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El estrés de Domingo se multiplicó cuando la secretaria de su nuevo jefe, el nuevo era el jefe, que Domingo tenía tiempo trabajando ahí, lo llamó para indicarle que éste lo estaba esperando, que se reportara a su oficina inmediatamente. La úlcera le dio un toque, como los toques de facebook.

Mientras caminaba pensaba que le iban a indicar que despidiera más gente, ya había tenido que botar a tres subalternos en dos semanas. La crisis económica en la que estaban era muy profunda, los nuevos dueños podían alargar la inexorable quiebra despidiendo a medio edificio, pero de ahí a revivirlos era mucho el trecho. Como pensaba Domingo, Estamos jodidos. El libre mercado que sus fundadores defendían tan sentidamente se devolvió a morderlos en la yugular. Sí, en la yugular, porque en el culo no mata. Ni por un instante se imaginó que el verdadero motivo de la reunión, aunque aplazado y disfrazado, era botarlo a él.

Just come in, they’re waiting for you, le dijo la secretaria cuando se paró frente a ella, que iba de salida con cientos de carpetas en la mano. Domingo sonrió para sus adentros, pobre mujer, quizás su situación es peor que la mía, al menos yo no tengo que ver al cabrón del jefe a cada rato. La vio salir apurada y detuvo sus ojos en la marca que las pantaletas le hacían en la falda, hasta que se perdió en la maraña de ansiedad y pesimismo que era el edificio.

Lo estaban esperando. Tuvo que tragar fuerte para no darse la media vuelta y escapar. Adentro discutían. Reconoció la voz de Tom, otro director que estaba al mismo rango que él, en un departamento vecino. Y sintió lástima por él cuando su voz fue interrumpida por el insolente inglés, el detestado nuevo jefe, con ese acento grotesco, de vómito y eshes en vez de eses, y valga cercanía fonética con las heces. La mano se le quedó paralizada en el aire cuando, a punto de tocar la puerta, escuchó a Tom preguntar en tono desesperado, And what the fuck are we supposed to tell Gallardo. No era su intención espiar, pero no pudo convencer a su cuerpo de que debía interrumpir la conversación que definía su futuro. De tal forma, se enteró del plan según el cual lo iban a enviar a Río de Janeiro para intentar concretar un contrato que de antemano sabían que era un fracaso, mientras Tom asumía sus funciones en su ausencia. Regresaría con las manos vacías y esa iba a ser su excusa para botarlo.

Se dio la vuelta, tomó agua tratando de contener una enorme sonrisa que si la dejaba correr se le convertiría en carcajada, y se fue confiado a tocar la puerta, ahora sí. Se le había olvidado qué era sentirse feliz. Qué facilidad tiene el hombre para atarse a las cosas que detesta. Tocó la puerta y, al entrar, sumariamente le informaron que en dos semanas debía viajar en una misión vital a Brasil, tan delicada que se la asignaron a él directamente por la confianza que había sabido ganarse, Don’t fail, acotó el inglés en tono amenazador, que era el que más genuinamente le salía.

Se fue a su casa a contarle las buenas nuevas a su esposa, se regresaban a su país a vivir, que, Mi vida me botaron, no es suena a buena noticia. Allí empezaron los planes para invertir en Venezuela. En una semana ya tenían forma. En diez días ya había una cita en Valencia para sentarse a discutir las opciones. Usando sus influencias de una forma que no se había permitido antes, Domingo logró que le compraran el pasaje a Río de Janeiro haciendo escala en Caracas, aunque saliera bastante más caro.

A sus veintiocho años estaba por fin parado donde quería estar. Toda su vida había sido gordo, pero la gastritis que adquirió en el postgrado se le volvió úlcera trabajando al ritmo de Nueva York. Había perdido peso a una velocidad alarmante, ahora se veía tan flaco como siempre soñó en sus días de adolescente obeso, cuando debía emplear mil argucias y mucho dinero para que alguna mujer se fijara en él. Así forjó su personalidad de arrogante con dinero que brinda siempre no por generoso sino para exigir agradecimiento y sumisión. Sus amigos era lo que más extrañaba. Esas tardes en la oficina antes de irse a Brasil se las pasó recordando las miles de borracheras, las fiestas, los inventos, las bromas pesadas, las mujeres, las putas, los juegos de dominó hasta el amanecer, los viajes a la playa, la complicidad, los secretos, y no aguantaba las ganas de volver a ver a sus amigos, abrazarlos y decirles que los quiere. Habían pasado más de tres años desde la última vez que vio a la mayoría.

