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El personaje de este relato existe actualmente y se llama Luis Alfonso, mas conocido como El Morocho.

A continuación, una pincelada, solamente, de lo que una mañana de hace treinta años, le sucedió a él y a toda su familia, dejándonos paralizados a todos los vecinos.

Lo conocí cuando vino a vivir a la casa blanca, frente a la mía, en la cuadra seis de la calle Independencia, en Magdalena. Su familia la integraban sus padres, sus cuatro hermanos, sus dos hermanas y su perro.

El ambiente del barrio era tranquilo, adecuado para la gente de clase media. Nuestros vecinos tuvieron la suerte de llegar justo cuando el alquiler de la casa era razonable. Pese a las limitaciones económicas, pudieron afrontarlo, sin ninguna dificultad.

Recuerdo que los días transcurrían plácidamente. Predominaba el buen espíritu entre los jovencitos de la cuadra. Lo mismo sucedía con la gente adulta quienes solían reunirse para tomar un lonchecito, un cafecito o para jugar billar en casa de quien saliese sorteado.

Todos los hermanos del morocho eran altos y tenían el mismo corte de cara. El se distinguía por su piel ligeramente morena, distintivo que a Luis Alfonso le encantaba tener. Por eso, sacando pecho, decía con gracia "soy un morocho de oro y a toda honra".

Tendría, en esa época, unos quince años. Era notable el gusto especial que tenía para vestirse -pantalones acampanados, ajustados con una correa gruesa, zapatos "suecos" con tacones altos, camisas apretadas, polos descoloridos tipo hippy-.

Todos lo reconocían desde lejos por su inconfundible melena rizada hasta los hombros. También era aficionado a tocar, a todo volumen, los alocados discos de rock and roll.

Mientras que a nosotros nos encantaba escuchar y bailar esa música, la gente mayor se atormentaba "con esos ruidos del diablo" y a los primeros acordes que provenían de la casa blanca del Morocho, iban corriendo a cerrar sus ventanas.

Por aquellos meses, don Aurelio, su padre, asumió el compromiso de comprar la casa y estaba juntando dinero a toda prisa para que el dueño mantuviera su oferta, al menos durante los seis meses del plazo que le había dado. Los días corrían y tenía guardado, bajo el colchón, más de la mitad del precio.

Como todos los domingos por la noche, se despedía de su esposa y de sus hijos para viajar a la sierra del país e internarse en la mina Primorossa a extraer diversos minerales. Sabía que era un trabajo muy duro, pero tenía que hacerlo por ser lo único seguro que tenía para afrontar la situación económica de toda su familia.

Reaparecía con su periódico bajo el brazo, todos los viernes, al caer la tarde.

Una mañana fría del invierno gris, Ursula -su mamá- tuvo uno de sus acostumbrados accesos de asma. El doctor prescribió 'tienen que llevársela fuera de la ciudad, a un lugar en donde pueda respirar aire fresco y no absorber la humedad del clima limeño".

Como don Aurelio estaba en la mina, Luis Alfonso se encargo de afrontar la responsabilidad como hijo mayor. Atinó a llevarse a su mamá a un pueblito de la sierra, a cinco horas de la ciudad. La dejó instalada en casa de su tía Rosita "la suavecita", solo por unos días hasta que superase los fuertes accesos de tos que no la dejaban dormir.

- Tía, entonces te la encargo a mi viejita. Me la cuidas como oro. Mi papá vendrá a recogerla este fin de semana. Para cualquier encargo me llamas por teléfono a la casa, si?

- Anda, nomás mi hijito, aquí está en buenas manos. Tu encárgate de cuidar a tus hermanos y de la casa. No te preocupes, estaré al pié de sus medicinas y la llevaré al parque.

Ya mas tranquilo, este Morocho pudo encargarse de los deberes hogareños. Puso orden en la casa como buen "padre de familia". Organizó a sus hermanos para que cada uno cumpliera una labor hogareña. Los menores estaban encargados de hacer los mandados, limpiar el jardín y cuidar de "Moco", el perrito. Los mayores, estaban obligados de limpiar los dormitorios, la sala y el baño. Sus hermanas, de la cocina, mientras que él, como hermano mayor, tenía la sagrada misión de conseguir el diario de la casa, -cuando se iban agotando las provisiones que su padre dejaba para la semana-, yendo a cobrar a las "caseritas" a quienes vendía los tamales que su mamá hacía los fines de semana.

Una tarde, cuando regresaba de los mercados después de recoger el dinero de los tamales, recibió la llamada de su tía Rosita.

- Luis Alfonso, tu mamá ha sufrido un desmayo. Ha estado internada en el hospital del pueblo pero aquí no hay medicinas, apenas hay un doctor y dice que ella está anémica. Necesita transfusión de sangre con urgencia.

- Tía Rosita, ahora mismo voy a recogerla. Gracias por avisarme, ya veré cómo me las arreglo para conseguir sangre.

Una vez que tuvo a su madre en casa, se las tenía que ingeniar para tocar las puertas de cada tío, a que le ayudaran a donar la sangre.

Todos le dieron la espalda. Tuvo que darse media vuelta y regresar por donde vino, con el animo tan caído como la planta marchita que perdió su vigor, por la negativa y el reproche de su propia familia. No hubo ninguna palabra alentadora. Todos le decían "lo siento", o "dale un buen caldo de gallina y verás que luego, luego, se repone".

