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!Bendito trabajo que por no estar a nuestro alcance, todos te buscan, cruzando fronteras, dejando atrás la nostalgia de la patria y la familia para encontrarte!.

Recuerdo que en noviembre, el día de los difuntos, Juanito Pinto reunió a su familia por la tarde, en la pequeña sala de su hogar, en Comas. Todos sentados, esperaban la grata sorpresa que seguramente les tenía preparada. Estaba su papá, su mamá, sus tres hermanos mayores, su hija y su adorada esposa Judith.
-Seguro encontró un trabajito.
-No, fijo que consiguió el préstamo del banco para abrir la bodeguita que tanto quiere, aqui cerquita, en la esquina del barrio, pues.
Todos se sorprendieron cuando, valientemente les dijo
-Aquí no hay futuro, tengo que viajar a los Estados Unidos en busca de trabajo. Necesito educar a mi niña y alimentar a mi familia, que son ustedes, a los que quiero con toda mi alma.
-Este es mi pasaje. Lo compré con mis ahorros de cuatro años de trabajo, como vendedor ambulante. Estoy sufriendo al comunicarles mi decisión, pero no daré un paso atrás. Asi que pronto tendré que dejarlos para...
Sin llegar a terminar la frase, se le quebró la garganta y se dejó ganar por ese llanto que lo tenía atravezado en su garganta, quebrada por el dolor. Todos se contagiaron del mismo sentimiento. Fue una de esas tardes que la familia Pinto nunca olvidaría. El día después de su partida, estaba nublado, el cielo tenía un color tan oscuro como si se hubiera vestido de luto. La casa estaba silenciosa, nadie tenía ganas de nada, ni siquiera de comer lo mas elemental. Judith sintió el vacío, especialmente en la noche cuando Juanito ya no estaba a su lado. Recordó todo lo que conversaban hasta la madrugada, sobre la familia, los amigos, las noticias, las fiestas del barrio. !Había tanto que decir!. Pero su vida cambió de pronto. Ahora estaba sumida en una profunda soledad. Solo le acompañaba la foto de su esposo, que apretó contra su pecho durante la madrugada hasta el día siguiente, como único consuelo. Era la única forma de aliviar ese forado que Juanito había dejado.
Apenas oscureció, Juanito pisó suelo americano quedando muy impresionado al ver una ciudad tan grande como New York. Todo se mostraba grande a sus ojos, las calles, los edificios, los escaparates, las tiendas. Se sintió perdido en ese laberinto rocoso que se erguía impetuoso, hasta las nubes.
-Tremendos edificios, decía, girando poco a poco, su quijada hasta el cielo.
El apuro del viaje no le hizo pensar que no tener documentación legal sería para él como estar en un tunel bajo tierra. Estaba contra una corriente de agua turbia, en donde solo ciertas personas se hundían. Muchas cosas en contra suya le salieron al encuentro. No sabía hablar ni una palabra de inglés, lo único que se le grabó fué el Yes que lo repetía hasta la saciedad. Fué una osadía haber venido muy orondo, sin papeles y sin hablar una gota de ingles. No le quedaba otro camino que trabajar en fábricas.
A través de una agencia de empleos, de aquellas que abundan en New York, lo colocaron a trabajar en una fábrica de helados. Todo el día estaba parado en el mismo lugar, hacienda lo mismo, bajo la mirada inquisitiva de su jefe que le repetía sin cesar apúrate, mueve esas manos que para eso te pagamos. Casi al anochecer terminaba sus labores; de ahí, muy apuradito y sin tener nada en el estómago, se iba a otro trabajo, en el Bank of America, en donde hacía limpieza y terminaba a la medianoche. Apenas tenia cinco horas para dormir.
Casi el íntegro de su sueldo lo destinaba a pagar el alquiler mientras que la otra parte, lo enviaba a Lima para la mantención de su esposa y su hijita. Con el sobrante, pagaba la calefacción, el transporte y sus alimentos. No le alcanzaba para comprarse ropa; la poquita que tenía, la consiguió de un almacén de donaciones, en la misma cuadra donde vivía.
-A pesar de mis privaciones, vale todo este sacrificio. Tengo que seguir en mi lucha, pues Margarita está estudiando en un colegio particular; Judith cuenta con el dinero que le envío para afrontar el diario de la casa y mis padres viven tranquilamente sin que nada les falte.
