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UN CASO CLÍNICO

Mauro Valaqui fue engendrado en un acto aberrante de violación. Su madre, Purificación Fernández Vázquez, siendo aún muy joven, fue abusada sexualmente por un mocetón que trabajaba en los jardines de su solariega residencia condal en Ponte Candelas, Galicia. La tradición católica de la familia Fernández los obligó a mantener en secreto el nacimiento de Mauro, éste se realizó sin los contratiempos provocados por la maledicencia pública. Desde muy niño el bastardo fue educado con exigencia desmedida, tal pereciera que la madre, convertida en una adusta y resentida mujer, a pesar de su juventud, volcara en aquella criatura todo el odio que guardaba en su corazón hacia aquél que la había ultrajado y mancillado.

Nunca se le permitió a Mauro expresar una mala palabra ni conducirse fuera de las normas morales y del buen decir. Desde muy pequeño se le inculcó con férrea determinación, el aprendizaje constante de la lectura y la escritura. Su progenitora, cada día más amargada y su abuela, en medio de su soberbia desmedida, buscaron a toda costa que aquel niño se convirtiera con el tiempo, en un excelente escritor. Incluso, frecuentemente utilizaban castigos físicos cuando al bastardo “no le entraban las letras” o tenía una errata ortográfica.

Con los bastos conocimientos adquiridos entre aquellas dos mujeres, Mauro ingreso a la escuela pública, ahí se mostraba casi siempre como un niño taciturno, medroso, acomplejado, sólo cuando estaba en clases de gramática y composición cambiaba de personalidad. Se transformaba en un niño vivaz, agresivamente competitivo, predispuesto al trabajo escolar y siempre empeñado en ser el primero y el mejor.

Pero cuando llegaba la hora de la calificación de los párvulos de su grupo, Mauro volvía a cambiar de personalidad, su actitud se volvía hosca, resentida, apenas contenía la rabia que le provocaba ver a otros niños alcanzar la máxima calificación como él. Se llenaba de odio cuando veía a sus compañeritos felicitarse entre sí, comentándose sus trabajos e intercambiando elogios que a él se le hacían inmerecidos.

¡Cómo era posible! –Pensaba- que esos estúpidos ignorantes estuvieran felices con aquellos trabajos tan faltos de calidad y plagados de errores ortográficos. No se explicaba por qué el profesor Venancio se atrevía a calificarlos con la misma nota alcanzada por él. Su resentimiento se fue almacenando en su corazón y su mente empezó a extraviarse en un laberinto de lamentaciones, frustraciones y ansiedades de venganza.

El punto de quiebre para la mente de aquel niño, fue cuando con motivo de las festividades en honor a San Roque, se organizó un concurso de composición con el tema: “Galicia, tierra de Dios”. Desde que se enteró de la convocatoria, Mauro se dedicó a redactar su texto con infinito esmero. Escribió, borró, desechó, volvió a escribir una y otra vez. Cuando por fin lo terminó, con mucha paciencia lo revisó cuantas veces lo creyó necesario, la sintaxis, la ortografía, la puntuación, el vocabulario, ¡todo!, se convirtió en su propio exegeta. Una gran sonrisa de satisfacción iluminó su carita infantil cuando pareció quedar convencido de que su composición era excelente.


Pero todavía no quedó conforme, recurriría al filtro despiadado de su madre y su abuela. Aquella tarde, cuando las dos mujeres leían en la biblioteca de la casona, Mauro se acercó tímidamente a su progenitora y le pidió que por favor leyera su “obra de arte”. La mujer con gesto agrio leyó en silencio el texto del muchachito, luego, volvió a mirarlo con desden y dijo: -“Está bien, debiste esmerarte más y hacerlo mejor”- y volvió su vista al libro que leía. El ánimo de Mauro se llenó de una gran tristeza y desolación. Luego, se dirigió hacía la salida de aquel lugar. La voz enérgica de su abuela lo detuvo: -Muéstrame lo que escribiste- le ordenó. El incipiente escritor volvió sobre sus pasos y extendió las cuartillas a la anciana déspota. Después de demorar más de lo que el muchacho esperaba, la vieja gritó: -¡Estúpido, aquí te sobra un punto!- y terminó arrojándole en la cara las hojas de su texto. El niño salió corriendo en medio de un llanto incontenible, en su loca carrera iba prometiéndose que algún día iba a encontrar en quienes vengar esta afrenta.

