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Cuestión de suerte

Presionando el botón con insistencia, la mujer del vestido ajustado insertaba las monedas de dólar en la ranura de la máquina. Tesoro, tesoro, pirata. Pirata, pirata, moneda. Aparecían entre luces y sonidos repetitivos y monótonos.
Las facciones de Alicia cambiaban de una amplia sonrisa al desánimo, según aumentaba o disminuía la suma del contador de la máquina de la jugadora.
-Con todo lo que ha perdido ella, yo podría pagar mis deudas, ¿cómo puede arriesgar tanto? -desde la oscuridad, Alicia no apartaba sus grandes ojos azules de la pantalla.
El bullicio de la gente y la música se confundían con el sonido que hacían las monedas al caer sobre el recipiente metálico. Las caras esperanzadas de los jugadores se transfiguraban al ver cómo iban disminuyendo sus fichas y sus monedas. Los sueños de riqueza de los jugadores, se esfumaban rápidamente en el casino en tan solo una noche. Tanta emoción y angustia podían reventar la úlcera de Alicia.
Un hombre musculoso de cabello entrecano observaba a la mujer del vestido ajustado. Era el tipo de hombre que a ella le gustaba: ojos grandes, cejas pobladas, nariz recta, traje y corbata de buen gusto y, en las mangas de la camisa, mancuernillas de oro con incrustaciones de diamantes. Su imaginación divagaba cuando de repente, escuchó un fuerte grito de júbilo. La jugadora de la máquina de a dólar gritaba emocionada: ¡tesoro, tesoro, tesoro!
Luces de muchos colores se encendían y apagaban acompañadas de sonidos estridentes, agudos y ruidosos de sirenas y trompetas. Los números que encopetaban a la máquina tragamonedas, mostraban orgullosos a todas luces el gran premio: ¡un millón de dólares!
Las personas se agolparon alrededor. Unas aplaudían, otras susurraban o simplemente con miradas cargadas de odio y envidia, veían a la suertuda jugadora. Alicia sintió que le subía la sangre a la cabeza al notar que el hombre apuesto estaba entre esa gente y se aproximaba a la mujer que había ganado, le extendía la mano y la conducía por un pasillo largo hasta desaparecer de la escena.
-Tenía razón, valía la pena arriesgar su dinero en el casino, su vida cambió en un minuto. Cómo quisiera ser ella –pensó Alicia con envidia.
Cerró los ojos y se soñó rodeada de hombres guapos y adinerados, residencias, joyas, viajes, choferes y limusinas.

De pronto, al recordar sus deudas, se le aceleró el pulso y regurgitó un líquido amargo. Impulsivamente, de un salto se paró de la butaca y salió del cine sin saber el final de la película.


Texto agregado el 28-06-2009, y leído por 91 visitantes. (2 votos)


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