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Don Pablo había avanzado por la vida cumpliendo cada una de sus etapas. Había sido un amante esposo, un buen padre y excelente empleado de la firma en la que laboró durante más de cuarenta años. A sus setenta y ocho años, pocos halagos le restaban por recibir, uno de ellos, la acariciadora mirada cotidiana de su dulce Laura, quien había envejecido a su lado y ahora era tal vez su última compañía terrenal.

Su corazón, con su código impreciso de latidos, le había avisado varias veces que en cualquier momento le jugaría una mala pasada pero él no le temía tanto a eso como el llegar a transformarse en una pesada carga para su abnegada esposa.

Aquella noche sintió que su cabeza iba a explotar pero para no alarmar a Laura, sólo se tomó un analgésico y se fue a la cama. A medianoche, despertó con la aterradora sensación que su corazón estaba a punto de explotar. Le costaba respirar, la penumbra de la habitación pareció filtrarse por alguna rendija de su cuerpo y se hizo sombras en su organismo desgastado. Comenzó a repasar su vida como si esta fuese expuesta por un loco proyector de diapositivas que hacía desfilar a velocidad inusitada todas las imágenes de su vida. Luego, una carpeta de sombras lo cubrió todo y su cuerpo se transformó en algo ingrávido, una pluma que pronto comenzó a ser a absorbida por una especie de embudo gigante. Una aceleración inusitada le hizo perder la conciencia y sólo supo unos segundos o un siglo más tarde –ya no existían parámetros terrenales para mensurar lo que llamamos tiempo- que había llegado a una frontera luminosa que por el sólo hecho de contemplarla, le atraía sentimientos de relajación e infinita paz. Sintió que la luz le succionaba de manera natural, como si siempre hubiese pertenecido a ella. Por su parte, percibía a sus espaldas la calidez del espíritu de su esposa Laura, que a su vez tenía la facultad de contraponer su poderosa fuerza, evitando con ello que se precipitara al delicioso abismo. Durante horas, minutos, milenios o eternidades, su alma osciló entre esas dos atracciones: la acogedora luz versus la paz que irradiaba su tierna esposa. Sin saber a que atenerse, emulando a un difuso asteroide, su cuerpo, o lo que quedaba de él permaneció inmovilizado en esos concretos y a la vez misteriosos márgenes. Un siglo, dos, un par de horas, una décima de segundo…

Han transcurrido cinco semanas desde que don Pablo sufrió aquel ataque. Hoy yace inerte en la sala de urgencias del Centro Médico. Los médicos no se explican su enorme resistencia y la poderosa fuerza con que aún late su viejo corazón. A su lado, Laura, su esposa, se aferra a su pálida mano, como impidiendo de este modo que su querido Pablo la abandone para siempre…






Texto agregado el 19-05-2004, y leído por 300 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-05-2004 Has descrito, con la maestría que te caractriza, esa frontera tan sutil, pero tan fuerte, entre la vida vida y la vida muerte. Posiblemente Pablo no busca más, pero se siente él. Y esa es su fuerza y su lazo de unión con su compañera, que no quiere romper. Repito, magistral. rodrigo
19-05-2004 Ays, una belleza lindo, preciosoooo AnaCecilia
19-05-2004 Verdaderamente hermoso tu cuento, el amor de verdad, el que es para siempre, hasta el final de la vida y en toda circuntancia, Lau ra y su amor y lealtad , mantienen a Pablo aferrado a esta vida, no traspasó el túnel de la luz, se devolvió porque Laura estaba a su lado. Te felicito reconforta leer temas de esta índole, muchas veces cuando veo dos ancianos sujetándose el uno del otro, cariñosamente, compartiendo y conversando, pienso que lindo debe ser terminar la vida con quién se eligió vivirla. Estrellas y reconocimiento. Ignacia
 
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