Desde luego que Mauro no participó en aquel concurso, la población y posiblemente hasta el mismo San Roque, fueron privados de conocer un excelente texto, cuyo único defecto era tener un punto de más.

Con el paso de los años Mauro Valequi ingresó a la facultad de filosofía y letras, había decidido convertirse en docente, qué mejor entorno para desahogar tantos deseos de desquite anidados en su pobre condición humana. Luego se convirtió en un excelente profesor, quien sometía a sus alumnos a una implacable disciplina gramatical y ortográfica, hizo suyo el lema –porque era un enfermo apasionado de los lemas- “CERO ERRORES AL ESCRIBIR”.

Bajo su tutela docente pasaron varias generaciones que lo mismo produjeron destacados escritores, que autores frustrados por no alcanzar los parámetros gramaticales impuestos por Mauro. También los hubo y muchos, quienes resentidos por la agresividad de aquel exegeta, le guardaron siempre un gran odio.

Una mañana cuando el sol se ocultaba medroso entre las nubes, alguien acudió a Mauro para llevarle un recado de su anciana madre, ésta, en su lecho de muerte quería verlo por última vez. Al estar junto a su progenitora que agonizaba, Mauro se enteró, ¡Por fin!, de la identidad de su padre y la forma como fue engendrado. Después de darle cristiana sepultura a la mujer que le dio y luego le amargó la vida, el implacable profesor y literato se dedicó con curiosidad malsana a indagar el paradero de aquel hombre que por cosas del destino fue su padre.

Su búsqueda terminó frente a una tumba en cuya lápida se podía leer: Maximiliano Valaqui 1945-2004 y una súplica lapidaria: ¡HIJO, PERDÓNAME!.

Cuando Mauro terminó de leer aquello, montó en cólera, el rostro se le congestionó y empezó a gritar como un demente: ¡Maldito!, ¡Maldito!, ¡Maldito!, ¡Mil veces maldito!, te pude haber perdonado todo, la violación a mi madre, tu cobarde abandono, tu silencio oprobioso, todo. ¡Lo que no te perdonaré jamás!, es la falta de ortografía en tu lápida, qué no sabías desgraciado engendro que cuando cierras con signo de exclamación, jamás, óyeme bien, jamás se debe poner PUNTO FINAL NI NINGÚN PUNTO... YA LA IDEA CERRÓ. Y el enloquecido exegeta siguió pateando por horas la lápida de su padre.

Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion

Texto agregado el 02-09-2009, y leído por 728 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
23-03-2010 Francamenteme ha gustado, las obsesiones y locuras que azotan a los hombres son destellos que me roban la atemnciòn. (Con un mestro así, ódiaría mas la gramatica) ludwingstar
01-11-2009 Tu cuento me hizo recordar la historia del médico Daniel G. M. Schreber, en Alemania, que en 1844 creó un sistema educacional basado en castigos aberrantes para con los niños(privación de alimentos, castigos físicos, baños fríos para los bebés), convencido que darían una raza de hombres más fuertes. Su influencia en toda la educación de una generación de niños sometidos al autoritarismo fue notable. Partía de la premisa de que los niños eran seres que llegaban como criminales en potencia y había que reformarlos. Esa madre y esa abuela eran "La" autoridad misma, una especie de Dios. Estos progenitores que ejercen el autoritarismo, y no la sana y necesaria autoridad sobre un niño, son los asesinos del alma de esos niños. Excelente el ejemplo de tu caso clínico.5* Susana compromiso
30-10-2009 Que bueno que regrese , para poder disfrutar de tus escritos,me encanto, besote almaguerrera
12-09-2009 Un caso clínico, sí, pero que se arrastra quien sabe desde cuando, y que al final pasa de la abuela a la madre, y de ésta al hijo, que vuelca todas sus frustraciones en la vigilancia de reglas. Interesante y muy bien contado. Saludos. loretopaz
12-09-2009 Como siempre, amigo, tu pluma desbordante de sabiduría y lecciones para meditar y actuar. No se pierde la capacidad de asombro ante la mezquindad humana. Admiro tu genialidad. En verdad, ¡eres tan ingenioso en cada cosa que plasmas! Imagínate, sacar un relato tan profundo de algo que pareciera ser tan superficial como el mal uso (? ) de un signo de puntuación. Te felicito, Sagitarion, lo tuyo es razonamiento profundo y enseñanza que penetra los tuétanos. Un gran abrazo. Sofiama
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