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Asuntos de Familia

Ayer, antes de retirarme de la oficina hablé con mi jefa y le avisé que hoy no iría a la oficina pues debía atender asuntos familiares que llevaba mucho tiempo postergando. Como siempre tengo mi trabajo adelantado no hubo inconveniente. Es más, me aseguró que la familia estaba antes y que si era yo quien pedía el día libre, debía tener razones. Y sí las tenía.
Me levanté como todos los días. Ya duchada y vestida preparé el desayuno para Javier y los niños. Lo de siempre. Los desperté y asigné turnos para el baño dependiendo del sueño que veía en sus ojos.
Planché la blusa de María José y me entretuve con una historia de Ignacio respecto a un compañerito de curso. Lo de siempre.
Me despedí con un beso de Javier, no sin antes recordarle que debía estar temprano pues yo llegaría tarde. Y salí.
Me dirigí al Metro sin tener claridad en que estación me bajaría, pero debía ser lo más alejada de casa. En el vagón, comencé a mirar detenidamente a mí alrededor. Como tantas veces, percibí miradas sobre mis piernas y mi escote, pero esta vez las devolví hasta quedarme en unos ojos café que no titubearon. Para él, desabotoné un poco más mi blusa y me estiré tomando aire, sabiendo lo que la tela y mis pechos provocaban. En menos de una estación lo tuve a mi lado hablándome de la incomodidad de viajar en Metro por la mañana.
—¿Y qué otra alternativa se te ocurre? Le dije lentamente para que no devolviera alguna estupidez como andar en moto -tan de moda últimamente.
—Yo no necesito llegar temprano, podemos tomar un café y después hay menos congestión- No estaba mal hilado el argumento, pero lo esencial es que entendió y no se conformó con el flirteo.
—¿Y dónde encontraremos un café abierto a esta hora? Estamos en Santiago. Tendríamos que hacer tiempo en otro lado hasta que abrieran un local.
—Bien. Tengo tiempo y ganas- No supe si al decir ganas le dio alguna intención, pero rodeó mi cintura con su brazo derecho mientras me decía. —Conozco un lugar.
Después de media cuadra al salir de la estación, entramos a una casona con un gran número 2322 en su portal. En la habitación no necesité de entrar al baño y tampoco él me lo hubiera permitido. Era como si anduviera con esas erecciones matutinas de Javier que luego de ir al baño se extinguen como si nunca hubiera sido. Yo rogaba que ojitos café no fuera tan rápido en la cama como lo fue al desnudarse. Y no lo era. Su desnudez, fue sólo un premio para que supiera que había elegido bien. A veces, las arrogancias de macho son bienvenidas.
Lentamente, prosiguió con los botones que quedaban de mi blusa hasta descubrir mi vientre. Hundió su rostro en mi seno aspirando el Versence que después de la ducha había depositado en mi cuello, mientras sus manos examinaban los mecanismos de mi falda, la que tras un movimiento y un abrazo, caía a mis pies. Yo permanecí como Cariátide sosteniendo el cielo sobre mí, indiferente al pulso y el calor que quería abrirse paso entre mis piernas. Él tenía el control y solamente una vez que me lo permitiera, tomaría entre mis manos su testimonio, para luego volar hasta la meta.
Lo dejé hacer a un lado mi colaless, para abrirse paso con los dedos, cauteloso. Con su brazo derecho sostenía mi espalda mientras con su mano izquierda inventariaba mi vagina, los labios hasta llegar al clítoris y mi brinco. Como si yo fuera una yegua a montar, me sostuvo del pelo para que no entorpeciera la maniobra mientras su boca se clavaba en mi mentón y sus dedos eran reemplazados por una nueva y amplia presión que hurgaba por la entrada. Ya en el umbral y preparando el asalto, bajé mis manos para guiar las suyas hasta mis caderas y el colaless. Todo a su tiempo. Aún estábamos de pie y yo con ropa interior. Eso no es lo que buscaba.