Compartía su cuarto con un ecuatoriano, Evaristo el pensador. Ambos pagaban la renta a la dueña de la casa del Bronx, conocida como La Judía. Era grato saber que en medio de la nostalgia que le embargaba estar lejos de su familia, tenía a Evaristo como confidente de sus desventuras. Ambos se consolaban, al contarse mutuamente la forma en que a diario enfrentaban,con hidalguía, la sombra de la marginación y el aislamiento.
En los tres años de ausencia, pasó por muchos oficios hasta que llegó a trabajar en una panadería, preparando panecillos, bocaditos y tortas. A los dos meses de ingresar a la panadería, estaba de cajero. Tuvo suerte que fuese concurrida, en su mayoría, sólo por hispanos para poder entender los pedidos, mientras que por las noches, asistía a sus clases de inglés.
Vivía tan sumergido en el trabajo y las labores de casa, que no le alcanzaba tiempo ni dinero, para ninguna distracción. Su día de descanso lo dedicaba a dormir más de lo usual; ir a la lavandería para lavar y secar su ropa; comprar los comestibles de la semana; preparar la comida y a darse una vuelta por el parque, sólo en el verano. En el invierno casi no salía, la pasaba viendo televisión y tomando chocolate caliente con panetón D’Onofrio. -Trabajaré sin tregua unos tres años más. Juntaré un poco más de dinero y luego me regreso a Perú. Invertiré mi dinerito en abrir la bodega de mis sueños, cerca de la casa. En uno de esos días de rutina, durante el mas crudo invierno en que la panadería estuvo más concurrida que de costumbre, dos personas vestidas de paisano, cerraron las puertas de la entrada y pidieron a todo el público que mostraran su identidad, la green card. Eran los agentes de migraciones que estaban a la caza de los ilegales.
Tan pronto Juanito escuchó gritar a la dueña que se trataba de una batida, salió disparado por la puerta trasera, logrando esconderse en un tarro de basura, de aquellos parecidos al baúl del chavo del ocho.
Quedó congelado de frío y de miedo, durante más de tres horas. Tenía temor de salir y encontrarse con uno de ellos. Pasado el alboroto, la dueña le dijo que saliera y se calentara con una frazada para no coger una pulmonía.
Este gran susto, marcaria una huella de profundo dolor en el recuerdo de Juanito Pinto.
Un día, en contraste con el que vivió en la panadería, recibió una noticia que alegró su existencia. Había estado sumido bajo tantos pesares que hasta olvidó de reir como lo hacía en los tiempos en que vivía en familia.
-Juanito, durante estos años has demostrado una gran dedicación por el trabajo. Por eso, ganarás 18 dólares la hora. ¿Qué me dices a esto?
No tuvo palabras. La dicha lo embargó después de tantos años.
Este aumento le permitió renunciar al trabajo nocturno de limpieza y descansar un poco más. El panorama lo tenía más despejado. Desde entonces, su preocupación estaría centrada en conseguir su legalidad.
Cierta noche, a Evaristo se le ocurrió preguntarle.
-¿Porqué no te casas con una chica hispana, que sea ciudadana, para que tengas de una vez tu legalidad y asegures tu existencia en este país?. Tu sabes amigo, papelito manda, no?
Con cierto reparo y gran empacho, Juanito se retorció entre su sabanas para decirle de una vez por todas
-Tu lo sabes bien, Evaristo, aunque te partezca una huachafería, pero esa idea va contra mis creencias, soy un hombre casado; no me atrevería a poner en riesgo mi matrimonio.
-!Vamos, qué ingenuo eres muchachón!. No se trata que te enamores. Todo es un negocio y nada más. Tú pagas a la chica, ambos aparentan llevar una vida de casados, y todo listo, obtienes tus documentos. Al final, obviamente, cada uno seguirá su camino.
-Qué pensaría Judith de todo esto?
-Ella no es la que padece el problema de los inmigrantes ilegales. Ignora ese mundo, solo te queda sacrificar tu vida familiar para lograr tu seguridad. !hombre eso no require pensarlo dos veces!.
-Pensándolo bien, tienes razón, no es una mala idea. Pero, ¿quien querrá casarse conmigo?
-Mira hermanito, la tienes tan cerca… la miras todos los días. Se trata de La Judía, la dueña de casa que es de Puerto Rico. Ella, por la plata, ¡vendería su alma al diablo!.
