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Sí por cualquiera de las calles orientadas en oposición al trayecto del sol, nos dirigimos en sentido norte, pronto encontramos un paso que comienza donde termina mi pueblo. Las últimas casas ordenadas y con continuidad llegan hasta las laderas de una loma, cuya prominencia es vista desde toda la provincia, pero estando allá no se ve el poblado porque su máxima altura está muy distante y es adyacente a la cordillera septemtrional. Por eso, el camino se empina luego de dejar el cacerío y las que son calles, concurren y asumen el aspecto de un trillo único. Raro también es que hay que subir para encontrarse con el hilo acuoso que serpentea entre peñascos y que contrario a los resultados, no sería jamás el borde de la ciudad.

Ibamos entre robustos árboles frutales y la pubertad que disfrutábamos no impedía que nuestros cuerpos fueran luchando contra la energía que nos halaba a nuestras espaldas y peor aún: no podíamos imaginar lo que veríamos esa tarde. El brote primaveral no amortizaba el furor del sol de nuestro trópico, aúnque la tierra esquivara en esa estación la contundencia de sus rayos. Además, era ya de tardecitas y soplaba un viento que al rozar con las hojas, perdía parte de la calentura con éstas, pero no alteraría lo que nos iba a pasar.

Reunirnos fue fácil. Habíamos creado una señal con la mano que reproducía el efecto de la fuerza de gravedad sobre las aguas. Un lenguaje mudo que imitaba el onduleo del río y que eludía nuestra intención frente a nuestros padres, quienes y con toda razón veían como riesgozas, nuestras incursiones por las vueltas del río, no solo por el hecho de nadar en una profunda poza, sino por el peligro que se ocultaba tras cualquier recodo del trecho.

Sin embargo, ya recobrada la verticalidad, los cinco reíamos y saltábamos de alegría, al tiempo que festinábamos el encuentro de cada fruta caída o que sobresaliera entre el follaje. Podría ser un coco, una naranja, un zapote o alguna guanábana. Del mismo modo sería devorada en fracciones de segundos. Al entrar en el tramo final, el callejón hace un viraje en sentido oeste y es más espacioso, también, es recto y con una ligera inclinación hacia abajo que permite la perfecta visión de cuantos allá están y apreciar el volumen y el aspecto del agua.

Los últimos treinta metros ponen de relieve ante nuestros ojos una mata de Jabillos que aúnque su tronco nace sobre un montículo que en ese punto es orilla del río, parte de sus ramas caen sobre la superficie del charco. De repente, la imagen que nos llegó, en vez de hojas y charamicos agitados por la brisa, fue de dos piernas que pendulaban al menos a cuatro pulgadas por encima del agua. El espanto fue sincrónico y lo que habíamos recorrido en tres cuartos de hora, fue abatido en un tiempo infinitesimal.

Sí cuando íbamos las vías concurrían en una senda única, ahora era un sendero que se bifurcaba. Quisimos ser menos personas que calles y que así nos tocasen más, pero cinco eran también las rutas y a cada cual el miedo le escogió la suya. La cosa funcionó como si el compartir la huída aumentara el susto. Al día siguiente fuimos despertados con el murmureo de la noticia, situación que puso a prueba nuestra capacidad histriónica. Fuimos para todos, los más sorprendidos y hasta hoy, el hecho que le cambió el nombre a aquel balneario, a pesar de haber sido testigos presenciales primarios, es misterio que arropa una de nuestras historias secretas.


Texto agregado el 15-02-2009, y leído por 386 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
19-04-2009 Excelente narración llena de imágenes y travesuras juveniles. Muy bien! ***** adivinaquiensoy
19-03-2009 Felicitaciones, tu obra es impecable. Murov
09-03-2009 mmm la adolscencia...cuantas impresiones nos quedan que son base de muchas de nuestras acciones de adultos...me ha impactado. luzyalegria
09-03-2009 ah! los sucesos de la pubertad se quedan para siempre, como secretos con los amigos que nadie se atreve a explicar...hasta que pasa el tiempo. buena narraciòn de suspenso total ariel_r
09-03-2009 Se aprecia la fuerza de esa visión transformada en secreto compartido por esos jóvenes que, entre frutales y aguas del río, vivían en serena paz la propia juventud. mandrugos
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