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PARTO EN LA SELVA

Me subí con temor, lo reconozco, al vetusto DC-3, reminiscencia de la segunda guerra mundial, y aún volando. Sus asientos de lona, su puerta asegurada con cadena y una caja de chicles “Adams” de las de dos pastillas, con sabor a menta, me recibieron en el interior de la nave. Sus motores zumbaban ensordecedoramente mientras nos deslizábamos por la pista, cargados hasta la cola. Con dificultad remontó los montes aledaños a la capital y, sin cabina presurizada, nos dirigimos al norte. Hacia la selva. Tras dos horas de un continuo brincoteo, con los oídos sordos por la presión, y dos sustos al sobrevolar la sierra de las Minas, divisamos las puntas majestuosas de los Templos de Tikal, capital Maya, sobresaliendo sobre ese Mundo Verde, señal de nuestro pronto aterrizaje en una pista de tierra. Dos horas más en un autobús desvencijado, acompañado de gallinas, chompipes, dos perros y hasta un mono, me tenían las sentaderas y, hasta la próstata, a punto de reclamar sus derechos de reposo en algo mullido y suave.

Me esperaba en Sayaxché, una lancha rápida con motor de 25 hp. y el guía. Montamos la mochila con mis pertenencias y el equipo médico, ignorante de lo que nos esperaba en el poblado “La Palma” a la vera del amplio y majestuoso río Pasión, ocho horas adelante. Tras acomodar equipo y ropas, me recosté sabrosamente, por primera vez en el día, mientras las maravillas de la selva pasaban a mi lado. Saraguates y mazacuatas se observaban ocasionalmente. Un cocodrilo con la boca abierta, reposaba en una playa de arena en una de las riberas del río.

El destino era una comunidad cercana al sitio donde se juntan el río Pasión y el río Negro para formar el espectacular Usumacinta, Río Sagrado de los Mayas y frontera natural entre Guatemala y México. A las dos de la mañana, cansados, desgastados y hambrientos, recalamos en el poblado.

“Chano” y Pedro, con su inseparable Mariposa (Pedro y Mariposa) me recibieron con alegría y gestos de cariño típicos de la gente maya. Tras caminar por barro y cieno unos cincuenta metros, cargando el equipaje y comer algunos trozos asados de venado y tepezcuintle, me acomodé en el tapesco de la planta alta de un ranchón con techo de manaco.

Estaba por conciliar el ansiado sueño cuando, una voz de mujer, me llama desde fuera:

-¡Vos doctor!- ¡Vos doctor!. ¡Chicay toj! ¡Chicay toj! (Abre la puerta).

Me asomo, y veo a Pedro que venía apresuradamente desde su rancho, tras oír el llamado de la mujer aquella. Gran ayuda, ya que mis conocimientos del pokomchí, lengua hablada en esos lares, eran muy escasos, por no decir nulos.

Tras cruzar entre ellos unas cuantas palabras, Pedro me comunica que la hija de la buena señora está sangrando “por abajo” y con muchos dolores, desde hace unas seis horas. Cree que es una “pérdida”, ya que tiene solamente 5 meses de lunas de “atraso”. No está ninguno de los hombres con ellas porque es época de cosecha de maíz y frijol . Los varones de cada familia están todos en el ‘monte”.

Con el cansancio a cuestas, tomo el maletín y le doy a Pedro una cajita con guantes, un par de pinzas y algunas otras cosas que me pudiesen ser útiles, sin conocer lo que me encontraría.. Con mucho temor por las serpientes, siguiendo a Pedro y a la dama, alumbrados por un candil y una linterna con dos baterías Ray-O-Vac, nos encaminamos hacia el ranchón familiar de la enferma.

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Es costumbre, en los poblados indígenas, que la familia entera viva en el mismo edificio, el cual, por lo general, constan de un solitario salón grande. En el centro se mantiene el fuego encendido permanentemente, el cual sirve de cocina comunal y de alejamiento para alimañas y culebras. A los lados están los tapescos de madera, armazones de palos regulares y bien atados que, con una manta encima de ellos, sirven de camastros.