Al siguente día La judía se enteró de la propuesta.
-Bueno, Juanito, serás mi esposo. Pido diez mil verdes por nuestro brillante futuro matrimonial-, lo dijo en medio de una sonora carcajada-. Eso, ni mas ni menos, o no hay trato.
-Arreglado. Empecemos, entonces, por casarnos.
-Claro que sí Juanito; y en cuanto a nuestro hogar, lo formaremos en el sótano desocupado de mi casa, ¿qué te parece?.
-Trato hecho.
Se casaron, obviamente, sin que llegaran a convivir. Tenían todo areglado para la presentación ante las autoridades. Nada falló, el resultado lo tuvieron a los seis meses en que lograron pasar exitosamente la evaluación. Aquello si que fué toda una proeza, algo así como haber ganado una carrera sin ser atleta de profesión.
El se convirtió en residente en menos tiempo de lo que imaginó. Fue el día mas alegre cuando sus manos obreras acariciaron la tarjeta verde. La cuidó como un tesoro, pues era el símbolo de todo su sacrificio y la que le abriría un sin fin de oportunidades.
Pasada la euforia de aquellos dias de sentirse un ganador ante el infortunio, a Evaristo, se le ocurrió preguntarle incisivamente
-Ahora, dime Juanito, cuándo piensas regresar a tu país a ver a tu familia?.
Un breve silencio transcurrió, antes que Juanito respondiera con cierto titubeo. -No lo sé. Tendré que seguir trabajando duro, incrementando mi cuenta de banco. Por el momento esa idea no está dentro de mis planes.
-Que pasó con la idea de poner la bodeguita en tu barrio de Comas?
-A, si, si, claro que la pondré, pero como te repito, eso lo haré cuando siga juntando mas dinero.
Algo extraño, pero también comprensible, sucedía en el interior de Juanito. Es lo que le pasa a todo inmigrante, cuando después de ciertos años de ausencia, se le apacigua el sentimiento de nostalgia, aún contra su voluntad. Es algo penoso pero al mismo tiempo comprensible.
Pasaron siete años en que Judith lo reclamaba una y otra vez, lo seguía extrañando con la misma intensidad de aquella primera noche en que Juanito partió. El retrato había envejecido, lucía un tanto amarillento, pero aún asi, lo tenía como su mas fiel compañia. -Juanito, sigues trabajando duro y estamos alejados mucho tiempo. Te extraño. Regresa ya, es muy duro afrontar la soledad de no verte, !te lo ruego, regresa ya!.
-Bueno Judith, espérame un año más, quiero llegar a duplicar la suma ahorrada. Yo sé que lo conseguiré. Es lo que necesito para invertir en la bodega.
-No quiero más dinero, te quiero a ti. La niña que dejaste es ahora una adolescente. No esperes a ser abuelo para que la veas. !El tiempo no espera!
A Juanito lo ascendieron a manager de la panadería, ganando 30 dólares la hora. Cambió de casa. Se fue a vivir a un condominio rodeado de una vida confortable, tenía una camioneta de lujo y una oficina propia.
Pasaron diez años. Ya no hubo llamadas de teléfono. Su hija se casó y ya no lo reclamaba como en los tiempos de su niñéz. Judith dejó de sentir la nostalgia por el esposo ausente de aquellos primeros años.
Juanito Pinto nunca más regresó a Perú.
Juanito Pinto tenía ya otra familia.

Texto agregado el 12-02-2009, y leído por 409 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
08-11-2009 Sin palabras...me conmovió: *****! pintorezco
26-02-2009 Tremendo. Genial. Actual. ¡Qué tal! 5* jugama
22-02-2009 Todo los pesares de dejar ese su hogar y despues... Creo que es tan real esta situacion y la narraste de un modo tan ameno que me atrapo desde el comienzo. Gracias lo disfrute ,a pesar de lo penoso de la situacion ****** shosha
15-02-2009 Es una historia con una densa mezcla de sentimientos, tanto del que se marcha como de los que deja atrás. Es una historia que evidencia la falta de medios, la pobreza, la injusticia y la humana fragilidad. Me encnató. Felicitaciones. ZEPOL
12-02-2009 Una historia real, cruda y actual, mis 5 estrellas por no dejarme despegar del texto hata el final. Ciertascosas
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