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Inicio / Cuenteros Locales / Sofiama / INOCENCIA, SU FIESTA Y LOS PIRATAS DEL LAGO

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Dedico este cuento, con todo mi corazón, a AVEFENIXAZUL.
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Se avecinaba la fecha de tan ansiado día: la celebración de los quince años de Inocencia. Sus amigos del barrio estábamos emocionados. Sabíamos que cualquier cosa relacionada con nuestra amiga, sería trascendental; su fiesta no iba a ser la excepción.


El evento lo organizamos entre José, el papá de Inocencia y sus amigos. José no sólo era un gran luchador social, sino que le fascinaban las festividades de cualquier clase; cantaba como nadie, tocaba la guitarra y otros instrumentos folclóricos de nuestro entorno; era un hombre alegre que de la nada plasmaba alborozo con sentimiento desbordante.


El mes previo a la celebración de de los quince años de Inocencia era de locura total: ensayábamos el gran vals que bailaríamos sus damas de honor junto a ella. Mirábamos -de soslayo- a los caballeros que danzarían con nosotras el gran baile de la ocasión y que a escondidas de nuestros padres, ya habíamos escogidos para que fueran nuestros príncipes, aunque solamente fuera por esa noche. Comparábamos a los chicos para saber cuál era el más buen mozo y nos regocijábamos, internamente, sabiendo que esa noche, entre una vuelta y otra, a medida que danzábamos, nuestros talles y manos serían acariciados, sutilmente, por aquéllos muchachos que nos hacían suspirar de amor.


Durante ese mes, nos mediamos, una y otra vez, los vestidos de tul y organdí que nosotras amábamos y que Inocencia detestaba. Su vestido era hermoso: rosado, como se acostumbraba en aquella época; estilo princesa, como en los cuentos que su papá nos contaba, pero ella detestaba la textura de la tela por la misma razón que aborrecía su vestido de primera comunión: le picaba en su delicada piel y le producía tanto calor, como el sol que había escogido a nuestra ciudad para amarla con las fuerzas que sólo brota de los corazones apasionados. Nos mediamos los zapatos de tacos altos con los cuales tambaleamos al caminar, por la falta de costumbre de andar con ellos; ensayábamos los peinados que luciríamos en tan magna ocasión.


Inocencia miraba todo aquello, como ajena a ella. Lo único que escogió fue el vals que bailaríamos: los Cuentos de los Bosques de Viena de Johann Strauss. Ahora, pienso que lo único que a Inocencia la hizo aceptar aquella fiesta fue esa obra de arte, ya que ella amaba ese tipo de música y se ensimismaba cuando la escuchaba.


El gran día llegó. Ah… ¡Qué alegría embargaba nuestros corazones! Ingresamos al gran salón: nosotras, sus damas de honor, vestidas de celeste claro, como el cielo de nuestra ciudad. Nuestros príncipes ataviados en sus trajes azules, camisas celestes del mismo color de nuestros vestidos, corbatín azul claro, como los mares que Inocencia y nosotras –frecuentemente- soñamos navegar.


Finalmente, Inocencia hizo su entrada, tomada del brazo de su papá. ¡Estaba radiante, deslumbrante! El color de su vestido destacaba sobre su morena piel. Su negra y larga cabellera que ella no permitió que le recogieran en un moño, como era la costumbre, lucía más esplendorosa que nunca. Inocencia, irreverente como siempre, arqueó las cejas, nos miró, sonrió e hizo un mohín señalando sus zapatos de tacos, indicando que no le gustaba para nada llevarlos.


La melodía de los Cuentos de los Bosques de Viena inundó, de repente, el salón. El papá de Inocencia, como todo un gran señor, tomó a su hija y la condujo con pasos de danzarín elegante por toda la sala. Después, entramos al baile sus damas y nuestros caballeros. Danzamos, como si lo hiciéramos entre nubes de algodón. El rostro de Inocencia lucía angelical, sólo comparado con los exquisitos rostros pintados por los grandes artistas del romanticismo: sus ojos cerrados dulcemente, mientras una gran sonrisa iluminaba sus rasgos. Su cuerpo se mecía por todo el recinto como si vislumbrara la Orquesta de Praga tocando aquella música que la trasportaba a otras realidades desconocidas por todos nosotros. Estábamos seguros de que por su corazón desfilaban las elegantes carrozas que se paseaban por los Palacios de Viena y que su papá nos mostraba en sus valiosos libros que lo acompañaron toda la vida, mientras vivió en nuestro barrio. La cara de Inocencia era una fiesta, pero no cualquier fiesta; era un festín de colores, de palacios iluminados por luces que brotaban de su corazón de adolescente; de teatros imperiales que ella visitaba tomada de la mano de ese príncipe que siempre añoró; de la catedrales vienesas, del Danubio que en esa época debió ser azul como reza la canción; de los bosques que rodeaban los palacios por donde caminaba la realeza; de las pinturas angelicales que decoraban los techos de esa grandes catedrales. Seguro que – en ese momento - ella se paseaba por el teatro de la Opera de Viena.


