón. Se puso a pensar en lo triste que había sido su vida y la de Jesús.
-Siempre obedecí las reglas de la iglesia, actuando según la conveniencia de esos curitas, esas monjitas y todos ese clan de adulones. Me pesa en el alma no haber disfrutado de las pequeñas cosas que me rodeaban. He debido dedicarle más tiempo a mi hijo, estoy cansada de ser extremadamente recatada. Me da coraje que esté prohibida de gozar de los bienes materiales, como si eso fuera un pecado mortal. No tengo porqué vivir de las apariencias para el agrado de estos curitas. !Qué estampitas ni qué ocho cuartos!. Estoy harta de ir de puerta en puerta a predicar algo que ni yo misma practico. He sido un fracaso como madre.
Estaba completamente contrariada. Tuvo el deseo de cometer una locura para desahogar todo lo que durante años la tenía comprimida.
-Parezco una beata. Dejaré de serlo cuando me dé una canita al aire.
En una noche de luna intensa, a Jesús le pareció extraño ver a su madre con una mochila en la espalda, caminando a toda prisa hacia su auto a una hora en que debía estar durmiendo. Eran las doce de la noche.
-A dónde irá a esta hora?. Ah, ya lo sé. Va a darle consuelo a un hermano que estará por irse de este mundo. Pobrecita mamá, siempre velando por el prójimo y renunciando al placer de su tranquilidad.
A la media hora estacionó su auto en un garaje, debajo del centro comercial Jockey Plaza. Cuidó de no ser vista por nadie. Miró a ambos lados para asegurarse que nadie la siguiera. Mientras caminaba, se iba sacando los lentes, el chal , la bufanda y la mantilla que cubría sus cabellos. A los pocos minutos, entró, radiante, a la afamada discoteca Paraíso. Una nube de humo de cigarillo le dió la bienvenida.
Para adecuarse al ambiente, fue al baño, se cambió el faldón con pliegues, por una mini apretada; sus zapatos mocasines, por unos zapatos de taco aguja; sus medias Mary Popins, por unas pantys brillosas y su bluzón con botones hasta el cuello, por un topcito rojo, que apenas le cubría la delantera. Lucía transformada, con medio kilo de maquillaje en su rostro de santa. La cucufatería se le fué en un dos por tres.
Compartió una noche divina con el rebelde grupo cristiano de su iglesia, con quienes bailó bachatas y reguetón, contorneándose como un trompo de mesa. La música de Daddy Yankee y Don Omar fueron sus preferidas.
Al día siguiente del jolgorio, padeció de un malestar increíble. Su cuerpo estuvo debilitado por la cantidad de licor que por primera vez, ingirió. Durmió todo el dia sin asistir al trabajo.
Entre sueños deliraba, oprimiendo los puños contra su pecho
-he caído en la tentación del maligno, la desgracia ha caído sobre mi ser, pido tu salvación, mi Señor.
Su hijo Jesús, preocupado por el estado tan deplorable en que se encontraba su mamá, llamó a la ambulancia para que se la llevaran a un hospital.
Ella se resistió con todas sus fuerzas. Lanzaba, fuera de razón, maldiciones y patadas a los enfermeros. Tuvieron que cedarla para calmar sus agresiones y el fuerte sentimiento de culpa que le había invadido como un temporal. Los médicos dijeron que padecía de una fuerte depresión causada por el cambio inesperado y radical de experiencia.
Ella había querido liberarse de tanta santidad y probar lo prohibido, bailando la música que durante toda su vida rechazó.Tenía la mirada centrada en su rosario. Una mueca de sufrimiento invadía su rostro. Era el dolor del alma, el que atormentaba su existencia. El arrepentimiento no la dejaba en paz.
Cada vez que le venía el recuerdo, no podía creer en lo que hizo la noche en que tomó y bailó a sus anchas, en la discoteca Paraíso.
Por momentos, gritaba a voz en cuello:
-!No quiero ser una pecadora, ayúdenme!
Callaba sólo cuando ingería las pastillas y le aplicaban inyecciones para dormir.
Jesús, felizmente, corrió mejor suerte. Salvó de caer en el mismo abismo que su madre. Su tía Concepción lo cobijó en su hogar y le dió el cuidado que tanto necesitaba, en ausencia de su madre.
Mientras la vida transcurría lentamente, ya calmada Pura del Socorro, tuvo la sensación de sentirse tranquila cada vez que asistía a la consulta médica y desfogaba todas sus culpas. Cada tarde luego de almorzar, asistía puntualmente a su terapia. Apenas llegaba, se sentaba en un sillón de cuerina acolchada y se dejaba llevar por sus palabras. Al principio, se mostraba tímida. Luego, al entrar más en confianza, dejaba escapar todos sus tormentos al exterior.