Al abrir la puerta, varias gallinas y dos jabatos salieron corriendo desde dentro de la habitación. El fuego, mantenido en ascuas, le daba tibieza al ambiente, a la par que un cierto olor a incienso y a quemado. Sobre él, un recipiente de barro con café, se mantenía caliente.

Un lastimero quejido provenía de la penumbra. Al alumbrar con el candil, me dejó ver a una muchacha de rasgos mayas, muy guapa, que se quejaba desde el tapesco, sobándose la barriga con la mano derecha, mientras emitía un quejido suave, pero constante.

Le hago varias preguntas, sin obtener contestación. Pedro las repitió en su idioma, y tampoco obtuvo respuesta. Me acerqué más y , con suavidad, le toqué el abdomen, el cual me pareció demasiado prominente para 5 meses de embarazo. Al inclinarme, desde debajo de la cama, salió corriendo un perro que, asustado, por poco me muerde. Por voz de mi traductor, le hice saber que iba a examinarla. Asintió con un leve movimiento de cabeza, mientras Pedro abandonaba el área. La madre de la muchacha, estaba sumamente ansiosa, pero sostenía la linterna con seguridad y aplomo.

Para mi sorpresa, justo cuando voy a examinarla, Micaela se queja. Era, evidentemente una contracción. Dura un tiempo que parece eterno. Me pongo los guantes y, al introducir los dedos, toco una cabecita a punto de coronar. Una sabanita limpia que traje, la pongo apresuradamente debajo de las nalgas de Micaela, tal era el nombre de mi paciente y, al insinuarle que puje ,la criatura corona y asoma la hermosa cabecita de un precioso niño. Hago las maniobras pertinentes de rotación y sale a luz un rollizo muchacho, a término, bien dotado y que, a los breves segundos, cual pequeño tarzán, echa su primer grito a todo pulmón, en plena selva.

No es en una majestuosa sala de partos, aséptica, con tres enfermeras circulando, un anestesista, aire acondicionado y una histérica familia esperando a la puerta del paritorio. Aquí, en un tapesco, con gallinas y jabatos como espectadores, una mortecina linterna de mano y un candil a punto de vencerse, la naturaleza otorga un nuevo niño al mundo Maya, a la humanidad. Luego, ya el niño en brazos de su abuela, envuelto en un “perraje”, respira delicadamente.
Al ser expulsada la placenta y limpia el área, me pregunto el porqué me decía la abuela lo de embarazo de 5 meses...

Regreso con Pedro a mi propio ranchón. Ya amanecía. Le doy las gracias por su compañia y me recuesto. No había sueño, no había cansancio. Era feliz. ¡Mi primer niño en la selva!. Toda mi práctica había sido en hospitales universitarios, con todas las de la ley y con muchos adelantos y lujos...pero aquel parto ¡era mi graduación de ser humano!.

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Dos horas más tarde, Chano, el otro traductor me llama. La madre de Micaela trae un regalo, y hay que recibirlo. Frente a la puerta, María Cotz, con un huacalito en cada mano, ofrece el de la mano derecha.

-Es boj, de maíz. Tomátelo.- dice, mientras me lo extiende.

Miro a Chano, quien asiente y me recuerda que no debo de rechazar nada, para no perder la confianza entre los Pokomchí.

El cansancio, el poco dormir y el olor del boj, por poco me revuelcan el estómago. El boj, aguardiente de maíz, olía a fermentado. Con una leve sonrisa, hago de tripas corazón y lo apuro de un solo trago. Tosí un poco, pero resistí. María hace lo propio con su porción. Al momento, de un tecomate que llevaba colgando, sirve dos tragos más. Me incita a beberlo lo que, ante la sonrisa de Chano, hago forzadamente. A la verdad que el segundo trago me cayó mejor y... hasta me gustó; cosa que aparentemente adivinó la buena señora porque, en un abrir y cerrar los ojos, el tercero estaba servido y listo para consumo...y una borrachera estaba en camino si no recurro a la excusa del cansancio.

