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Uno, dos, tres, cuat...
Contábamos así los segundos que aguantábamos sumergidos en el lago.
Era nuestro juego favorito desde hacía unas semanas, ya que siempre lo cambiábamos sin comprender muy bien porque.
Al principio de las vacaciones fue el auto de carreras construido por nosotros; le siguió tres semanas después, la cacería de pájaros con hondas.
Estuvimos bastante excitados con la posibilidad de la muerte de algún pájaro, pero nada salió como lo habíamos pensado. El primer problema que tuvimos fue que ninguno de nosotros tenía puntería, así que tuvimos que practicar con unas latas. No queríamos gastar nuestros pedazos de fundición de plomo, y sabíamos que eran lo mejor para cazar pájaros.
Así fue como un pedazo de plomo, que alguno de nosotros lanzó, dio de lleno en el ave. El gorrión cayó arrastrado por el pedazo de metal, que le quitó casi instantáneamente su canto.
No sabíamos quien exactamente había sido; todos disparamos nuestras hondas al mismo tiempo, y no pudimos identificar el proyectil en el momento en que penetró en el cuerpo del ave.
Cuando vimos la masa de plumas con sangre tendida en el pasto, estábamos asqueados, queríamos que volviese a vivir. No podía pasar, obviamente; lo único que podíamos hacer era arrepentirnos y apaciguar nuestra culpa dividiéndola entre todos. Aunque yo estaba seguro que había sido Pedro; nunca iba a contárselo al resto.
Veintiuno, veintidós, veintitr...
Pedro era el que más duraba, el campeón; luego seguía yo siempre atrás de él.
Al igual que en casi todo, primero Pedro y después yo. Desde que lo conocí, cuando comenzamos la primaria hace cinco años, nada cambió. Él era el árbol y yo la sombra, él la proa y yo la popa, él el día y yo la noche, él el abanderado y yo la escolta.
Estaba completamente consciente de que celaba todo lo referido a Pedro, pero no lo podía evitar.
Lo que más deseaba de todas sus habilidades en éste momento, era poder superar esos malditos ciento diez segundos que él aguantaba sumergido en el agua.
Practiqué solo, todo el fin de semana pasado para poder derrotarlo cuando nos volviésemos a encontrar; llegar a esos ciento diez segundos era lo que más quería.
A pesar de la práctica, cuando alcanzaba los noventa segundos ya no podía aguantar más, y casi sin aire tenía que salir a la superficie.
A Pedro parecía no costarle mantener la respiración; la mayoría de las veces al subir a la superficie lo hacía sin agitarse. Era como si se estuviese guardando un as bajo la manga; en el momento en que alcanzara su marca me superaría nuevamente. Luego sería la historia igual que al principio, Pedro primero, y yo segundo.
Cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres...
Si bien todos participamos, yo sabía que la contienda siempre es entre Pedro y yo, en éste juego como en todos, y en todo.
Al resto parece no importarle quien sale primero o segundo; y no entiendo muy bien por que dicen que compiten cuando en realidad no lo hacen. Todo es una excusa para venirse a dar un chapuzón en el lago; no les importa si aguantan cuarenta, ochenta o esos ciento diez segundos.
No es fácil controlar la respiración estando nervioso por querer superarlo, derrotarlo, ganarle...
A veces pensaba que esta competencia no era muy justa; y me consolaba echarle la culpa a que mi capacidad pulmonar era menor que la de Pedro.
Setenta y cinco, setenta y seis, setenta y siet...
Es difícil, estando sumergido no pensar en algo. Todo aquí abajo es turbio, no se distingue nada con nitidez, el fondo es barroso y da miedo introducir los pies. Así que yo me limito a permanecer suspendido entre el fondo y la superficie, a veces acurrucado en mi cuerpo, y a veces extendido.
La técnica para permanecer un tiempo largo sumergido no es simple, lo que prefiero hacer es controlar mi respiración antes de arrojarme al lago.
Lentamente voy liberando el aire de mis pulmones de manera continua y sin detenerme; entonces una hilera de pequeñas burbujas sale de mi boca y buscan rápidamente la superficie.
El corazón cada vez se siente más lento, ya no late en su lugar sino que empieza a hacerlo fuertemente en la cabeza.
Ahora se me ocurre que la esencia del juego no es tratar de permanecer la mayor cantidad de tiempo sumergido. Algo más profundo se esconde, algo como ver quien se acerca más a la muerte; porque bien sabemos que no pueden ser infinitos los segundos sumergidos. Existe un límite dado por la muerte, y no creo sea igual para mí como para Pedro.
Viéndolo de ésta manera ya no me molestaría que ganase Pedro; además, el pecho me esta doliendo mucho y casi no me queda aire para exhalar.
Noventa y dos, noventa y tres, noventa y cuatro...
Ya no aguanto más, es mi límite...
Superficie, hacia allí me dirijo aunque pierda.
Tras tomar una buena bocanada de aire, me di cuenta que Pedro seguía sumergido. Definitivamente sería segundo, pero por primera vez eso no me importaba.
Ciento quince, ciento dieciséis, ciento diecisiete, ciento dieciocho...
Indiscutiblemente era el campeón en esto; ya estaba resignado a que ésta sería la última competencia, no participaría más.
Ciento cincuenta...
Es mucho el tiempo que pasó desde que comenzamos a competir.
Impulsado por esto decido sumergirme en el lago y a medida que iba alejándome de la superficie, el color del agua se hacía rojo, rojo...

Texto agregado el 13-04-2003, y leído por 330 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-05-2003 Impresionante. De principio a fin. Seudonimo
13-04-2003 Dios, muy bien narrado, te felicito, un saludo, Ana C. AnaCecilia
 
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