Ya el doctor le había advertido que sus hermanos no podían ser donantes porque eran muy tiernos para semejante acto. Pasaban las horas y tenía que tomar una decisión. Pensó y pensó...no le quedaba otra cosa que acudir a una mentira piadosa. Vistió a sus hermanos con ropa de mayor, con camisas y pantalones formales, les puso sus tacones altos, todo eso para aumentarles la edad. Se los llevó al hospital y le dijo al Director que todos pasaban de los dieciocho.

El Director, estaba tan ocupado en atender el teléfono que se limitó en confiar en las palabras del angustiado muchacho. Finalmente, dio su aprobación.

Frente a la mirada conmovedora de otros pacientes, los seis hermanos formaron una línea para sufrir el tormento del primer pinchazo. Era una momento crucial, en donde la unidad familiar se dejaba sentir a flor de piel. Querían salvar la vida de su madre, harían lo imposible para verla nuevamente en casa, risueña y radiante como siempre.

Mientras que todos estaban sumidos en la salud de doña Ursula, el dueño de la casa se acercó a cobrar la renta. De inmediato se enteró que, por esos días, la familia pasaba por una urgencia. 'Tienen muchos problemas que resolver y no están enfocados en la venta", pensó. Decidió adelantar el plazo, para estar en libertad de vender la casa a un postor que le ofreciera mayor seguridad.

Cuando estaban de nuevo en casa, recibieron una notificación en donde el dueño les daba el plazo de tan solo... !una semana! para que compraran la casa. De lo contrario, serían desalojados. La situación se tornó muy grave.

Lo peor es que estaban incomunicados del padre. Como nunca, esa semana no tendría descanso. Había pedido horas extras y se las aceptaron. Con esos quince dias de trabajo corrido, don Aurelio completaría el saldo que le faltaba para la compra del inmueble. No pensaba que estaba a punto de ser desalojado.

Al terminar la semana, el juez y un grupo de matones liderados por el dueño, violentaron las cerraduras e irrumpieron al interior de la vivienda, para dar inicio al desalojo.

Ese fue el acto más cruel que haya visto jamás. El grupo empezó a tirar todo el mobiliario a la calle, como si se trataran de desperdicios de un basural. Los chicos miraban con angustia. Todas esas escenas siempre quedarían grabadas en sus tiernas memorias.

El propietario tenía en sus manos el poder del dinero y de inmediato sacó ventaja de las circunstancias: la ausencia de don Aurelio, la enfermedad de la madre, la falta de recursos.

Los vecinos quedamos consternados al ver a los indefensos chicos rogando de rodillas quedarse hasta el fin de semana en que venía su padre con el dinero. Era patético ver tanta injusticia. El propietario, retorciendo sus labios hacia un lado, llego a decir, enfático: "no puedo, hoy mismo se me largan de aquí".

Los vecinos mirábamos lo penoso que era el momento en que los chicos, ayudando a doña Ursula a caminar, recogían sus pertenencias para subirlas al camión alquilado por el Morocho. Se fueron a vivir a un refugio que la municipalidad ofrecía gratuitamente para las familias indigentes.

Pasaron las noches mas tristes y largas de su vida.

El consternado padre les dio el encuentro. Lloró amargamente por no haber estado en los momentos difíciles para afrontar la tragedia por la que pasó su familia. En medio de la adversidad, lo embargó un espíritu de regocijo al ver que su hijo mayor, el Morocho, se había portado con la increíble madurez, propia de un adulto.

Alquilaron una casa en las afueras de la ciudad en donde el clima era estupendo para curar el asma que aquejaba a doña Ursula. El Morocho supo afrontar con altura su ansiada carrera universitaria y lo logró.

Actualmente es un abogado que brilla con luz propia en el ambiente de las Cortes y es también un destacado profesor universitario.

Toda vez que dicta el curso de derecho civil, sus alumnos quedan admirados cuando explica el tema del desalojo. Viéndolo con cuello y corbata nadie podría imaginar que fue una víctima del sistema y supo afrontar con hidalguía un acto que a cualquiera lo hubiera sumido en el abismo.

El Morocho, ahora, es propietario de un edificio, habitado por mas de veinte familias. Cada una le recuerda a la suya.

Cada unidad familiar le merece un respeto profundo por ser la base para poder llevar una vida feliz.

No podría tolerar el abuso, por saber lo que se siente ser arrojado injustamente a la calle.

Su primera obra de derecho que publico, lleva por título "La propiedad sin desalojos".


Texto agregado el 01-12-2009, y leído por 380 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
19-03-2010 emociona el valor del personaje, pero tambien emosicona tu manera de narrarlo... un abrazo sendero
02-01-2010 Gran personaje Morocho. Por otro lado...el cambio de casa obligatorio...al final fue un doloroso beneficio.... EVERO
24-12-2009 que buen relato, me fascina leer casos reales. Muy bien contado. Un abrazo fabiandemaza
19-12-2009 Conmovedor relato. Muestra la bipolaridad de la condición humana. Sin caer en actitudes maniqueístas, me parece que este texto deja mucho para reflexionar. Buen trabajo. Aleccionador por supuesto.*****Afectuosos saludos. sagitarion
17-12-2009 Me encantó este relato ! Me gusta cuando la gente buena consigue ponerse de pie y crecer ante los golpes, los finales felices son posibles ! ****** pintorezco
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