Cuando terminaba la sesión, suspiraba aliviada y se iba agradecida al médico Dulanto, encargado de su tratamiento.
-Señora usted requiere de alguien en quién pueda apoyarse moralmente. Ha estado sola durante muchos años. Una pareja sentimental sería lo mejor que le pudiese suceder para compartir la vida y sentir que alguien se interesa por usted.
-Doctor Dulanto, durante todo este tiempo los hermanos de mi iglesia me dijeron que sólo debía vivir con el padre de mi hijo. No podía traer a un extraño a la casa. Por eso rechacé tener pretendientes o casarme con alguien.
-Veo que le han lavado el cerebro haciéndole creer conceptos absurdos. Usted ha sido muy débil aceptando esas ideas. Se dejó llevar sólo por las apariencias, creyendo que así ganaría el cielo. Se puede ser digno sin acatar imposiciones. ¿No se dió cuenta el tiempo que perdía vendiendo estampitas, predicando la bilbia por las calles y dejando de lado a su hijo?. El era quien más la necesitaba. Pero ya todo pasó, lo aconsejable es que rehaga su vida.
-Doctor Dulanto, le confesaré que siento algo especial por usted. Me encanta cuando vengo a su consulta y escucho sus consejos. Me hacen sentirme bien. Estar aquí, escuchándolo es como ganar un sitio en el propio cielo.
-Mi trabajo es ayudarla a superar el momento por el que está pasando. Me da gusto verla tranquila y feliz, pero lo que ahora necesita es poner en orden sus ideas.
-Me estoy enamorando de usted. Es la persona ideal para mi vida. Usted es el único que me comprende, podríamos unir nuestras vidas siempre que nada lo impida, claro. ¿Que le parece?
El médico quedó sin palabras. Pensó que María del Socorro necesitaría un tratamiento mas profundo. La recomendaría con un colega suyo, especialista en casos como el de Pura del Socorro.
Al ver la paciente que el doctor Dulanto no atendía sus llamadas y siempre estaba ocupado las veces en que lo visitaba, comprendió que no quería tener ninguna relación afectiva con ella.
Siguiendo sus consejos, de todos modos, buscaría alguien con quien pasarla bien. La esperanza era lo que menos había perdido. Por ultimo, mientras tuviera la libertad de hacerlo, las calles estaban llenas de hombres para elegir al mas adecuado.
Mientras no le llegaba el momento de volverse a enamorar, Pura del Socorro empezó a tomarle cariño a la muñequita que Soco, la secretaria del doctor Dulanto le había regalado en el día de la amistad.
Acariciaba con deleite la cabecita rubia de su muñeca, todavía sin nombre. Le susurraba cada vez que podía
-no voy a permitir que te contamines con la vida de los pecadores, estarás siempre conmigo para enseñarte las plegarias de nuestros ilustres santitos, Santo Tomás, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres. Nunca dejaré que pises una discoteca, eso te enferma, en cambio tú, serás una chica buena. Con una suave sonrisa vistió a su muñeca con una túnica blanca y le puso como nombre Beata.
Al menos, con ella encontraba un refugio. Las tardes eran más llevaderas, más tranquilas cuando la tenía a su lado.
-Si fueras de carne y hueso, qué diferente sería todo. Me respoderías, hablaríamos de nuestros problemas, seríamos amigas. Ahora veo !cuánta falta me hace tener una amiga!
Con ella en brazos, salió al jardín a tomar el aire fresco de la tarde. Afuera hacía un sol radiante que invitaba a gozarlo plenamente, pero algo se lo impedía, Pura del Socorro no podía salir. Delante de ella había un bosque de pinos que daban a ese lugar un aire encantador. Las gruesas rejas de fierro de la entrada, se alzaban imponentes, para impedir a Pura del Socorro salir hacia las calles de Lima. En la parte superior, a la vista del publico, había un cartel que tenía dibujada, en mayúsculas, la palabra manicomio.

Texto agregado el 05-02-2009, y leído por 1624 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
23-09-2013 Me ha gustado esta lectura, en verdad la he apreciado mucho, no me gustan las moralejas pero ha sido muy ameno, me anima a leer más de lo suyo. dromedario81
08-11-2009 Tienes el don de narrar con amenidad y fluidez, fascinante! ***** pintorezco
05-05-2009 La locura llegó desde el primer día que ella pensó... Muy bueno, Me encantó... chusita
27-03-2009 Muy bueno!!!! Me parecen excelentes tus cuentos ,gracias es un disfrute leerte ***** shosha
27-02-2009 me parece muy bien escrito tu cuento, de verdad me entretuve, el único pero que le pondría, es que siento que qpresuraste el final. Fue demasiado drástico el cómo llegó a la locura. Suerte, muy buena creación... alessdante
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