Terminado el vals, se oyó otro tipo de música en el salón. Se hizo el brindis de rigor. Luego, unos bailaban, otros degustaban los alimentos colocados en una mesa, bellamente decorada. Inocencia fue a su habitación y regresó, calzando los zapatos de goma que siempre llevaba por las calles ardientes de nuestra ciudad. Nosotros reíamos, admirando el coraje de ella para desafiar los convencionalismos que nuestros padres nos obligaban a cumplir


A la media noche, empezaron a preguntar por Inocencia, pues nadie sabía dónde estaba. Sus amigas fuimos las primeras en notar su ausencia. Buscamos por todas partes, sin embargo, ella no daba señales de vida. Nos preocupamos, pero no quisimos decirles nada a los mayores. Pepe, uno de los mozos con el cual Inocencia había peleado a puño limpio cuando era una niña para defender a los más chicos del colegio, dijo:
- ¿Estará en el lago?
- ¡Noooooooooo! - Exclamamos.


Nuestro barrio quedaba como a medio kilometro del lago y conociendo, de antemano, la conducta atípica de Inocencia, nos encaminamos hasta allá. Ahí estaba Inocencia: sentada en la playa con la mirada perdida en la lejanía. Dijimos:
-Inocencia, pero… ¿qué haces aquí?
Ella contestó:
-Me gustaría ser raptada por un pirata.
Respondimos:
-Pero… aquí, no hay piratas.
Exclamó:
-Y… ¿Quién quita que aparezca uno?
Hicimos silencio porque para Inocencia casi nada era imposible. Sus quince damas de honor nos sentamos junto a ella, acompañadas de algunos de nuestros caballeros. De repente, los ojos de Inocencia se iluminaron; sus pupilas brillaban como nuestro lago cuando era cortejado por la luna. Adivinamos lo que seguiría luego, y casi al unísono dijimos:
-¡No, Inocencia, nooooo!
Ella se levantó y echo a correr hasta meterse en las aguas eternamente tibias y cristalinas de nuestro querido lago. Nos invitaba con su amplia y grácil sonrisa a que la acompañáramos, nosotros sólo atinábamos a decir:
-¡Noooooooooo! – Alargando la vocal como un acordeón.


Finalmente, alguno de los niños y niñas nos quitamos los zapatos; el resto prefirió no hacerlo, y con los vestidos celestes que nos identificaban como las damas de honor que acompañaron a Inocencia en su presentación a la sociedad, y los muchachos con sus trajes azules con los cuales habían sido designados caballeros de ese único evento, nos metimos al lago, muertos de la risa.


Nos quedamos allí por un gran rato. Esa noche, las chicas no fuimos raptadas por los piratas del lago, como Inocencia deseaba, pero nuestros cuerpos en caricias con las aguas del lago y arrullados por los acordes de las olas que se mecían tan dichosas como nosotras, fuimos poseídas por el lago y sus misterios.

Texto agregado el 29-07-2009, y leído por 1485 visitantes. (150 votos)


Lectores Opinan
23-06-2013 Ha pasado mucho tiempo, al entrar en tu pagina, no pude evitar ir a donde vi el nombre magico, tan leido: Inocencia. Me sigue haciendo soñar. Besos Adrifiore
04-02-2013 Siento que hay magia en tus letras. Un abrazo!! gsap
05-10-2012 Inocencia era un poco rebelde pero era como tiene que ser el personaje que pintas. Muy bien escrito y hace que te veas obligado a seguir leyendo. elpinero
05-08-2011 Inocencia, maravilloso personaje de un libro de bellos cuentos para niños. Como en todas ocasiones, escrito con pulcritud, elegancia, belleza y sobriedad. La escritora, con semejantes palabras se aleja del reino de los mortales. EVERO
05-08-2011 Inocencia, maravilloso personaje de un libro de bellos cuentos para niños. Como en todas ocasiones, escrito con pulcritud, elegancia, belleza y sobriedad. La escritora, con semejantes palabras se aleja del reino de los mortales. EVERO
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