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El señor Dason dejó la copa de coñac sobre la mesa de roble barnizado. Detrás de él, la enorme chimenea chispeaba con un fuego incandescente y hacía que todas las cosas en la habitación portasen sombras siniestras.
Junto a la chimenea, una puerta de acero blindado, que quedaba completamente fue de lugar en esa sala decorada al estilo del más elegante de los millonarios, temblaba. Algo del otro lado la estaba embistiendo con tremenda fuerza.
Di un paso hacia atrás, debo decir que en ese momento el corazón me había subido del pecho hasta la garganta y latía allí, ahogándome. No hube retrocedido más de dos pasos antes de que Goru, el colosal guardaespaldas del señor Dason, me pusiera una enorme mano sobre el hombro y me detuviera:
- Conteste- me dijo Dason.
No podía hablar. Dason era un hombre delgado y alto, de cabello negro, nariz puntiaguda y mentón prominente. En ese momento estaba usando una bata roja y se encontraba cruzado de piernas. Sus pies estaban enfundados en un par de pantuflas rosas. Lo más temerario esa noche helada era un sonrisa, su diabólica sonrisa.
Moví la cabeza de un lado hacia el otro, negando. Afuera, el viento chiflaba enloquecido y las ventanas crispaban. Estábamos en el sexto piso de un edificio que pertenecía en su totalidad al millonario Alan Dason:
- Vamos, conteste- dijo Dason con esa espantosa sonrisa endemoniada en su rostro- O lo doy por finalizado.
- ¡No!- exclamé.
- ¿Entonces?
Revolví en mi cabeza. No encontraba la respuesta a la adivinanza que Dason acababa de hacerme. No me sentía en condiciones de pensar, no después de la amenaza, y cada vez que la puerta de acero se sacudía, yo temblaba de pies a cabeza y me impulsaba a lanzar una respuesta apresurada. Eso sería un grave error, Dason me lo había explicado bien: tres oportunidades. Si acertaba, muy bien, perfecto, felicitaciones, puedes quedarte con mi esposa y además agrego unos 10.000 dólares para el casamiento. Pero si me equivocaba, bueno, soltaba al vampiro. Y yo ya me había equivocado dos veces.
Al principio reí de la apuesta. ¿Un vampiro?, la idea era tan ridícula como imposible. Dason no podía tener un vampiro atrapado en una minúscula habitación oscura detrás de su living. El millonario me explicó que los vampiros no eran hombres altos, delgados y hermosos como yo los conocía… eran diferentes, muy diferentes. Deseé no haber escuchado la palabra “perro” en medio de su vaga descripción.
Me negué a participar en la apuesta. Linda Dason me amaba a mí y no a su delgaducho marido de billetera abultada, me lo había dicho en una de las ocasiones en la que nos acostamos. No tenía por qué participar (excepto, lo acepto, por el jugoso dinero que Dason había agregado como motivación) y quise marcharme. Goru no me lo permitió. Me sentí como un estúpido de sólo pensar que Dason me había llamado en realidad para discutir un tema de negocios.
Ahora no estaba seguro si creía o no en el vampiro, pero en lo que sí creía era en que había algo del otro lado de esa puerta, algo de verdad grande, algo que estaba desesperado por salir, a tal punto que parecía decidido a molerse la cabeza a golpes hasta derrumbar la puerta.
Una adivinanza. Nada más. Una sola. Pero cuando la escuché… Dios, jamás pensé que las palabras podían combinarse de una manera tan diabólicamente juguetona. ¡Nada tenía sentido!, había arriesgado con “una planta” y con “una niña”, pero las dos veces Dason movió la cabeza en un gesto de amable negación. Habíamos estipulado, claro, que él diría la verdad en cuanto a si acertaba o no y que no se valía que la respuesta fuese en otro idioma. Dason dijo que no me preocupara por eso, como no se habían preocupado los anteriores a mí. Y se molestó en agregar, claro, que ahora esas pobres almas descansaban en el lugar al que fueran las víctimas de los vampiros… que desde luego no era ni el Cielo ni el Infierno:
- Una estrella- contesté por fin, sin saber qué palabras salían de mi boca.
Dason movió por tercera vez la cabeza y su sonrisa se amplificó:
- Lo siento, Manuel- me dijo- Tres oportunidades. Goru…
Hizo una seña hacia la puerta:
- No… por favor- me encontré rogando con palabras débiles.
- Ahora el buen Goru te meterá dentro del Depósito y vas a conocer al vampiro. Te va a comer, en efecto, pero tarda, así que tendrás tiempo de ver cómo son esos monstruos de la noche en realidad. Intenta no gritar mucho, ¿sí?... ah, y que esto te enseñe a no cortejar a las esposas de los coleccionistas de cosas extrañas, ¿sí?