Micaela fue traida al rato, en una hamaca. Revisada con buena luz, tenía un pequeño desgarro perineal que fue suturado sin mayor contratiempo. El niño, con un Nahual desconocido, se veía saludable y fuerte, tomando su primer “atol”.

Micaela se había casado hacía cinco meses con Chema Itzul. Pero había cogido fiado con Julián Xitol unos meses antes; situación ignorada por el primero. De allí el engaño que querían meterle, madre e hija, al pobre marido. Por norma indígena, esa situación es casi condena de muerte para el ofensor y... para la esposa.

Al caer la tarde, ya recuperado del malestar del boj, recibí a Chema, vuelto del monte, quien quería saber el porqué un niño tan hermoso tenía solamente 5 lunas. Para impedir una venganza de sangre traté, por todos los medios, haciendo sumas y restas y sacando meses lunares y solares y cuánta cosa me inventé, de convencer al esposo engañado, que el embarazo estaba bien calculado. Por respuesta, Itzul sacó otro tecomate lleno de boj. Me ofreció tomar del mismo, lo cual hice con cautela. Él, del mismo recipiente, tomó otro trago y me ofreció uno a mí de nuevo. Así, ya impulsado, y por temor, apuré unos cuantos más.
Chema se despidió. Le dije no sé cuántas cosas a favor de Micaela y se fue. Yo, a su vez, me retiré a la cama. Hasta el día siguiente.

De Chema nunca más se supo. No volvió a ver a Micaela. No volvió a su rancho. Unos dicen que se lanzó a un barranco. Otros que se perdió en la selva y se dejó morder por una serpiente “barba amarilla”. En esas inmensas selvas, en ese Gran Mundo Verde, donde impera Balam, el jaguar, cualquier cosa puede pasar, y nunca saberse de alguien que no quiere que se sepa de él.

Micaela y su niño, sano como una ceiba, Chano y Pedro permanecieron en La Palma, hasta que el ejército los mató unos años después, cuando arrasó parte de la selva con napalm con excusa de ser refugio de guerrilleros. María, madre de Micaela logró escapar. Narró lo sucedido. Yo, caminando mundos, me enteré de todo esto, y mi corazón aún lleva esas huellas de alegrías y tristezas, de sensaciones eternas y de cicatrices permanentes en el alma cada vez que masacran a nuestras gentes.

Hace poco recorrí el Gran Río. La selva ha vuelto a su grandeza. En La Palma hay tres grandes ceibas que antes no estaban. Sin duda, una se ha de llamar Pedro, otra Chano y otra Micaela. El niño ha de haber re encarnado en Balam, el jaguar, rey de las selvas americanas, o en un Tucán, mi propio Nahual...

Texto agregado el 09-06-2004, y leído por 814 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
26-12-2004 Que linda experiencia para un médico recién recibido. Felicitaciones. jorval
21-06-2004 pobre chema, seguro se fue con Balam el jaguar. hermoso maestro, como siempre impecalbe.mis estrellas.besos lisinka
19-06-2004 Para que veas que me empeño en escribir con pausa, pero ya te dije que mis teclas se enredan por culpa de tus versos.En fin, ahí va mis correcciones: La verda esque no esperaba menos de tí y tú siempre estás alerta a todo lo que te rodea. luciernagasonambula
19-06-2004 Es un gran relato muy completo y ameno.La verdadesque no esperaba menos detí, ya que siempre nos asombra con tus reflexiones, relatos, narraciones, cuentos, poesias y haiku, en todo todito.UN BESO. luciernagasonambula
16-06-2004 micaela, maria, pedro, tantos y tantos indígenas nuestros, tanta belleza muerta. Los secretos y la sabiduría de nuestros pueblos olvidados, la vida cómoda de nuestros tiempos. Quedé prendada de tus letras y del sabor a selva virgen un abrazo gloria nito
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