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Inicio / Cuenteros Locales / gui / Isabelle, otra bella durmiente (2)

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Parte dos


Pero, todo parecía estar sujeto a un oscuro plan. Cuando faltaba muy poco para llegar a destino, el vehículo patinó y al tratar Raúl de estabilizarlo, sólo consiguió que éste se volcara aparatosamente. Un enorme estrépito de latas, confundido con gritos desesperados y vidrios estallando, dio paso, al instante, a un sobrecogedor silencio de muerte.

Raúl, por una milagrosa circunstancia, salvó ileso, pero, Isabelle quedó muy contusa y con serio riesgo de su vida. Los médicos hicieron todo lo posible, pero, al final, debieron rendirse a la evidencia de que la chica no recobraría la conciencia.

Para dolor de sus padres y de toda la gente que veneraba a la niña, ésta se transformó en una estatua semi viviente, conectada a la precariedad de su vida por infinidad de cables. Tras una larga vigilia, que duró diecisiete años, nada había cambiado y la chica, que ahora había cumplido tristes treinta y dos años, permanecía anclada a esos aparatos sin que se produjese ningún cambio favorable.

Los padres, que ya tenían una edad avanzada, apenas soportaban el trajín de ir y venir cada día para sólo constatar que su hija permanecía inconsciente y así podría sobrevivirlos fácilmente si no se producía un hecho fortuito. Otro que también acudía religiosamente a la cita con esa ya no tan joven ni tan bella durmiente, era Raúl, quien se había transformado en un profesional exitoso y teniendo oportunidad de viajar a otros países, prefirió quedarse en esa ciudad, acaso sosteniendo una culpa relativa, que posiblemente lo mortificaba. En realidad, el joven de aquellos años, se había enamorado perdidamente de Isabelle, pero nunca le confesó su amor. Y ahora, aguardaba, sin otra esperanza que acompañar con fidelidad de buen amigo a Isabelle.

Tanto dolor y abnegación fue minando el feble organismo de los padres. Ambos, desgastados por esta situación, temiendo que ya no pudiesen resistir mucho más, decidieron que Isabelle sería desconectada de los aparatos, para que pudiera emigrar a ese lugar en que descansaría por fin en completa paz. Raúl no se opuso, pero una enorme desazón se apoderó de su espíritu, ya que jamás tendría la oportunidad de pedirle perdón a esa mujer y mucho menos, confesarle que la amaría por toda una eternidad.

Lágrimas, rezos y sollozos de la madre solicitando el perdón de su hija por la resolución que habían tomado y que, al fin de cuentas, sería la solución para todos. Isabelle, ajena a lo que sucedía en su entorno, continuaba en la misma posición de aquel fatídico día, sólo que sus facciones se habían endurecido, sin que la belleza se hubiese decidido a marcharse, sino que habían adquirido una insólita madurez.

Los médicos ordenaron la desconexión de Isabelle de aquellos tecnológicos aparatos que le entregaban el hálito de vida. Los brazos de la mujer fueron colocados cruzados sobre su pecho y acudió un sacerdote a rezar por su alma. Se estimaba que en una semana a lo más, el organismo de Isabelle colapsaría y la misericordia se haría presente para permitirle descansar de una vez por todas. Un desfile de personas acudió a despedirse de la otrora bellísima chica. Todos abandonaban el lugar sumidos en profundas cavilaciones sobre la vida y la muerte y sollozando por tan dolorosa pérdida. Raúl aguardó hasta el final. Quería que su despedida fuese la más significativa, ya que resumía una confusa mezcolanza de sentimientos, que él pretendía resolver en ese crucial instante.

Primero, ensayó una oración, palabras sueltas que derramó como agua bendita sobre ese cuerpo exánime. Luego, pidió perdón, acompañados sus susurros por incontenibles sollozos. Por último, sintiendo que ninguna palabra podía ser suficiente para definir el amor que aún sentía por Isabelle, aproximó sus labios a los de ella y trató de beber lo insondable. Fue en ese momento que, la mujer abrió sus ojos y como despertando de un largo sueño, con voz amodorrada, preguntó: ¿Llegamos ya a casa?

Lo sucedido, nadie pudo explicárselo nunca. Algunos adujeron que había sido un milagro, otros, más pragmáticos, buscaban enrevesadas explicaciones en la ciencia, pero quedabán aún más confundidos. Tiempo después, Isabelle lucía una pequeña barriguita. Entretanto, había comprado varios cuentos para la que sería su princesita, entre ellos, la Bella Durmiente, que más que un relato infantil, era lo más parecido a su experiencia de vida. Raúl, la llamaba a menudo desde la oficina. Ambos estaban muy enamorados y muy pronto convertirían en abuelos a esos dos seres henchidos de felicidad...



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Texto agregado el 11-02-2009, y leído por 220 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-02-2009 Me dejaste el alma llena de felicidad,seguramente ha sido un milagro.La ciencia podra buscar explicaciones ,pero los misterios de la vida ,no hay ciencia capz de develarlos y me alegra que asi sea. Me diste fuerza y entusiasmo,senti como cuando un niño quiere remontar una cometa,no hay viento suficiente ,cuando perdio todo esperanza el viento llega de pronto y a volar,Gracias amigo ,es un placer leer tus textos********* shosha
 
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