Goru me tomó del hombro (era descomunalmente grande y fuerte) y me arrastró hasta la puerta que parecía a punto de ser derribada. Allí había algo. Algo espantoso y… grande. Algo loco y demencialmente brutal. Los golpes eran bestiales y me encontré rogando por mi vida, haciendo fuerza contra Goru y con los ojos vidriosos. Jamás tuve tanto miedo.
En ese momento, Goru sacó del bolsillo de su saco negro una llave dorada y la insertó en un enorme cerrojo que era como un ojo negro. La Cosa del otro lado, al oír el ruido, se detuvo. Goru sonrió. Dason se había girado para ver el macabro espectáculo. Goru giró la llave y escuché un sonido burbujeante que venía desde adentro. Ya empezaba a percibir el putrefacto olor del Depósito.
Entonces he aquí el quid de la cuestión. Era yo un hombre atlético, había pasado la mayor parte de mi vida haciendo deportes y quizás (quizás no) eso había sido una ventaja a la hora de incrementar y fortalecer mis reflejos naturales, esos que se activan con el pánico. Goru abrió la puerta y el olor a pescado podrido me golpeó la cara como un puño. No vi nada en la negrura del Depósito que se extendía hacia el infinito, ni tampoco escuchaba lo que un extasiado Dason exclamaba a mi espalda.
En ese momento fue cuando mis reflejos activados (la misma clase de reflejo que hace que una madre que ve a su hijo arrollado bajo un coche sea capaz de levantar el auto con sólo sus manos) entraron en acción en una escena de desarrollo tan rápido que apenas fui conciente de lo que ocurrió. A veces es mejor así, las cosas que nos aterrorizan, cuando nos enfrentamos a ellas, pocas veces el combate tiene un sentido racional.
Vi algo cuadrúpedo del tamaño de un oso salir de la oscuridad, pero no era un oso sino una bestia sin pelo, babosa en su totalidad, como un ser a medio crear. Y Goru estaba empujándome al encuentro de eso que, con la lentitud de un temeroso, se abría camino. Apenas reparé en sus ojos rojos, apenas me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, antes de que mi yo bestial, mi yo poderoso, se pusiera en marcha.
Me giré con un rápido movimiento y di un puñetazo a Goru en el estómago de una fuerza tal que lo doblegué. Creo que me quebré algunos dedos. En ese momento la bestia detrás de mi hundió sus dientes en la carne de mi hombro y sentí el ácido corrosivo de su saliva. Logré liberarme con otro movimiento que no venía de mi cuerpo, sino de mi alma, me giré, rodeé a Goru como una rata filtrándose en una cocina y, una vez que estuve detrás del gigante, lo empujé con toda mi fuerza hacia adentro. El vampiro no hacía diferencia, ni bien Goru estuvo a su alcance, lo tomó por el cuello, partiéndoselo, y se lo llevó a las tinieblas de su morada.
Herido y agitado, cerré la puerta. No encontré la llave, el desgraciado guardaespaldas de seguro se la llevó con él. Habría que esperar que el vampiro la digiriese para encontrarla, si es que alguien alguna vez entra a hacer limpieza a ese lugar.
En ese instante, una bala penetró en mi estómago. El dolor fue agudo, pero no me tumbé. De hecho, continué de pie mirando con ojos ciegos a la puerta. Después, confundido, giré y vi a Dason, que temblaba mientras me apuntaba con un revólver. Su rostro estaba pálido y convertido en la cara de una escultura de hierro:
- No… no…
Disparó otras dos veces, las dos fueron a impactar en mi pecho. Nada. Un rayo de dolor las dos veces pero… pero nada más.
Creo que ese fue el instante en el que lo comprendí, o lo comprendí más tarde, mientras le daba un tiro a Dason con su propio revólver. De cualquier manera, fue en esos minutos en los que supe lo que había pasado: el vampiro me había mordido en el hombro y me había pasado su don (ahora, mientras observo la ciudad dormida, mientras el frío de la noche crea en mi cuerpo capas y capas de armadura, mientras palpo con mi lengua mis múltiples colmillos, lo considero un don):
- Soy la noche- le había dicho a Dason, mientras me acercaba a él, caminando como un borracho y no como alguien que hubiera recibido tres balazos.
No supe (ni sé ahora) por qué dije esas palabras. Simplemente pasaron sin pedir permiso de mi mente a mi boca.
Es, quizás, la descripción más acertada a lo que soy ahora, porque me han dicho que no soy un vampiro puro sino otra cosa… y la noche es lo que más se me parece.
Porque la noche aparece, y no conoce lo que es la piedad.

Texto agregado el 24-10-2009, y leído por 98 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-10-2009 Como la mayoría de las obras humanas, tiende a ser perfectible. creadordemundos
 
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