Decidió entonces crear su perfil en facebook y su alegría se multiplicó cuando encontró a Juan Miguel con fotos recientes de sus amigos en una carpeta que se llamaba Vinotinto, El Bar de Juancho. Le escribió un sentido mensaje y esa misma noche le llegó la respuesta, Que bueno saber de ti gordo de mierda, aaaaaaaños perdido. Juancho abrió un bar en El Viñedo y nos vimos todos en la inauguración, nada más faltaron Carlitos y Ale que están en España, y tú. Este sábado justamente nos vamos a volver a reunir ahí que es el cumpleaños de Gabriel, que anda despechado porque el culo lo mandó pal coño. Llámame al cel ese día pa que hables con todos, es 0414 439 1168. Un beso a Carolina gordo cabrón, se te quiere.

Cuando su avión con destino a Río de Janeiro hizo escala en Caracas, Domingo no se fue a la puerta A17, como le indicaba el boleto, sino que se fue a hacer aduana, se montó en un taxi y se fue a Valencia. Cargaba todo el equipaje en un morral que usó como equipaje de mano. En dos días iba a tener su cita de negocios, sorprender a sus amigos en el nuevo bar de Juancho y tomar el vuelo del domingo en la noche con la excusa de haber perdido el vuelo por culpa de la Guardia Nacional y sus revisiones de maletas.

Llegó a Valencia, era sábado por la tarde. Comentó por horas con sus padres sobre sus planes de volver y se preparó para salir. Se llevó el carro de su mamá y llegó a las diez de la noche al bar de Juancho. Desde la puerta pudo ver el oscuro local a medio llenar, dos mesas de pool frente a él y una mesa de dominó junto a la barra. Todos sus amigos estaban ahí, jugando y gritando entre carcajadas, como siempre. Se sentó en la última silla de la barra, muy cerca de todos ellos, y la bartender inmediatamente empezó a coquetearle. Esto no le pasaba nunca, cuando era gordo las mujeres lo buscaban por su dinero nada más, Dame una botella de Buchannan’s doce, ponla en esta tarjeta. Ese era su único gancho y lo usó antes de siquiera pensarlo, era natural en él. Mientras esperaba la botella escuchaba la conversación de lo que pasaba en el juego de dominó narrado y comentado. Fue cuando Juan Miguel dijo, Marico no sabes con quien hablé por el facebook, con el maricón del gordo Domingo, me escribió todo nostálgico cuando vio las fotos de todos nosotros en este bar. Me cagué de las risas, nunca me imaginé a ese gordo sin sentimientos ponerse melancólico, Chamo sería buenísimo que estuviera aquí, gritó Gabriel conteniendo las risas, Así nos paga la cuenta. Todos estallaron a reír, Te acuerdas cuando nos lo chuleábamos para ir a los Caracas Magallanes, De bolas, por eso fue que nos hicimos amigos de él, No chamo, lo mejor era cuando se robaba la camioneta del papá y nos brindaba una puta a cada uno, Viejo, yo le pedí real prestado como treinta veces y jamás le pagué, y el muy marico me seguía prestando, Pobre Carolina, nadie sabe cómo fue que le paró bolas pero ese gordo no la iba a soltar ni a tiros, fue el único culo que se cogió sin pagarle, Estás seguro que no le pagó, Ella se casó con él fue puro por la visa, como el papá del gordo es español a él le dieron el pasaporte europeo y así es más fácil emigrar, Ese pana es demasiado chuleado en la vida, No te mandó un cheque por el facebook, No, pero se lo voy a pedir, le voy a cobrar para mandarle fotos, Pero cóbrale en dólares que el gordo cochino seguro está nadando en real metido en un chanchuyo raro por allá.

Domingo, sentado en la barra, sonreía, Tienes lápiz y un papel que me regales, le pidió a la bartender, quien de inmediato se lo consiguió, Espérate que me vaya y dale a los chamos de esa mesa la botella que te pedí con esta nota. Firmó la cuenta, se puso de pie y se largó de inmediato sin alcanzar a ver la cara que ponía Gabriel cuando, desconcertado, con la nota en una mano y la botella en la otra, le leía a todos en voz alta, Mis queridos panas, qué alegría verlos reír, recordé muchos momentos geniales. Pero, sobre todo, qué privilegio me han dado hoy al permitirme escuchar lo que dicen de mí a mis espaldas. Les estaré por siempre agradecido. Disfruten esta botella, es la última vez en mi vida que brindo. Un abrazo del gordo Domingo Gallardo.

Texto agregado el 22-06-2009, y leído por 53 visitantes. (0 votos)


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