Le deslicé sus manos abiertas sobre mis caderas, enrollando el colaless hasta mis muslos. Una invitación que aceptó mansamente descendiendo junto con la tela hasta ponerse de rodillas frente a mí. Intuí su próximo movimiento por lo que me aferré a su cabeza con ambas manos, mientras él alzaba mi pierna por sobre su espalda, quedando frente a sus ojos la abertura que ya conocían sus dedos.
Antes de sumergir su lengua, me la exhibió pidiendo permiso y alertándome de lo que venía. Mis manos levitaron sobre su pelo intentando guiar su deseo, pero ojitos café tenía otro plan. Desde el interior de mi muslo comenzó un lento movimiento que me erizó como si se tratara de un arrastrar de cadenas fantasmales, hizo un leve rodeo sobre la pequeña línea de vellos, un amague de delantero de fútbol como hubiera dicho el pobre Javier, pues su lengua súbitamente descubrió mis labios, un sutil roce, una caricia que me enervaba. No me mintió cuando dijo que tenía tiempo y ganas. Y yo, con tanto tiempo con ganas empezaba a flaquear, a morderme los labios para que no surgiera el espasmo que le avisara que ya estaba lista.
El sexo oral por la mañana tiene esa ventaja, que no está esa barba de media tarde que me irrita la piel. Sentí sus labios hundirse mientras se ayudaba con dos dedos, descubriendo el pistilo, la enorme cala que como un miembro osaba penetrar su boca, al ritmo de mis nalgas, caderas y su lengua. Él siguió alimentando mi orgasmo, cada respiración era un impulso que me elevaba separándome de aquel cuarto con sus ventanas abiertas y una cortina que ondulaba por la brisa matinal. Mi mayor excitación era no poder adivinar el movimiento, si lengua, lamida, chupada o una pequeña mordida del clítoris. Me estremecía a su antojo en impulsos ascendentes de placer, aferrándome a su pelo a la par que soltaba tímidos quejidos. Cerré los ojos y me concentré en dar respuesta con quejidos a su ritmo. Reproduje los miles de ¡Oh!, ¡Ay! y Mmm que se escuchaban en las pornos que Javier arrendaba cuando quería sexo, y recién entendí el estímulo que ocultaban esas voces. Esta vez yo tenía el control y si una lamida suya no era correspondida con un sonoro suspiro, insistía con más ímpetu hasta forzar los ¡Ay! ¡Siii! ¡Asiii!!
Con un rápido movimiento de pelvis apuré mi fin, apoyando por completo su cabeza entre mis piernas, perdiendo el equilibrio, el sentido y la respiración. Al aflojar mis manos, e intentar algo así como una caricia sobre su pelo, asumió que había llegado su momento. Con su mano derecha me despojó del sostén y con la otra me alzó por las nalgas hasta depositarme en la cama. De pie frente a mí, su miembro apuntaba a mi pecho. Lo tomé con una mano e incorporándome lo invité a él a recostarse.
–Vamos mi niño, te daré tu premio- Sonrió mostrando unos dientes blancos que destacaban en lo acalorado de su rostro.
Comencé por los vellos del pecho, arrastrando la lengua, lentamente, con las ganas que me surgen de la espera y el sentir unos pectorales duros. Me imagino a doble cámara como en los videos, una que me mira los pechos desde la cabeza de ojitos café, y otra, desde la abertura de mis piernas, en una profundidad de campo que termina en la cara de este hombre a quien debo satisfacer, confiando en que no se dé por vencido. Miro a la cámara 1 y paso mi lengua por mis labios, mientras a cámara 2 estreno movimientos de pelvis que nunca he hecho.
Nunca me ha dado asco el pene, lo encuentro divertido. Mi mamá me decía antes de mi noche de boda -ingenua por cierto- que el órgano genital masculino era feo, pero que no tuviera miedo o asco. Cada cierto tiempo conozco algunos, y me siguen pareciendo divertidos, cómicos. Será porque el de Javier lo encontré ridículo.
El que tenía en frente era digno de concurso, si es que uno pudiera anunciar en el vagón del metro, “el que tenga el pene más grande se va conmigo”, una suerte de show con jurados que deliberen entre lo largo o ancho, o como dicen los de pico chico, no es por largo y grueso, sino por juguetón y travieso.
