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Recreación de 'La isla a mediodía'
(Todos los fuegos el fuego, 1966) de Cortázar
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Carol se maldijo de nuevo por su cobardía al ver asomar en una de las ventanillas de la derecha la familiar figura de la isla. Su mente volvió a dejarse ir hasta aquel retazo verde destacando sobre las aguas, como una hoja de avellano solitaria flotando en el centro de un estanque. Contempló su borde norte roído por la franja irregular de arenas cándidas, los acantilados del sur que se imaginaba cayendo a pico sobre el dibujo espumoso de las olas batientes. Así dos veces cada día, extasiada, abandonando sus quehaceres de azafata ante el disimulo tácito del sobrecargo, hipnotizada durante los escasos minutos en que aquel vergel surgía irrumpiendo en el azul plomizo del piélago índico, a media hora aérea de Antananarivo. Pensó en lo paradójico de su deambular por los cielos en aquella cotidiana cárcel de modernidad mientras el auténtico Cielo para ella permanecía inmutable sobre el océano, kilómetros de aire más abajo. Ansiaba tener la decisión suficiente para desembarazarse de su actual vida, dejar atrás aquel mundo complicado y monótono que la iba estrangulando poco a poco. El sueño inalcanzable: acumular el dinero y el coraje necesarios para arrendar alguno de los cañamerales que oteara una vez en la zona oriental de la isla con unos pequeños prismáticos, ante el pasmo del trajeado ejecutivo mozambiqueño al que estaba sirviéndole un zumo de naranja y el enfado razonable del sobrecargo, que esa vez sí la sermoneó severamente. Qué delicia sería poder tumbarse entre los tallos lozanos de las cañas de azúcar y dejarse arrullar igual que ellos por la brisa, olvidando para siempre el significado de la palabra tiempo; sólo entretenerse en reconocer las formas de las nubes dispersas, y saludar con la mano, dos veces al día, aquella pequeña crucecita perdida en la claridad del cielo.

Samora observó con deleite el pedazo de civilización que iba dejando su doble estela perecedera de algodón a la izquierda de la nube con forma de barca. Cuando el avión se acercó al borde del dorado disco solar, cerró los ojos y soñó con aquel mundo tan lejano de grandes edificios y metales brillantes. Imaginó que ya era mayor y embarcaba en el vapor del viejo Julius que lo llevaría hasta Madagascar. Y allí, tal vez, ganar los francos necesarios para poder volar al continente en uno de esos maravillosos artefactos. Ver las ciudades donde hay más personas que en la isla hormigas, poder conducir un coche rojo como el del póster que le regaló Julius, aprender idiomas tan bonitos de oír como el que enseñaba la señorita Tyndale, la maestra. Eso es lo que anhelaba, sentir otros olores y colores, escapar de aquella prisión de infinitos muros azules. Mar azul y cielo azul, por todos los lados y a todas horas, aburrido e invariable.

Un zumbido creciente lo despertó de sus ensoñaciones. Abrió los ojos y pudo ver la caída en barrena del avión, anquilosado albatros lanzando su chillido agónico antes de envolverse con su propio humo en un último giro y destrozar la mansa planicie marina. El estampido golpeó contra el pecho del niño empujándolo para atrás. Cuando el pánico le permitió reaccionar, echó a correr hacia el poblado. A medio camino cambió de idea, desviando sus pasos en dirección a la casita del acantilado. Deseaba ser el primero en decirle lo que había ocurrido. Seguro que tendría mucho interés en enterarse y tal vez lo recompensara con más historias hermosas de aquel otro mundo. Sí, ella querría saber, pues no era la primera vez que veía a la señorita Tyndale saludar con la mano el vuelo distante de los aviones, tumbada entre las cañas de azúcar.

Texto agregado el 28-08-2002, y leído por 885 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
23-06-2009 Ya lo han dicho todo, sobre todo me encantó lo natural del texto, felicitación********* JAGOMEZ
22-06-2009 Excelente, amiga. Te sale todo de manera natural y bella... Me gustó mucho!***** MujerDiosa
16-01-2003 Me ha gustado mucho las descripcion que haces, y fue un placer leerte Anngiels simplemente mujer Anngiels
22-10-2002 también me gustó, esas diferencias en los deseos ya hacia donde queremos ir... claro, al final el avión destrozado, pero tu relato es tu relato... Giovanni
07-09-2002 Hola Vlado, Me ha gustado mucho, bien relatado e imaginativo. Tu descripción de los espacios es muy sutil, como si te hubiera sido fácil y natural, sin esfuerzo. Saludos BERTA
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