Habían transcurrido dos semanas desde que salimos de Alaska, avanzando al norte, siempre al norte. Ya ni sé en que punto se me hizo normal ver barras gigantes de caramelo saliendo del suelo. Habíamos tenido enfrentamienos con osos polares hacía un buen rato, contrincantes fáciles pero no podía dañarlos por estar en peligro de extinción, tanto los osos cómo los humanos, la diferencia es que a ellos los orillamos con el sobrecalentamiento global y a los humanos los orillaron los vampiros...

En fin, los osos polares de esa región era amigables y se acercaban, curiosos, a nosotros. El colmo fue cuando vimos una carreta con un hombrecillo vestido de verde encima de ella, lacual era tirada por un par de estas nobles bestias. Ya no me quedaba duda alguna, ese hombre en verdad existía.

La entidad que viajaba sobre la colorida carreta con un costal de carbón encima se presentó como Mirl; adémas de ser un duende estaba al servicio de el señor Noel. Hice un esfuerzo sobrehumano para no reirme ane semejante historia. Seguimos su rumbo sin alterar el nuestro: Norte. Mi risa se volvió incontenible cuando divisamos una construcción estilo chalet suizo pero con caramelos gigantes como vigas. Junto a éste había lo que parecía una factoría. Al entrar había un anciano grande en la recepción junto auna pequeña viejecita de aspecto amable. Todo dentro era cálido; el humeante y esponjoso chocolate que estaba sobre la charola de la viejecia invitaba a probar su delicioso contenido que emanaba una dulce escencia a chocolate y canela, la cualme resultaba irresistible y me embriagaba, pero parecía ser el único en notar ese sublime aroma.
-Al parecer-dijo la mujer-, son mas de lo que creí. Necesitaré más tazas.
-Le agradesco-exclamó alejandro mientras se deshacía de su rompevientos-, señora, necesitamos alimento, bebida, techo y municiones.

Tras haber entrado en calor fuí con el anciano. Se veía triste y me dijo que no importa si son licántropos, vampiros o humanos, siguen siendo niños y siguen mereciendo el reconocimiento de su bondad. Lo mandé al diablo y le dije que si de verdad pensaba eso porqué nunca me había llevado nada a mí. Salí de su despacho y me encontré con Mirl, le pregunté el motivo de la tristeza de Santa
y me dijo que atravesaba la crisis de la tercera edad. Que durante su crisis de la mediana edad había sobrevvido bien y no había razón para preocuparse.

Habíamos desperdiciado ya tres días en ese lugar. Era la noche de la salida y Santa no se había presentado por ningún lado. Raziel y yo salimos a buscarlo; descepcionados volvíamos cunado lo vi colgado por el cuello del bastón de caramelo fuera de la casa, en ropa interior y con un papel en la mano. La señora rompió en llanto y se fue a encerrar a un closet. Los duendes estaban preocupados por quien enregaría los juguetes. Al bajar el cuerpo revisamos la nota y decia lo siguiente:

Veamos si tú puedes hacerlo mejor... Isaac

Los duendes me miraron de una forma muy sospechosa que luego entendí. Pedí el traje y un trozo de carbón; manché las guirnaldas con el carbón y estaba listo para salir, Raz me acompaño como mi mentor y amigo en el viaje con esos estúpidos renos. Al despegar no pude evitar gritar de emocion pero la verdad se me hizo tan aburrido. Finalmente le dije a Raz que al terminar bajaría en mi ciudad natal, no quería volver a ese lugar tan maerialista.

Desde ese día nunca en la vida he vuelto a celebrar la navidad, Santa no pudo con el estress, los duendes sólo piensan en repartir los regalos para recibir su pensión y, por lo que escuché, la señora Claus se suicidó poco después.