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Sheila tenía doce años la primera vez que cruzó la Franja de Gaza. Era su cumpleaños, sería esa fecha, pues de otra manera Nana no hubiera accedido a su capricho. Solo unos cuantos metros en el mercado, Nana, y luego regresamos por el paso Erez antes de que caiga el sol. Hicieron el trayecto en silencio, cada una ocupada en su propia cavilación.
A Nana le gustaba levantarse temprano con la fresca apenas despuntado el sol. Luego, se hacía difícil con el calor el acarreo de las bolsas. La niña contemplaba cada detalle con gran curiosidad. Camina, Sheila, no querrás que se termine tu día aquí, ¿no?

Era la primera vez que Sheila caminaba por el mercado El Carmen de Tel Aviv. No encontraba gran diferencia con el de Shifa, salvo por la ropa descocada de las mujeres y el lujo de los automóviles. Había sitios con lo mismo: narguiles de ricos aromas, tabaco de todos los tipos, abundante fruta y verdura, trapos colgados de sedas que fingían trajes de las Mil y una noches. Más allá, niños que jugaban con sus celulares y juguetes recién comprados, cantantes que ofrecían sus voces y malabaristas salidos de un circo imaginario. Pescados y ungüentos para tostarse al sol eran ofrecidos sin discreción. El mercado le resultaba uniforme en todas partes por la mezcla de pestilencia producida tanto por refritos como por perfumes baratos entre sudor humano y divino.

Sheila iba contenta abriendo sus oídos entre sonrisas y regalos y vocablos en varios idiomas que escuchaba con deleite.

Adoquines bañados por aguas de dudoso origen producían un Jordán confuso y apócrifo. Y a río revuelto ganancia de pescadores. No faltaban los truhanes entre ascetas vestidos a la usanza de los antiguos cristos. Nana, caminaba con pasos seguros como si conociera cada callejuela de memoria. Iba explicando cada cosa como si Sheila no supiese lo que es una mata de espárragos, nueces confitadas o un matojo de flores cultivadas. La niña trataba de seguir a la vieja que de vez en vez se daba la vuelta para darle un pellizco en el brazo cuando alguna curiosidad le llamaba la atención, más para hacerse la sabelotodo que por propia necesidad o para pedirle que se apure.

Me duelen los pies Nana, tengo hambre Nana, hace calor Nana. Por favor, chiquita, aprende a resistir. Te he dado todo en la vida y te sientes una princesa Tuareg. ¿Acaso no te sirve de ejemplo mi conducta? Lo hago todo sin chistar, hasta traerte a visitar las tiendas para comprarte vestidos de mujer. Porque sabes, ahora ya eres una mujercita. Deja de mascar esas fastidiosas gomas, se te van a caer los dientes, cierra la boca, lo único que falta es que te pierdas en medio de este infierno. Vamos al puesto de manteles y colchas, luego a la de medias y blusas.

De todos lados, emergen hombres y mujeres con bolsas y niños con juguetes por doquier. Parece que esa gente no tiene problemas de dinero, luego de varios regateos entre vendedor y cliente se lleva dos o tres cosas de lo mismo.

Mientras que Nana, daba vueltas como perinola antes de comprar algo, primero hay que informarse sobre los precios, no sea cosa que te quieran hacer mayor el cuento. Si no compramos ahora, lo haremos mañana en el mercado de Shifa.

Te salvas porque hoy es tu cumpleaños. Así que podrás elegir tú misma el regalo, pero que no sea más de cien shekel, todo sube mi niña, todo sube y aquí, se paga el doble.

Hasta tomaremos un taxi de regreso, con chofer y todo. Sheila piensa cómo se podría viajar sin chofer. Hoy es un día de fiesta, nada de autobuses ni carros, mi niña.

Nana, me duele la cabeza, Nana, me duele el estómago. ¿Por qué no habrás salido como yo? Cualquier tontería te hace enfermar. Nana, me parece que me hice encima, me siento mojada.

Debe ser la emoción. Luego visitaremos alguna mezquita para dar gracias a Dios por tu salud. Ven, tengo algo para ti. Nana, llevaba a Sheila por una calle con mayores sorpresas, era la famosa Nahalat Binyamin, aquí en el bulevar te harán un retrato a la acuarela, espérate mientras hablo con el pintor.

Hágala bonita, mire que es un retrato para enviárselo al tío que vendrá a conocerla. Está muy caro, necesito que me haga una rebaja, mire hoy es su cumpleaños.

Al final, Sheila salía en el retrato tal cual quería Nana, la niña pensaba quién de las dos era más caprichosa, pues no les había cobrado ni un agorot.

Se sentaron , tomaron helados y refrescos de cola y después se dirigieron de nuevo a las tiendas. Iban del brazo, como suelen ir las madres con sus hijas paridas de vientre.

_ ¿Qué dice allá, Sheila?

_Welcome to Mc Donald’s, open to 9 ad 17 Hs.

_No me gusta esa lengua, por eso no la hablo.

_ ¡jajjaj, ajja! Nana, el hebreo tampoco lo sabes leer, no engañes y ni el árabe lo manejas con propiedad.

_Por eso quiero que estudies, que no seas una burra como yo.

_ No lo sere Nana, si me prometes no venderme, mejor seria que me envies a la universidad.

_ ¡Valgame por Ala, cuanta imaginacion hay en tu alocada cabeza!

Texto agregado el 04-05-2009, y leído por 147 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
04-05-2009 un texto sensacional, que describe de maravilla una hermosa estampa de ese lugar, bonita historia******* JAGOMEZ
 
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