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Un martes.

Es martes. La calle está oscura, no hace fresco y hay poca gente. En una esquina del cine una chica joven, rubia, ni guapa ni fea, aguarda ¿tal vez a su novio? ¿Quizá a un nuevo amigo?
De nuevo vuelvo a ir al cine: sólo, y un tanto apático. Me revuelco en una soledad indeseada y prematura. Saco una entrada para Millenium 1, acabo de terminar de leer el libro, y no estuvo mal.
Después (tengo tiempo) me dirijo a cenar al restaurante que hay en la planta de debajo. La camarera – tampoco está mal – tras charlar animadamente al final de la cena, me pasa su teléfono en un papelillo (nunca me había sucedido). ¿Puede ser el inicio de una aventura? ¿Le resulto tan encantador como para confiar?

La película me gusta menos que el libro, pero no resulta mala sino diferente. La personalidad de Lisbeth Salander está conseguida; es una chica extraña, con sus defectos y virtudes. Sinceramente yo no la podría aguantar ¿o a lo mejor sí? Reflexionando descubro que un amigo mío se comportaba de forma parecida. Resultaba misterioso y atractivo. Se lo llevó un accidente para siempre. Lo eché de menos. O sea, uno nunca sabe...

A la salida del cine no puedo dar crédito. Es ella: La camarera, está esperándome. Cuando me encuentro a su lado compruebo que es casi tan alta como yo, morena, con un claro acento colombiano y claros y bellos rasgos de sangre india. Antes no me di cuenta. ¿Efectos obvios del alcohol? Lo cierto es que estaba achispado pero tras una película de dos horas y veinte minutos, me siento cambiado.
Apenas intercambiamos un tímido saludo. De camino a mi coche rompe el silencio y me pregunta qué me ha parecido. Le digo que estupenda; refiriéndome a ella – le aclaro. – Reímos ambos, liberando la tensión.
Dentro del coche, justo antes de arrancar, me sorprende al abrazarme y besarme de forma no solo apasionada, sino imperiosa. Tras una refriega que dura unos diez minutos por fin puedo murmurar una pregunta que suena impertinente.
— ¿Lo necesitabas?
Baja la cabeza y sincera, contesta.
— Llevo un año sin sexo.
Sonrío y resalto.
— ¿Ah sí? Pues yo voy camino del segundo.
Se ríe. Luego cambia, me observa de reojo de nuevo y me dice.
— Ya. Un hombre… ¿tan guapo?
Complacido y en el fondo avergonzado, le resto importancia a su opinión.
— ¡Bah! ¿De verdad me encuentras así? Si soy un paquete.
Y añado
— Verás... No siempre es cuestión de belleza.
Vuelve a mirarme de forma inquisitiva y me pregunta.
— ¿Tienes... un lugar que no sea el auto?
— Sí.
Arranco de inmediato. Me siento excitado y revuelto. Lo entiendo, ya tengo edad suficiente. No todo es sexo en la vida, pero... hoy me siento... ¿como decirlo? ¡Me siento a flote y vivo de nuevo...! Mañana, Dios dirá; dirá: ¡Impenitente!

José Fernández del Vallado. Josef. Sept. 2009.

Texto agregado el 17-09-2009, y leído por 573 visitantes. (31 votos)


Lectores Opinan
03-03-2010 ¿Casi dos años en ayunas? ¿Estuviste preso? Me gustó tu relato simple y bien narrado. Felicitaciones zumm
02-02-2010 Que fácil lo haces, amigo, tan fácil que se podría pensar que cualquiera puede escribir así. Un martes cualquiera, que tú conviertes en único. Gracias por dar al menos una noche de encuentro a esas dos almas solitarias. walas
23-01-2010 ¡Muchas gracias por compartir un texto tan ingeniso y adictivo! Sí, tan adictivo que aún sigo buscando bajo las letras las turbulencias del sospechado destino... :-D kendaumin
17-01-2010 Es cierto que uno llega a "esas edades" en las que la proximidad de un buen e inesperado revolcón revitaliza.Qué será... :). naju
17-01-2010 Un martes impensado. escofina
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