Esto no era digno de record guinnes, al contrario, era absolutamente privado, sin cámaras o fotografías, era un pene y una boca, suave y brutal como mis labios, enorme y precioso como lo de él.
Si algo me tranquiliza, es que no hay ningún weón leyendo esto como si fuera material para masturbarse. Si el pene es suyo, no sería mi boca. Yo elijo.
Y esta vez no me equivoqué. Disculpa Javier.
Como decía, nunca me ha dado asco el pene, es hasta divertido, ridículo demasiadas veces, pero así de placentero debe ser muy pocas.
Como decía María Elena castigándome, soy como niña de orfanato, me echo a la boca lo que venga, pero maldita ella, hoy tengo el premio. Ya no son los picos de leche del colegio. Esta es la muela del juicio que se abre paso entre mis deseos.
Y sigue creciendo.
Y me entran las ganas, y se convierte en espolón, en acorazado
Y no doy más, giro en 180 y entrego. No estoy para pelear batallas ya perdidas. Me cae como granizo sobre la piel y me abraza, me da su ritmo, su savia.
Pero no.
Me besa, sumerge sus dedos en mi boca y luego en mi ano, y ahora, lubricado, no me suelta, se aferra a mis pechos como náufrago, pero no como los de Neruda, sino como los de la Balsa de la Medusa. Quienes están muertos antes de la foto.
Y eso me alienta. Por fin es mío, me vuelvo oleaje, espuma, sal y flores echadas al mar en ofrenda al que partió. Soy la tormenta perfecta para arrojarlo contra las rocas, pero en vez de mugir pitazos de barco que se hunde, él se ancla a mis caderas, despliega sus manos como velas y me usa de mascarón de proa. Retira de mí el cetro y los mugidos de protesta que se escuchan son míos. Ni Neptuno ni Poseidón eran dueños de tal tridente. Un solo movimiento y cambia la dirección del viento, las mareas y mi pelo. No se da tregua, ola tras ola cae sobre mí hasta que llega la calma, estar en el ojo del huracán. Desliza lentamente, demasiado lento, sus manos por mi espalda, llega a mis nalgas y mientras con una mano las separa, con la otra empuja mi nuca inclinándome para contemplar el paisaje. Escucho un mmm y luego siento algo frío que no sé si es miel o saliva que envuelve lo que debe estar expuesto de su pene y de mi chiquitín, que a esta hora ya no lo es tanto.
Hace mucho que ya no tengo el control, pero no pretendo recuperarlo. Nunca, en mis permisos administrativos me había topado con semejante espécimen y por fin, lejos de darme pena por Javier, hoy me alegra que exista como parámetro. Javier ha sido estos años una balsa, una boya que me salva y me mantiene a flote, en cambio este hombre es faro empotrado en rocas que se incrustan en mis nalgas.
Parece que mi fantasía del faro y la tormenta fueran compartidas por él, pues de pronto un relámpago ilumina la habitación. Giro mi cabeza y veo en el celular que me exhibe una imagen de cómo me penetra. Agradezco que no sea mi rostro sino la tempestad, lo que quiera presumir ante otros.
Me impongo tareas; no lo he escuchado pedir, ni gemir ni he sentido su descarga, me entra la duda dónde reside su control, tal vez alguna droga pues cara de maestro de tantra no tiene, aunque cuando cierra los ojos pudiera decir que me hace chinitos. Jajaja. weona, cómo se te ocurren esas leseras.
Pero por algo la mente divaga, me acordé de otros, que con un leve gesto de mirar mi reloj, saben que el tiempo juega en contra, lo que no sabían es que la naturaleza también les jugó en contra, que terminó su cuarto de hora de gloria, y se dieron por satisfechos de llegar a los 5 minutos. Pero esta vez mis movimientos de cabeza o expresión como si hubiera recordado tener una reunión urgente no surgieron efecto. Sólo cerré los ojos, me tiré en la cama boca abajo, apoyé mi mentón en un cojín y desplegué mis brazos como remos rotos que no llevan a ninguna parte alzando mi popa como el Titanic que sabe que se hunde y sólo quiere hacerlo con dignidad Me entregué vulnerable y dispuesta.
