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Ese día les dieron a todas una semilla de girasol para que la plantaran en casa e hicieran un trabajo para el colegio. Claudia llegó emocionadísima y le pidió a su madre una maceta y tierra. Una vez dispuso de los materiales correspondientes, Claudia plantó su semilla, regó la tierra, y se fue a dormir soñando con su futura planta.

Al día siguiente Claudia se levantó sin chistar de la cama y fue corriendo a ver su maceta. La desilusión se pintó en su rostro cuando vio que no había pasado nada.

“Claudia, cariño, las plantas no crecen de la noche a la mañana. Tendrás que ser paciente, y el día menos pensado aparecerá”, le dijo su madre. Así que Claudia esperó. Regaba la maceta regularmente, hablaba con ella y le contaba lo bello que era el mundo para animarla a salir.

Por fin, un día, su girasol se asomó. Claudia estaba entusiasmada. Todos los días al volver de clase iba corriendo a ver a su girasol. Le cantaba canciones y le contaba anécdotas de sus días de colegio. Sus hermanos mayores se reían de ella, pero no le importaba porque era muy feliz.

Pasó el tiempo y el girasol se convirtió en una planta adulta. Claudia lo sacaba al balcón y lo observaba durante horas, pero a ella no le parecía que el girasol se moviera lo más mínimo buscando el Sol. “Seguro que es por vivir en la ciudad, un día te llevaré al campo y ahí podrás ver el Sol”, le decía.

Una tarde de verano que Claudia estaba con su girasol en el balcón llegó su hermano Dani. Al verla, se burló de ella diciéndole: “No sé por qué pierdes tanto tiempo con ese plantuco. Ni siente ni oye ni sabe que existes, y además se morirá dentro de nada”.

Ni un cuchillo de hielo podría haber herido más el corazón de Claudia. Una rabia y congoja infinitas se apoderaron de ella y sin pensarlo dos veces quebró el tallo del girasol con las manos. El chasquido resonó en sus oídos como un grito. Llorando, corrió a encerrarse en su habitación.

Su madre al oír los llantos se acercó a consolarla. “Claudia, cariño, ¿Por qué lo has hecho?”. Pero Claudia no sabía, no podía explicarle a su madre que le sería insoportable la angustia de que un día su orgulloso girasol se marchitara y muriera, y había preferido matarlo antes.

“Claudia, no tenías que hacerle caso a tu hermano. Además, el girasol pronto habría dado semillas y podrías haber plantado otro…”. Y mientras lágrimas amargas surcaban su rostro, Claudia pensaba: “Pero nunca sería mi girasol…”

Texto agregado el 24-06-2009, y leído por 2357 visitantes. (37 votos)


Lectores Opinan
07-02-2017 Es cierto; ninguno será su girasol. Pero igual vale la pena disfrutar de él hasta que llegue su hora. Pensar en el final solo arruina el presente. godiva
22-12-2013 Parménides y su río. Es siempre el mismo, pero el agua que lo baña nunca es igual. La clave está en la singularidad: puede haber mil semillas y brotar cientos de Girasoles (o puedes tener un hamster, y decenas después de ese...). Pero la singularidad de cada uno -o de uno solo, el que más has amado- es lo que hacen que perduren en tu memoria y tu corazón. Y es lo que ha pasado con la pobre criatura de este cuento. ikalinen
27-05-2012 yo también cuando he sembrado, como Claudia, todos los días ir a ver si pasaba algo! cuando apenas se asomaban las plantitas, me llenaba de emoción. eti
25-02-2011 Me hizo recordar la primaria, cuando poníamos en un frasquito lentejas -que a mí una sola vez me germinaron. Los sentimientos de Claudia están muy bien impresos, su humanidad los hace reales. El cuento tierno y agradable, de esos que hacen sonreír. aberas
25-08-2010 Sí, buena cuestión, cómo amar al pájaro sin dejar que parta volando y no podamos seguir amándole (Laboa dixit) Hermoso texto. Egon
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