Luego, siento sobre mi espalda la caricia de una tela y su voz que me dice. “No sabes lo hermosa que te ves con mi camisa en tus nalgas. ¿Te molesta si fumo?”
Ya es extraño que un hombre te pida permiso para fumar, pero en la cama lo es más, mucho más si sabes que no está satisfecho. ¿Querría un cigarrillo chistoso? De esos que se comparten a escondidas. No. El weón sacó una cajetilla Belmont lights y prendió un pucho, que si hubiera sido Marlboro o lucky, Viceroy por último. Kent por ningún motivo, es lo que debe fumar el novio de Barbie. Me da una pitada que acepto y me acuesto desnuda en la cama fumando. Lo digo porque me vi en el espejo en el techo.
No fumo mucho, y menos en estas situaciones, pero me dejé el cigarrillo sólo para ver si prendía otro. No lo hizo. Sólo me dijo, “eres increíble”.
Quise responder como tantos chistes “Y Boston” pero atrapó una de mis manos mientras me decía. “Disculpa, es que yo soy casado, pero tú eres…”
No lo dejé terminar. Me subí sobre él, abrí mis pliegues y labios para acortar el diálogo, apoyé mis manos en su pecho y le di el primer suspiro, como el pitazo de la batucada para que comience el desfile de tambores. No me interesaba saber de su mujer, de sus hijos, de su vida de mierda, pero lo vi con sus ojos cerrrados y pude disociar. Es fácil me decía un amigo cuando con una mano se golpeaba la cabeza y con la otra frotaba su estómago. ¡Disocia! Y yo, o golpeaba o frotaba con ambas, pero los aprendizajes llegan. Y tengo bajo mí un paradigma de masculinidad que se agita con cada golpe del tambor. Más allá, una cara que no es tan distinta de la de Javier, mal que mal, los dos cierran los ojos y no se enteran.
Me siento como el tamborilero que mientras toca los tambores guía al potro sujetando las riendas con los pies. Pero este potro colabora, me agarra de las nalgas impulsándome al cielo como volantín que cae una y otra vez sobre el mismo punto al ritmo del tambor. No me da tiempo de recuperarme de un orgasmo cuando le sucede otro mayor, hasta que por fin es él quien se agita y comienza a resoplar y maldecir.
Escucho como él acaba y se agita con cada movimiento mío, exclama malas palabras que lo liberen del placer, mientras pienso que debo defender mi relación con Javier. Luego, escucho loas y alabanzas mientras me ducho, él permanece entre las sábanas.
Ojitos café realmente tiene tiempo, pero a mí ya no me quedan ganas. La ducha me relaja y me siento como después de un día completo de gimnasio. Algo dice de mí y su mujer que no alcanzo a escuchar. Tal vez es como yo, y necesita cada cierto tiempo comprobar que se está vivo, que no es necesario dejar la familia y los hijos por un buen polvo, que es sólo ocasionalmente, con la frecuencia mínima para poder seguir casada con Javier. Esto es sólo jugarme por lo mejor para mis hijos, no importa que yo me sacrifique por la familia.

Texto agregado el 11-12-2009, y leído por 1719 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
25-03-2010 Me di el tiempo de leerlo, y me gustó. A veces se nota cuando el que escribe es un hombre que se hace pasar por mujer, pero ahora hasta me dio miedo. Un buen logro este. Smile-like-you-mean-it
23-03-2010 Nada más porque lo dijiste en tu nuevo texto jajajajaja Froilan
01-01-2010 Orale!! Esta bn bueno, lo que mas me gusto es que te dejaste en el lugar de la mujer, muy bueno ********* yaichy
24-12-2009 bien escrito es un placer leerlo. se hace más intenso por la perspectiva que le das. Erótico, cruzando a veces esa delgada linea, pero literariamente excelente... un abrazo sendero
14-12-2009 No debe ser facil ponerse en el lugar de la mujer, más aún porque es algo secreto, de lo cual no debe haber mucha información. Fuiste mujer y me mantuviste siempre alerta y concentrada. Bien escrito, real, fuerte y por cierto exitante. ***** amanda. purosentimiento
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